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lunes, 16 de mayo de 2022

Los violentos espacios del poder

En el país quedan perfectamente visibles esos espacios en los que el Estado está ausente y son otros agentes quienes imponen las reglas

Los enfrentamientos -o confrontaciones- sociales, económicas o políticas se producen en “espacios de poder” entendidos como escenarios en los que se desarrollan relaciones sociales. No hay espacios vacíos porque en todos ellos hay un poder legal o, en su defecto, uno difuso, ejercitado por diferentes grupos de presión, ante la ausencia del primero. El poder no es algo que ejerzan siempre las clases dominantes y, según Foucault, es una estrategia; no se posee sino que se ejecuta. Es una fuerza que se impone a pesar de la voluntad del contrario y ocurre a través de una estructura que permite que funcione plenamente bajo la cobertura de una determinada legalidad o de la falta de ella. En el país quedan perfectamente visibles esos espacios en los que el Estado está ausente y son otros agentes quienes imponen las reglas. El poder, en definitiva y en un mundo moderno, no lo ejerce únicamente el Estado o determinadas elites sino también individuos, organizaciones y grupos sociales diferentes. Como dijo el mismo autor: “el poder está en todas partes y viene de todas partes”.

El preámbulo es necesario para poner en contexto la situación por la que pasamos, no muy diferente a la de otros momentos recientes, pero sí más ruidosa y pronunciada. La elección de rector de la USAC, el proceso de designación de Fiscal General o los de nombramientos de PDH, director del INACIF y Contralor General que se vienen, ocurren en un momento particular, casi coincidente con el preludio electoral y con un “excesivo ruido” mediático y social.

Da la sensación de que hemos pasado de un modelo de “peste” a otro de “lepra” -también propuestos por Foucault-, del control y vigilancia a la expulsión fuera del entorno y al despojo de la ciudadanía. En un caso, se podría hacer la comparación con épocas pasadas de dictaduras -y principio de la democracia- donde se contemplaba un orden que no había que trastocar y que situaba a cada quien en el lugar -espacio- correspondiente. Sin embargo, la transición hacia el otro modelo genera la exclusión, la expulsión. La “peste” es controlable si se orilla a los apestosos a lugares de vigilancia, la “lepra” requiere salir de ellos, sacarlos de forma tajante. Extrapole esos marcos filosóficos a la realidad que vivimos, y al igual que con esas enfermedades, o se controla a la persona y se establece un sistema que orilla a cada uno a circunscribirse al espacio asignado -sin poder salirse del mismo- o hay que expulsarlo del “perímetro de la ciudad” para evitar contaminación.

Ya no es suficiente con controlar que algunos se salgan del guacal -como en las dictadura- ahora, es necesario orillarlos o expulsarlos al extremo opuesto, con la pretensión de silenciarlos, censurarlos, cancelarlos y destruir sus opiniones ¡O conmigo o contra mi, o te me vas al otro lado! Es la polarización radical en la que no hay cabida para quienes no se incluyen en uno de los grupos, porque la facción opuesta -y extremista- los desconoce y expulsa.

A esa batalla brutal, producto del paso de una “enfermedad” a la otra, contribuyen desde todas partes sin advertir el desastre que generan ni mucho menos las cada vez menos opciones que hay para un futuro de corto plazo. De momento parecen ganar los extremistas, unos, amañando procesos, los otros, luchando por amañarlos de manera diferente, porque lo que se disputa no es la justicia, la academia ni los derechos individuales, sino el poder, esos espacios desde los que, una vez controlados, se hace posible la acción ideológica. 

¡Tantos filósofos y tan pocas lecturas!


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