No terminan de entender, esos tibios y acomodados liderazgos y ciudadanos, que las dictaduras existen porque las democracias lo permiten.
Las personalidades humanas, sin ánimo de parecer simplista, se pueden reducir a tres: los que no hacen nada, quienes se definen con claridad y luchan por ello, y los tibios, que bíblicamente son vomitados. Hay que reconocer que estos últimos, al pasar desapercibidos porque no crean problemas, suelen tener mayor éxito en el corto plazo. Sin embargo, quienes adoptan posturas claras y definen valores y principios -de una manera contundente- son afectados por esa mediocridad que prefiere vivir en un mundo indeterminado, gris, indefinido, antes que tener que asumir la responsabilidad de tomar una definida posición política, ideológica, económica o personal. Esas tres castas se pueden observar en el trabajo, en el vecindario y en la sociedad, porque forman parte de las personas que nos rodean.
Me incluyo en quienes defienden principios. Admito que no todos los acepten como suyos, pero me preocupo a diario de consolidarlos racionalmente. No son de mi agrado quienes con su benignidad son capaces de estar “en misa y repicando”, y de aceptar cualquier cosa en función de la conveniencia del momento, que no de la razón ni mucho menos de valores, de los que prefiero seguir hablando.
En las últimas encuestas de popularidad entre los presidentes latinoamericanos sorprende cómo Bukele tiene cerca del 90% y Ortega un 33%. La interpretación numérica es que uno de cada tres ciudadanos nicaragüense aplaude la dictadura de la pareja presidencial, y que en El Salvador, nueve de cada diez admiten felizmente el autoritarismo y las ilegalidades que lleva a cabo su Presidente. Seguramente -ese dato falta- otros resultados se reflejarían si les preguntasen a esos ciudadanos si apoyan la democracia o un régimen autoritario, y se podría ver -intuyo- la contradicción o el acomodamiento. Los principios y valores de la democracia no cuadran con la aceptación de dictadores y autoritarios, así que se puede concluir que hay demasiados votantes amarrados a la coyuntura -no a principios- o más despóticos de lo que ellos mismos creen.
De otro lado vemos cómo altas autoridades norteamericanas -Biden- pactan con Maduro y Cuba o visitan y se fotografían plácidamente con Bukele -Nichols-, ignorando el rumbo no democrático de esos países, pero reflejando tácitamente que la hipocresía política está por encima de la ética, algo que Maquiavelo dejó claro hace siglos. El fin termina por justificar los medios, y se le sonríe al dictador, mientras se “defienden” discursos democráticos. No terminan de entender, esos tibios y acomodados liderazgos políticos, que las dictaduras existen porque las democracias lo permiten.
Se ha perdido el concepto mínimo de democracia y la imperante hipocresía ha desplazado el centro de la racionalidad más básica. La tibieza, quizá producto de la amenaza de la cancelación y de la necesidad de ser incluido en el grupo mayoritario de blanduchos políticamente correctos, comienza a formar parte del ADN de muchos ciudadanos por el mundo. Cada vez es más difícil encontrar personas integras con capacidad de defender, sin importar el costo, valores universales, no ya en democracia, sino en otras postura de vida. Se acepta el aborto -auténtico crimen de lesa humanidad- porque la moda apunta en esa dirección; se callan ciertas cosas para evitar “enfrentamiento innecesarios”, aunque sin valorar el costo de la irresponsabilidad; se insulta y difama con la alegría de la impunidad en un mundo en el que todo comienza a valer. Pero un día, normas, dictadores y postulados afectarán a los apáticos, aunque será muy tarde porque todo estará relativizado, y perdido.
A falta de bemoles, parece que solo queda aceptar complacientemente la humillación, el abuso o la cancelación. Pues bien, yo me niego.
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