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lunes, 7 de julio de 2014

¡Hincha pelotas!

Es difícil encontrar algo para reemplazar al fútbol, porque no hay nada.
Pasmados, embelesamos y extasiados durante el campeonato mundial de fútbol. Millones de personas de todo el mundo -no todos- pierden la sesera y el sentido común -el menos común de los sentidos- y se disfrazan de cualquier cosa para llamar la atención de cientos de cámaras de TV que pululan y literalmente vuelan por los estadios brasileños. Maquillajes, sombreros, trajes variopintos y estridentes coloridos engalanan los graderíos, a pesar del intenso calor. Incluso son visibles -durante el éxtasis del partido- senos de señoritas -pocas- alegremente mostrados al levantar la camiseta con los colores de su selección, ¡por supuesto!
El público, en general, es el que años atrás se quejaba permanentemente de la crisis económica, la pobreza o la inseguridad, pero olvidaron todo y derrochan lo poco que tienen -o deben- para disfrutar del deporte rey. Muchos gritan, insultan y amenazan a la afición del equipo oponente y critica/alaban, según las circunstancias, a jugadores que fuera del mundial alaban/critican en relación exactamente inversa. Los más energúmenos -¡que haberlos haylos!- le mientan la madre a los seguidores del once contrario cuando pierden o son eliminados, en una bajeza de desprecio nacionalista que envidiaría cualquier dictador del siglo pasado. Otros, más "cultivados" -pero igualmente estúpidos- hacen chistes gráficos, tuitean sandeces o envían insultantes correos electrónicos, mostrando su satisfacción por la eliminación de la saga “opositora” ¡Cosas que nunca se le hubiese ocurrido a los tres chiflados por el grado de chabacanería que encierra!
Algunos se sienten franceses, mexicanos, alemanes o argelinos, sin que sepan muy bien donde queda el país ni les importe el lugar. Apuestan por "el otro" equipo, sea cual sea, sin saber porqué, con tal que destroce en el terreno de juego al que desprecian o les irrita ¡Da prestigio eso de sentirse brasileño, argentino, griego o español siendo de Comalapa o  Almolonga! A fin de cuentas, ¿quién lo sabe? El nacionalismo cegador embrutece y se reproduce en la medida que la mollera se licúa con el calor y el corazón -sólo o con el hígado de copiloto- gobierna la nave de la sinrazón, con la cólera más vulgar y chocarrera. Ciertos presidentes se ponen al frente de sus connacionales y promueven algarabía con eslóganes variados según la situación: ¡somos los mejores! o, ¡perdimos pero nuestra dignidad, honor y orgullo nacional están a salvo! Los más piadosos se persignan tras marcar un gol o rezan y se santiguan antes de lanzar penaltis, suplicando apoyo y bendición divina, sin saber que Dios es del Real Madrid, y por eso va de blanco.

En pocos días, muchos de esos jugadores "nacionales" -naturalizados para la ocasión- continuarán desposeídos de parte de sus derechos por su condición de ciudadanos de segunda. La masa orteguiana dejará de gritar histéricamente y la razón ocupará nuevamente su lugar -esperemos-, aunque algunos seguirán tarados de por vida. En el terreno de juego, al once titular y a los suplentes les pela esa algarabía nacionalista-deportiva porque saben que si juegan bien revalorizarán su ficha y cobrarán más en esos equipos extranjeros que ciertos “seguidores desprecian o abuchean. Ejemplo patente de colectivismo ignorante frente a individualismo racional, como sucede a diario en otras cosas ¡Cada quien hace su juego! Los de las gradas loqueando estilo circo romano, para olvidar penas; los del campo sabiendo que invierten en un mejor futuro. Lejos de superarlo, las muladas se repetirán en 2018, pero antes hay que sobrellevar la final.

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