Vivo aquí hace 25 años y no ha habido momento -política y socialmente hablando- en que se haya respirado un instante de paz, relax y esperanza racional
¿Cuál debería de ser el calificativo adecuado para un país que lleva 202 años de independencia y todavía pide a gritos ser tutelado? No importa si es un organismo internacional, otro país o personas elegidas, pero Guatemala no avanza en la Historia sin un lazarillo que, como el de Tomes, la guie, pero también promueva la picaresca, una forma de actuar entre mendigar y robar. Chispudos le dicen, porque al cambiarle el nombre el sonido hace más amigable la realidad.
Después de tanta antorchas patrias, desfiles patrios, himnos nacionales, fiesta patriótica, redobles de tambor y desfiles marciales, la coyuntura nos recibe de regreso con un bofetón, para seguir enfrascados en esa perenne y polarizada discusión cantinflesca entre “verdes y azules”, mientras los chispudos parten el pastel patrio para revertir elecciones democráticas o aplicar normas a capricho.
Pensar que los jóvenes a los 18 años son responsables y los animamos a buscar su propio destino, mientras seguimos encerrados, 202 años después, en el baúl de los recuerdos de la Conquista, la revolución del 44…, y poco más ¿Qué mal fario tiene América Latina que no se zafa de la Doctrina Monroe ni del Destino Manifiesto, no despega de la cola del desarrollo, supera la confrontación fratricida o el golpismo perpetuo?
Vivo aquí hace 25 años y no ha habido momento -política y socialmente hablando- en que se haya respirado un instante de paz, relax y esperanza racional, porque la enfermo-optimista está presente a diario. Siempre buscando al líder que no llega, en vez de creer en uno mismo; en el partido que no se organiza -ni los de futbol traen alegría-; en la justicia que juega al escondite detrás de mafiosos, narcotraficantes, criminales diversos o políticos desviados ¿Qué maldición pudo proferir Ah Puch desde el inframundo para matarnos un poco cada día?
Países con menos tiempo de independencia han logrado cotas muy altas de prosperidad ¿Será por el respeto entre sus ciudadanos, la educación, la observancia de los derechos individuales y la justicia que pone en orden a quienes saltan la valla sin permiso? ¿Quizá porque creen más en ellos que en los liderazgos de ficción que algunos venden? ¿O posiblemente porque la eterna primavera no les afecta las meninges, y el raciocinio se impone a la fantasía, la verdad al cuento y la responsabilidad al capricho? En todo caso, el dinosaurio siempre está ahí, duermas o despiertes, y gustamos tenerlo cerca.
Con esa actitud estamos derrotados de antemano, y huimos de la responsabilidad exigiéndole a otros que controlen lo que nosotros no estamos dispuestos a hacer. Le damos la razón a Hobbes pero le modificamos el estado de naturaleza, que lejos de ser competitivo y de fricción, lo tornamos pusilánime y huidizo. Clamamos al leviatán, no para que ordene nuestras ambiciones desmedidas, sino para que controle nuestra cobardía manifiesta.
Así es muy difícil avanzar. De hecho es imposible, y 202 años -que es mucho tiempo- lo demuestran. No queda más que terminar el año implorando -llorando que suena más vergonzoso- para ver si la comunidad internacional nos salva de las garras de Camazotz, para aupar al líder supremo a quien seguramente terminaremos por sacrificar al poco tiempo, para expiar nuestro permanente descontento e inacción.
“Solo” hemos perdido dos siglos en el intento de no saber qué hacer, mientras buscamos culpables históricos -o presentes- para ensañarnos con ellos. Una o dos veces al año -como en estos días- no encendemos en patrio ardimiento y volamos más alto que el cóndor y al águila real, cerramos los ojos y olvidamos los mundanos asuntos terrestres, para luego desplomarnos nuevamente.
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