La respuesta a ese desmadre no la vamos a encontrar en la ideología, sino, en general, en la ausencia de principios y valores éticos
La pugna ideológica, más intensa en periodo electoral, es una realidad y anima una necesaria discusión. Derechas e izquierdas presentan programas económicos, sociales o de infraestructura, desde ángulos diferentes: estatista o no, con capital público, privado o mixto, con énfasis social o individual, etc. Sin embargo, no entendemos que cuando falta un eje transversal de educación en principios y valores, debatir sobre cuestiones ideológicas es un distractor periférico que no llega al meollo del asunto.
En esta sociedad poco educada en principios éticos, no tiene sentido la discusión ideológica, y no sirve para nada. Las “derechas” y las “izquierdas” son lo mismo. La desnutrición infantil les importa un carajo, al menos en el ejercicio práctico de la política -el discurso es diferente-, la educación pública -o el nefasto sistema educativo- tampoco les perturba mucho, y no digamos el cambio de normas subjetivas por otras objetivas y generales.
No son diferentes, son iguales de racistas, excluyentes, clasistas y mediocres, y se ve mejor con los ejemplos de El Salvador, Nicaragua y Honduras, donde han gobernado izquierdas y derechas, con idéntico resultado: corrupción, autoritarismo, violencia y robo de recursos públicos. Aquí, como “las izquierdas no han gobernado”, pareciera que es un tema exclusivo de “derechas”, aunque olvidamos que hay alcaldes de todo el espectro político y, con alguna excepción, los problemas son idénticos. Además, la UNE es socialdemócrata -aunque muchos lo callan para seguir con la narrativa- y ha ostentado el poder nacional, y el local por 15 años.
La respuesta a ese desmadre no la vamos a encontrar en la ideología, sino, en general, en la ausencia de principios y valores éticos. Cuando un país gusta de recomendaciones y no de la meritocracia, de incluir a parientes en listados de beneficiados políticos, se utilizan los recursos del Estado en favor propio para financiar privilegios, se prometen las mismas sandeces, se comprometen económicamente con deuda pública a futuras generaciones o no se manifiesta un solo día en la calle por miles de asesinatos o violaciones, resulta que el panqueque es el mismo, aunque le pongamos mermelada o miel.
Nos hemos deshumanizado e invisibilizado al ser humano. No se presta atención a la persona, sino a integrantes de grupos de presión/poder cercanos a la ideología de interés. No se legisla para individuos, sino para colectivos: tercera edad, LGTBQ+, niños, mujeres, indígenas, trabajadores, etc., y en la medida que atomizamos al ser humano generamos grupúsculos que conforma entes sociales inestables, competitivos entre sí y con interacciones en las que predomina un juego de suma cero asociado al presupuesto y a la función pública: o tuyo o mío.
Para conformar una sociedad exitosa hay que establecer sólidas bases de respeto y rectitud ética, y eso no ocurre desde la ideología que es un estadio posterior. Hay que comenzar por hablar de que todos los seres humanos somos iguales, sin privilegios, cuotas o beneficios; hay que respetar la fila; acceder a los puestos por méritos no por amiguismo; no dejar tirado el carro en la calle ni reservar lugares para otros; no matar, robar, disparar ni amenazar; apoyar leyes generales y no particulares o interpretativas; cultivar eso que se llama honestidad; no acosar o violar ni consentir que nadie muera de hambre, entre otras muchas cosas.
Perdón, pero nos mal educamos en ser chispudos, pillos y vivos, así que hablar de ideología es una pérdida de tiempo que solo pueden permitirse quienes han superado la fase previa de respeto al otro, y cultivado la civilidad. Seguimos anclados en la prehistoria política mientras nos damos ínfulas de modernos ¡Qué penoso!
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