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lunes, 1 de agosto de 2016

Proceso de etnificación

“El nacionalismo, centralista o periférico, es una catástrofe en todas sus manifestaciones”
  
Para estudiar fenómenos nacionalistas -el indigenista lo es- hay dos ideas preconcebidas que es preciso descartar. Una, que las naciones son comunidades naturales, algo que es falso. La segunda, que el nacionalismo no es expresión de la nación sino la ideología que la construye. El indigenismo no es la ideología que expresa los valores de la comunidad, sino que construye a la propia comunidad indígena, seleccionando los elementos que la definen. Ejemplo: el “exclusivo” reclamo del culto a la madre tierra y respeto a la naturaleza, aunque el entorno donde se difundan tales ideas esté descuidado y lleno de basura o el sistemático “no a las explotaciones mineras” por afectar al medioambiente mientras se silencia, sin justificación, la descomunal tala de arboles o la contaminación de aguas por arrojo de desperdicios en ciertos municipios, etc. ¡Contrasentidos que confrontan realidad y discurso!
El estudio de procesos similares en otros lugares, apunta claramente a una agenda que pretende consolidar, inicialmente, el concepto “nación histórica” o “comunidad tradicional”, tan ancestral como sea posible, para continuar definiendo un espacio (territorio) y concluir con la emisión de normas propias que refuercen “soberanía”. Se trata de edificar sobre los tres pilares del estado tradicional, al que se le agregan posteriormente símbolos que lo identifiquen: bandera, idioma, etc.
El caso guatemalteco que sigue ese modelo desde la firma de los Acuerdos de Paz, fomentan este tipo de actitudes críticas y tensiones centrifugas que pueden llegar a modificar sustancialmente la naturaleza del estado. Inicialmente, lo indígena-maya se adscribió a un espacio étnico-cultural reclamado como propio y anclado en la tradición milenaria explicada de diversas formas. Años después, la “lucha por el territorio” inició su andadura y las exigencias -a veces improcedentes- de aplicar el Convenio 169 de la OIT sirven sistemáticamente para delimitar ese espacio físico en el que no se puede actuar sin permiso de ese colectivo étnico-cultura previamente aceptado. Se pasa de la reclamación de la tierra histórica para vivir en libertad a la del territorio con autonomía, algo impuesto por la fuerza en el Occidente del país por movimientos que reclaman ese espacio -formalmente no reconocido- de autonomía y autogestión y en el que operan grupos que coaccionan a la justicia, queman comisarías de policía, impiden ordenes de captura o hurtan y toman el control del cobro de la energía eléctrica.
El proceso “finaliza” con la reclamación de normas jurídicas propias. Leyes como la de lugares sagrados y prácticas de espiritualidad, televisión maya, radios comunitarias o más recientemente la justicia específica (indígena), sirven para construir en el futuro un espacio de soberanía que significaría el tercer soporte de un estado-nación propio. En la evolución se trasciende de un estadio de identificación de aspectos identitarios a otro de definición política, lo que se traduce en “reemplazar el concepto de `grupo étnico´ por el de `nacionalidad´ y postular la creación de un `estado multinacional´” (Ramón Maiz).

La victimización, la criminalización, la exclusión, el racismo, la opresión histórica y cuestiones similares, sirven como niebla artificial que impida visualizar el horizonte al que desean llegar. Ahora que el estado se reconfigura, refunda o reconstruye -según la versión- es preciso tener claro hacia donde pueden conducir determinadas fuerzas que etnifican la política ¡No nos engañemos!, las últimas manifestaciones de CODECA y sus reclamos lo dejan nítido.

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