Tardamos demasiado tiempo en detectar qué es lo fundamental en la vida, mientras coqueteamos con lo urgente, con lo superfluo.
Este 14 de febrero es buen día para reflexionar sobre el cariño, el amor y la amistad. De hecho, cualquier momento debería serlo para meditar sobre lo que muchos han considerado motor de la vida. El amor, en sus diferentes formas de expresión -la amistad y el cariño son dos de ellos-, es combustible emocional necesario para trabajar, relacionarte, estudiar, ocupar el tiempo libre y hasta perder la cabeza. Tendemos a hacer aquello que nos apasiona, aunque no siempre se logre, y relacionarnos con las personas que alegran el corazón y el espíritu. Es una disposición humana natural y permanente a la que ciertas pasiones negativas relegan, y hacen que olvidemos su importancia.
Hay amores que matan y amores que salvan. Amores que reviven al pensar en besos, abrazos, caricias, miradas, pensamientos, y sueños que los actualizan. Amores prohibidos, imposibles o perdidos en el tiempo de una juventud pasada. Amores eternos que permanecen escondidos en la sobra del alma y reflejados en fotos descoloridas por el paso de los años. Amores que quitan el sueño o te relajan en la contemplación, incluso amores que son realmente desamores y se disfrazan astutamente para no ser detectados. Amor que transmuta con el tiempo de pasión a amistad y a contemplación, y lejos de perder intensidad la modula y engrandece. Amor a los hijos, a los nietos, a la pareja, a los padres, a la familia.... Amor contemplativo, entregado, servicial, gratuito, genuino, amor de siempre. El amor se manifiesta de diferentes formas, con distinta intensidad y nombres diversos, porque -como dijera Pascal- el corazón tiene razones que la razón desconoce.
Tardamos demasiado tiempo en detectar qué es lo fundamental en la vida, mientras coqueteamos con lo urgente, con lo superfluo. Solemos optar por lo grandioso en lugar de buscar las gotas de esencia, y perdemos años distraídos y almacenando riqueza, posesiones, fama, poder o construyendo altares al ego. Relegamos la humildad y la sustituimos por soberbia; la paz interior por estrés permanente, y el atardecer felizmente acompañado por la bulla. Dejamos a un lado miradas cómplices, que suelen ser los primeros besos no dados, manos entrelazadas, corazones palpitantes, café cómplice de atardecer crepuscular o de frío amanecer que invita al suspiro, a la paz interior, a un sentimiento de felicidad.
Todos amamos, porque es un sentimiento exclusivamente humano, aunque a algunos les resulte cursi reconocerlo. Hacemos las cosas por amor y con amor, pero no solemos detenernos a reflexionar sobre la importancia de ello, y sobre todo a profundizar. No advertimos que la vida es efímera y lo permanente es poco -o nada- y a lo sumo, un día, súbitamente, apenas te llevas el beso que te dio por la mañana tu pareja, tus hijos, tus padres, y para de contar, porque apenas cabrás en el ataúd que no pediste, pero que el tiempo te asignó irremediablemente. Olvidamos que el amor puede mutar sorpresivamente, o desaparecer. Damos por hecho -como con la libertad- que esos sentires que entornan nuestra vida son permanentes y no es necesario cultivar, luchar por ellos, reforzarlos, hasta que un día súbitamente se disipan, y dejan huérfana el alma.
Hoy -y siempre- es un buen momento para dar un beso, ofrecer una caricia, una mirada, un guiño, decir te amo o enviar ese saludo amistoso que la tecnología facilita. Un excelente día para disfrutar del amor, del cariño y de la amistad y de celebrar que puedes expresarlo porque la vida te regala instantes irrepetibles y de incalculable valor con esas personas únicas a las que amas y que, en el fondo, hacen que seas como realmente eres.
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