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lunes, 9 de agosto de 2021

“Mientras hay muerte, hay esperanza”

Podemos buscar a personas que nos gusten y desechar a aquellas que nos repelen o bien apostar por consolidar las instituciones

Las manifestaciones, bloqueos, cortes o bochinches de estos días transmiten mensajes -más allá de la movilización- que no hay que dejar pasar. Uno de ellos pone de manifiesto que el elitismo y los grupos de presión no son únicamente ladinos, sino que también existen en la organización indígena. En resumen: lo mismo que se cuestiona desde un sector aparece en el otro y las quejas de “criminalización de la protesta social” se reflejan en la “criminalización de discursos que no gustan”  ¡Mismas mañas!

Otra cuestión es la insistencia en mensajes sobre personas. Con nombres y apellidos se pide la renuncia de unos y se elogia a otros, pero nadie habla de instituciones. El modelo de “despedir a unos y contratar a otros” ya se ha hecho, y no ha resultado, aunque podemos insistir en repetir errores, lo que Einstein denominó estupidez humana. No hay propuestas y discusión sobre cambiar el sistema electoral o de comisiones de postulación, así que en un año, una, y en dos, el otro, repetiremos procesos con idénticas normas, lo que nos conducirá al tradicional y experimentado fracasado. Se podría debatir sobre cómo darle validez al voto nulo, elegir en una vuelta o hacerlo por un método diferente -ejemplo: elección por preferencias- pero no nos molestamos en ello. Las comisiones de postulación no funcionan, aunque seguimos insistiendo, y evidentemente los resultados serán los conocidos. La razón de tal obstinación no es otra que ver como contar con suficientes probabilidades para elegir “a los míos”, lo que incita a mantener el sistema y no buscar otro neutral que reste posibilidades al grupo.

La tercera lección de las protestas es que hay que cambiar muchas cosas, y hacerlo pronto. El sistema educativo, el de salud, el de prisiones, el judicial…, no funcionan.; casi nada funciona, porque el sistema topó. En el mediano plazo se percibe un horizonte caótico, violento y de desasosiego, así que enfrentamos el reto de escucharnos y ponernos de acuerdo o llegaremos al punto en que nos destruiremos. Las lecciones por el mundo apuntan a que el cambio suele ser a peor cuando se dan esas circunstancias, por tanto estamos a tiempo de buscar fórmulas y diseñar el plan adecuado para hacerlo al ritmo posible, deseable y que lo permita la situación social y económica, o se impondrán unas condiciones que subirán el ánimo unos años para caer en la más profunda depresión en los siguientes, tal y como muestra Cuba, Venezuela o Nicaragua.

Podemos buscar a personas que nos gusten y desechar a aquellas que nos repelen -forma tosca de hacer las cosas- o bien apostar por consolidar las instituciones buscando ese cacareado bien común que la mayoría traduce equívocamente como interés particular o grupal. El reto está claro, las señales más que evidentes y el hartazgo a punto de llegar a su cenit.

Hay que cambiar lo que está mal: el sistema, y no focalizarse en las personas. El problema de no pensar así es que cuando el personaje no es de nuestra cuerda nos enoja, y despotricamos de todo aquel que lo defiende o no cuestiona. Clamamos ayuda a los USA para que sigan confeccionando listas de antidemocráticos, corruptos o similares, pero eso ocurrió en la era Trump y, los mismos que ahora piden ayuda, se quejaban entonces estruendosamente. Cuando nos gusta, alabamos a los del Norte; si nos disgusta, los acusamos de intervencionistas. Una especie de paranoia sin sentido que únicamente obedece a preferencias ideológicas o viscerales de cada quien y apunta a una única solución viable: desarrollar instituciones en vez de apostar por personas.


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