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lunes, 25 de enero de 2021

La estrategia del ruido

No se si hay una pregunta de investigación que se cuestione algo así: ¿Somos culturalmente agresores de mujeres?

En los últimos días varias féminas -entre ellas una niña de 3 años- han aparecido brutalmente asesinadas. Cada vez con mayor frecuencia desaparecen mujeres, muchas de las cuales, tristemente, aparecen muertas días después.

El análisis sobre el porqué se hace desde diferentes puntos de vistas. Hay quienes hablan de odio hacia la mujer, de machismo o lo achacan a la falta de justicia e impunidad. Seguramente todos tienen algo de razón, y unos más que otros. No creo que se pueda establecer el término “odio” como la causa principal, sería aceptar una enfermedad masculina generalizada, y no creo que la mayoría de los casos responda a ese motivo, aunque seguro está presente en algunos. Me inclino más por la impunidad y el machismo -y no por la misoginia- aunque creo que ninguna de las razones citadas puede ser la causa principal.

Cuando cursaba maestría, un profesor y amigo me dijo que hay temas que son políticamente incorrectos de tratar -algo evidente- y que nadie financiaría o promovería una investigación al respecto. En aquel momento, por dirección suya, hicimos un trabajo de campo con la clase sobre el machismo y el papel de la mujer en Oriente y Occidente. Los distintos grupos llegamos a la conclusión de que no había mucha diferencia. Es más, la mujer parecía ser más sumisa al marido en Occidente que en Oriente. Los datos quedaron reflejados en aquellos estudios.

Desconozco si hay una pregunta de investigación que se cuestione algo así: ¿Somos culturalmente agresores de mujeres? Y por ello hay que entender que se promueve, acepta y permite -además de replicarse generacionalmente- que los padres, abuelos, tíos o esposos -que suelen ser los agresores- tienen el “derecho” de agredir a las mujeres de su entorno familiar. Lo que algunos denominan sutilmente “violencia normalizada”. Como dijo mi profesor, nadie va a promover ni financiar una campaña para averiguar si este fenómeno se explica así de directo, y mucho menos si se produce más en un lugar que en otro del país ¡Dios nos libre! De la misma forma que nadie se atreve a hacer una encuesta sobre si se debe aplicar o no la pena de muerte, vaya a ser que salga que “si” y no sepamos después qué hacer. Lo mejor: dejar las cosas como están y situar esas elucubraciones en el limbo de las opiniones, las suposiciones y la discusión perdida.

Sin conocer las causas, es difícil acertar con acciones que hagan desaparecer la violencia contra la mujer. Podemos inaugurar decenas de juzgados contra el femicidio que, en el fondo, no servirán para mucho porque cada vez los casos serán más y quienes juzguen -hombres y mujeres- estarán imbuidos de esa cultural de -“violencia normalizada”, que le dicen- que los hará tomar decisiones desafortunadas, como ya ha ocurrido. Recordemos la aplicación -por una jueza- de la ley de femicidio a favor de Sandra Torres contra periodistas y fiscales de la FECI.

Seguimos queriendo tapar el sol con un dedo y no gustamos de realidades que tenemos frente a nosotros y no queremos aceptar. Continuamos divagando en el campo ideológico, militante, feminista, machista, heteropatriarcal o de cualquier otro tipo, pero no nos preguntaremos nunca si debemos cambiar hábitos culturales que desvirtúan el comportamiento propio del siglo XXI. Los latigazos públicos que algunos aceptan como parte del  “derecho consuetudinario” es una de esas aberraciones que aún persiste, y el rapto de la novia, otra ¡Ahí lo dejo!, tampoco creo que sirva de mucho mientras no aceptemos la triste realidad o cuestiones, incluso, el papel de la iglesias en todo esto.


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