Pareciera haberse reactivación el trauma del conflicto que enfrentó a dos bandos que, al igual que ahora, dejaron aprisionados a la población entre ellos
Vamik Volkan define -en su libro Psicología de las sociedades en Conflicto- los conceptos “tiempo colapsado” y “trauma designado”, en relación con ciertos traumas -bélicos o no- que se transmiten generacionalmente y pueden reactivarse con el tiempo. De alguna forma reviven y pueden llegar a inflamar situaciones del subconsciente a través de entrelazar recuerdos del pasado con los actuales.
La teoría de Volkan parece estar presente en la situación postelectoral nacional. Los resultados electorales activan, cada día más, ese subconsciente de la polarización del pasado conflicto armado -cuando no de épocas anteriores- con discursos de izquierdas-derechas que pretende establecer una sociedad dicotómica y emergen odios, señalamientos y visceralidades que se creían superadas. Surgen temas como la lucha de clases, la reforma agraria, la propiedad de la tierra, el enemigo ideológico, la expropiación, y cuestiones no menores relacionadas con creencias religiosas transmutadas, con el agregado de ideologías modernas como las de género, entre otras.
Pareciera haberse reactivación el trauma del conflicto que enfrentó a dos bandos que, al igual que ahora, dejaron aprisionados a la población entre ellos, y que pretenden que nos definamos respecto del extremo que cada uno presenta como referente. Pues bien, ni en uno ni en el opuesto encontramos la forma de superar los conflictos. Unos, esperan que el cambio que se pueda venir sea una regresión al pensamiento de 1944; los otros ven 1954 como la mejor solución para reducir el riesgo que proyectan sus oponentes. Olvidan ambos que aquella década estuvo inmersa en un contexto sociopolítico propio, doméstico, nacional, pero también en un ambiente internacional muy diferente al actual, y poco analizado por cierto.
La mayor libertad de prensa, la multiplicidad de redes sociales, la desaparición del mundo bipolar, el pluralismo político, la globalización, la educación y la consolidación de valores democráticos, son aspectos que dibujan un escenario distinto al de hace 80 años, aunque nos quieran presentar situaciones similares. Es deber del ciudadano no dejarse llevar por cuestiones que deberían estar superadas, aunque siguen incrustadas en ese “tiempo colapsado” en forma de trauma, que aparece sin darnos cuenta, pero al que podemos enfrentar con las herramientas propias del conocimiento y la razón.
Hay que comprender que no podemos dar marcha atrás -lo que es muy conveniente- ni tampoco saltar por encima de valores y principios de democracia liberal que permiten un mundo más previsible. Los “que llegan” tiene un reducido margen de maniobra político sujeto a la capacidad real de cambio social, que a su vez está determinada por la economía, la globalización, los valores de la democracia, el tiempo y la idiosincrasia. A los que pretenden dejarnos atascados en una burbuja arcaica repleta de falsedades, hay que hacerles ver que la fuerza no es la vía de transformación porque nunca ha cambiado mentalidades, sino robustecido posiciones. Todos, en general, debemos sacudirnos traumas del pasado que al brotar de nuestro subconsciente, desconfiguran la realidad, volviéndonos optimista enfermizos o pesimistas trágicos.
Evitemos sustituir la realidad por el “realismo mágico”, aceptemos que los cambios pueden ser buenos, porque nos obligan a contrastar ideas propias con otras formas de hacer las cosas, y que la manera correcta de oponerse a ellos es ofrecer mejores alternativas a la gestión efectiva de lo público. No es necesario encender nuevamente la llama de la confrontación que es fácil de entender que no conduce a parte alguna, más allá de matar a muchos, beneficiar a muy pocos y provocar lamentos generacionales.
Son tiempos para sentarse, reflexionar y dominar esos “demonios” que aparecen en forma de traumas, y que únicamente conducen a una preocupante ceguera política.
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