El terrorismo yihadista no busca solo la destrucción del Estado hebreo, sino la islamización del mundo, y permitirles avanzar augura un futuro sombrío.
Una cuestión fundamental por abordar en una democracia liberal, especialmente en un sistema internacional basado en valores, es definir qué debe permitir y qué no. Esa es, sin duda, la pregunta esencial para aquellos que buscan profundizar en la convivencia pacífica, tanto a nivel doméstico como internacional. En una democracia, permitir libertades no implica que estas puedan sobrepasar las normas fundamentales y básicas de convivencia que sustentan el sistema; no es un valor absoluto.
Le endilgan a un líder comunista español la frase: “la democracia es el sistema que más autoridad requiere”, y a eso podemos añadir que la paz mundial depende de tomar decisiones acerca de hasta dónde permitir que ciertos extremismos adquieran poder. Líderes como Reagan, Bush, Trump y, en cierta medida, Kennedy, enfrentaron decisiones sobre hasta qué punto consentir que regímenes comunistas, extremistas o teocráticos ocuparan un espacio que amenazaban el orden internacional y, por ende, la paz mundial. Episodios históricos como el engaño de Hitler, mediante falsas promesas de paz y tratados de no agresión, resuenan aún en la conciencia de algunos líderes mundiales, aunque lamentablemente no en la de todos.
El ejemplo actual es el caso de Irán, una teocracia gobernada por los ayatolás, que utiliza el terrorismo yihadista como herramienta. Además, financia y apoya, junto con otros países de la región, a grupos como Hamás, Hezbolá, los hutíes en Yemen, y determinadas acciones del estado islámico. Internamente, excluye social y políticamente a las mujeres y persigue a los disidentes. Desde los ochenta, Irán se proyecta como una dictadura teocrática en la región.
A pesar de eso, se ha establecido un equilibrio inestable con este régimen, similar al que existe con Corea del Norte, Cuba, Venezuela y Nicaragua. Sin embargo, todo tiene un límite. Cuando un Estado declara la destrucción de otro como un objetivo prioritario o impide la verificación internacional del cumplimiento del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, deja de ser un país tolerado internacionalmente, y se convierte en una amenaza para la convivencia mundial. ¡Y no hay mucho más que discutir!
El problema radica en la pusilanimidad de ciertos líderes, especialmente en Europa y América Latina, que, acomodados en la plataforma de lo políticamente correcto, no critican o consienten con su silencio hechos que pueden tener graves repercusiones futuras. Pareciera que lecciones históricas, como el inicio de la Segunda Guerra Mundial, no han sido completamente asimiladas. Más inquietante aún, algunos incluso apoyan regímenes autoritarios terroristas, incluyendo ciertas líderes femeninas. ¡Inaudito!
El problema no se reduce exclusivamente a Israel. Es un desafío mundial que debe ser abordado de raíz. El terrorismo yihadista no busca solo la destrucción del Estado hebreo, sino la islamización del mundo, y permitirles avanzar augura un futuro sombrío. Aceptémoslo, aunque quien haya actuado sea un presidente de EE. UU. que no goza de popularidad, y reconozcamos que tuvo la valentía de enfrentar el problema del terrorismo iraní. Salvar la libertad tiene un costo que deberíamos asumir quienes decimos defender esos principios. Otros, optarán por la hipocresía y las medias tintas, pero la historia recordará su debilidad y cobardía.
La igualdad y los derechos pasan por cumplir con iguales responsabilidades y no sustraerse de estas para invocar aquellos. Los demócratas del mundo deben de ver la actuación de los USA como la asunción de una responsabilidad que termina beneficiando a todos, incluso a sus detractores. Desafortunadamente se oirán gritos y reclamos de quienes no se ofenden por el silencio del terror, porque vivimos en un mundo moderno de relativismo, falta de criterio e irresponsabilidad.
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