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lunes, 6 de mayo de 2019

Unos y otros; decentes y canallas


El listado de “hijos de papá”, vividores de nuestros impuestos, es grande y lacera las ilusiones de quienes se esfuerzan a diario

Llevo años impartiendo clases a universitarios. Intento promover en ellos la libertad y la consecuente responsabilidad, y los aliento a emprender con confianza en sí mismos, sin esperar nada de otros, con la garantía que les procura hacer las cosas con seguridad, creatividad y conocimiento. En resumen, no hago nada diferente de lo que la mayoría inculcamos a nuestros hijos: que intenten ser los mejores en aquello que hagan para así poder desenvolverse con éxito en una sociedad competitiva. Percibo que los jóvenes aceptan el reto ilusionados y que poco a poco, firmemente, con mucha ilusión, marcado desvelo y fuerza de voluntad consiguen cuanto se proponen. En definitiva, ese es el actuar de la generalidad de la mocedad de este país.
Por ello, duele intensamente cuando inescrupulosos personajes, más cercanos a la delincuencia común que al político honesto, colocan a sus hijos en puestos que no les corresponden por falta de méritos y capacidad ¿Cómo educar en un país joven -como este- cuando eso ocurre en demasía? ¿Para qué pregonar valores morales, méritos y principios, si son violados por mezquinos indecentes? En un país con ministros, diputados y candidatos bachilleres -muchos de ellos analfabetas funcionales y caraduras profesionales- con asesores y “expertos” que a duras penas pueden incorporar una línea valiosa en su currículo o escribir dos párrafos sin faltas de ortografía o con candidatos políticos narcotraficantes condenados o con extradición solicitada, es muy difícil promover la ética y los principios correctos.
La última cochinada conocida de esos mamarrachos abusivos ha sido la designación caprichosa de la hija de un diputado -próximo al Presidente- graduada universitaria en 2018, como secretaria II en la embajada en Washington. Meses atrás, también se nombró al niño de la gárrula presentadora de Vea Canal como cónsul en España, sin más experiencia que estudios en seguridad y asesorías en el INDE y en la Municipalidad de Mixco; a la hermana de la diputada Sandoval, cuya pericia en peluquería y destreza en manicura la llevó al consulado de Seattle con empleada doméstica incluida y viajes pagados con dinero público -¡ah, que es legal, me dicen!; o las hijas del constructor Estrada Zaparolli -cercano también al Presidente-, directora del Instituto de Fomento de Hipotecas Aseguradas, la una y cónsul en Austria, la otra. Sin embargo, el listado de “hijos de papá” vividores de nuestros impuestos y que no han demostrado ni puesto a prueba su capacidad en algún concurso público, es mucho más grande y lacera las ilusiones de quienes se esfuerzan a diario por ser mejores ¡Si esto no es un Estado patrimonialista, ya me dirán que falta!
Ese actuar no sólo es vomitivo e inmoral, se financia, además, con el dinero que pagamos en impuestos y que debería de servir para retorno de servicios, salir de la pobreza, mejorar la educación o la salud, construir carreteras o cualquier otro fin noble diferente a mantener a retoños y familiares de quienes llegan al poder y hacen valer el lema de “su familia progresa”.
Retomo a diario mis clases y permanentemente la educación de mis hijos y me ruborizo al tener que explicarles, una vez tras otra, que son casos aislados y que deben perseverar en valores y principios, pero no puedo arar en el desierto. O cortamos de raíz esas sinvergüencerías y no callamos frente a la depredación del Estado o por cobardes y serviles, contribuimos a destruir el futuro de valiosas generaciones.
¡Ayúdeme a denunciarlo!, no pido más, el beneficio redundará en sus hijos y en el resto de jóvenes decentes.

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