El 2023 será una expresión más clara y evidente de las miserias nacionales que hemos construido por acción, omisión y dejadez.
Iniciamos -principiamos diría aquel- un año nuevo. Volvemos, en este mes de enero y por arte de birlibirloque, a ser los ingratos que fuimos hasta noviembre del 2022, después de limpiar el alma, con infantil fantasía, en un diciembre lleno de “amor y paz” que permitió olvidar penas por unos días en una especie de acto de caridad para uno mismo.
En este 2023 tendremos unas elecciones generales con los mismos candidatos pelmazos que tradicionalmente concurren a estos comicios. Encontraremos perfiles como el de esos cuatro pillos recientemente reclamados por narcotráfico en los USA, y que -aunque duela- fueron votados por muchos y aupados democráticamente a los puestos que ostentan, aunque nadie quiera responsabilizarse de ello. El político -dejémonos de engaños que ya pasaron las fiestas navideñas- es el reflejo de la mayoría de una sociedad, y los “nuestros” no son diferentes a “nosotros”, por mucho que queramos separarnos de ellos, especialmente cuando vemos de qué son capaces. Para escapar de esa hiriente responsabilidad, creamos una barrera artificial entre la realidad y el ideal sin advertir el poder del voto que, sin ser lo único que permite cambiar ciertas cosas, es lo más poderoso en una democracia.
En este anno Domini, seguiremos con una Corte Suprema de Justicia ilegalmente consolidada en el poder judicial, y sostenida por un Congreso de nefastos personajes que se reparte el dinero público con inusual descaro. El sindicalismo depredador hará de las suyas y nuevos pactos colectivos exprimirán las arcas públicas como suele ser habitual. Las invasiones de fincas continuarán y serán justificadas por inescrupulosos ideologizados que ven en ello la forma de recuperar el “despojo histórico”. Los grupos armados ilegales operarán en determinadas zonas aunque ciertos medios hablen de “problemas históricos entre poblaciones vecinas”. La delincuencia continuará acechando a sus víctimas y llenando las redes de videos con crímenes impunes a la luz del día. La corrupción reaparecerá victoriosa en este espectáculo circense que es la política nacional. El narcotráfico y el crimen organizado repetirán las actuaciones colombianas y mexicanas de los ochenta y se enraizará en el poder local por medio del dinero, la extorsión, la presión y el miedo. Se “descubrirán” súbitamente grandes superficies de plantaciones de droga que parecieran emerger de la noche al día, y serán defendidas por pobladores locales que enfrentarán a las fuerzas del orden, mientras se justifican con envolturas de históricas luchas campesinas o problemas estructurales de larga data. Los gringos se enojarán con nosotros, y seguramente los europeos también, porque dicen -y llevan razón- que no hacemos mucho por cambiar el país. Ciertos diplomáticos acreditados reclamarán más gasto público y subida de impuestos mientras, al pagar, muestren su tarjeta de exención del IVA y padezcan menos carga impositiva sobre lo que cobran en sus respectivas organizaciones que lo que desean que hagamos los demás. La migración seguirá en alza y los “amigos” del norte pretenderán demostrar lo humanos que son mientras cierran la puerta a quienes huyen de la miseria. Seguiremos ahogados en el tráfico con paciencia del santo Job, y protestaremos para adentro sin hacer mucho más.
En definitiva, el 2023 será una expresión más clara y evidente de las miserias nacionales que hemos construido por acción, omisión y dejadez. Quizá este año tampoco veamos la oportunidad que tenemos para cambiar lo que no funciona y de lo que nos quejamos permanentemente, mientras escapamos a ese mundo avatar que nos anestesia un poquito de lo mal que otros hacen y de lo que, por supuesto, somos ajenos.
Como diría humorística y familiarmente un buen mexicano: ¡Feliz 2023 cabrones! (póngale usted el tonito).
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