Lo he dicho varias veces, pero nunca está de más: las dictaduras existen porque las democracias lo permiten.
La dictadura venezolana se ha consolidado a pesar de sórdidas protestas políticamente correctas de las democracias. Las tiranías cubana y nicaragüense enviaron a sus máximos opresores -Díaz-Canel y Ortega- a pavonearse en un escenario marcado de sangre por su amigo Maduro. Otros países países, con honrosas excepciones, delegaron representantes, embajadores o achichincles varios a aplaudir al matón venezolano, evidenciando la doble moral que caracteriza a ciertos políticos. Lo he dicho varias veces, pero nunca está de más: las dictaduras existen porque las democracias lo permiten.
El criminal que rige los destinos de Venezuela -aunque realmente son varios- propondrá seguramente una reforma constitucional al estilo nicaragüense, para perpetuarse definitivamente en el poder, algo que inició Castro y de lo que todavía no se ha podido desprender Cuba. Son esas cosas que se normalizan en la vida, se tornan habituales y son menos cuestionadas por las generaciones que nacieron después de 1959, porque para ellos “siempre ha sido así”. Es increíble que en pleno siglo XXI los autoritarios sigan teniendo espacio en la vida social ¿Dónde está la ONU, la OEA, la Corte Penal o el Tribunal Internacional de Justicia? Si no hacen nada para detener a criminales y defender la democracia y la libertad, no sirven para nada.
Hace tiempo que dejé de creer en “los pueblos oprimidos”, lo que únicamente ocurre cuando aquellos no están dispuestos a luchar contra la opresión, y prefieren que mueran otros en la lucha, sin advertir que finalmente terminan muriendo ellos. Los pueblos dormidos -no los valientes- sufren las consecuencias de su inacción, y no hay que ser tan condescendiente y perdonarlo todo. Finalmente son un grupo de líderes -María Corina Machado en este caso- quienes jalan a aquellos otros que desean el cambio sin sacrificar vida ni patrimonio. No advierten que la historia les pone en un lugar y momento irrepetible, y hay que apencar con las responsabilidades del momento. Es muy probable que tanto héroe conocido no lo hubiese sido de haber estado en otro tiempo, al igual que muchos otros quedaron en el anonimato porque las circunstancias no fueron las adecuadas ¿Qué hubiese sido de un Ronald Reagan sin Margaret Thatcher, Juan Pablo II o Mijaíl Gorbachov, o cualquier otra combinación entre ellos?
Vamos encaminados a una era de populismo y autoritarismo permitido y alentado por ciudadanos acostumbrados a vivir sin luchar, a recibir “todos los derechos que el Estado les debe de proporcionar”, y a eludir responsabilidades en beneficio de las migajas que los autoritarios dirigentes deciden repartir, cuando eso ocurre. Se han perdido valores esenciales que se construyen únicamente sobre la responsabilidad y el deber que hay que asumir según el momento y la situación, y el miedo y la cobardía sirven de refugio a aquellos que justifican o permiten los desmanes de otros.
La diáspora venezolana suma ya los ocho millones de personas, la cubana es difícil de calcular, y desde Nicaragua la pareja de payasos presidenciales deporta a ciudadanos en aviones. La comunidad internacional mantiene a sus embajadores y misiones internacionales, bajo el paraguas de la justificación del pragmatismo político, en lugar de retirarlos inmediatamente y aislar absolutamente el país. Hay quienes dicen que sería peor, pero si el caso cubano no les ha dejado claro que no es así será difícil convencerlos.
Pocos entienden, y menos aceptan, que contra el autoritarismo únicamente cabe la legitima defensa, y que la presión, primero, pero todo el poder duro, después, son acciones justificadas en pro de esa democracia que dicen querer y defender, pero cuyos valores y principios pisotean con su actuar.
¡Viva la libertad carajo!
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