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martes, 6 de noviembre de 2012

¡Fíjese qué…..!


El que se pone de puntillas..... no puede sostenerse derecho.

En este país no se cumple la ley. Verdad a medias es atribuir la alta delincuencia a la falta de justicia. Si quien comete un delito fuese castigado, posiblemente disminuiría el número de crímenes, pero si se observaran las normas y se respetara al próximo no es menos cierto -y mejor- que no haría falta actuación judicial. En muchos lugares “civilizados" no es tanto la eficacia del sistema de justicia, cuanto el cumplimiento voluntario de las reglas. Aquí, contrariamente, el prójimo importa un carajo y consecuentemente, no se respetan semáforos, el bus para cada diez metros, se invaden fincas, se cortan carreteras, se secuestra, agrede y lincha o se elude la fila sin importar que otros estén esperando. El irrespeto de los derechos ajenos es la habitual forma de conducirse, despreciando la advertencia de Benito Juárez.
Aprovechando tribunas privilegiadas, atrevidos comentaristas -deudores de favores o con ínfulas de "filósofos emergentes"- agreden descaradamente a Locke, Grocio, Rousseau, Bastiat, Hume, Hobbes y otros, convergentes en la necesidad de un orden, formal o informal. El pilar de la vida en sociedad -y deber ineludible del gobernante- es la observancia de los derechos individuales, aunque promueven que prime la realidad y la coyuntura en el ejercicio político y que la letra muerta de la norma justifica su inobservancia. Para hacerse notar o quedar bien con el poder sugieren -irresponsable y peligrosamente- que el gobernante decida según el momento y las circunstancias, ignorando que la letra muere, justamente, por la inoperancia gubernamental de su exacta observancia ¿Para qué leyes sobre cómo circular en moto o no utilizar pasamontañas en manifestaciones si no la hacen cumplir, o la pena de muerte (que no comparto) si tampoco se aplica? La falacia de que la democracia es el gobierno de la mayoría es similar a la de hablar del “arte de la política” en lugar del más preciso término de la gestión pública honesta y eficaz. Un Estado ineficiente promueve una cultura de incumplimiento -y viceversa-, aprovechada por grupos de presión -vividores y creadores de conflictos- que aprenden rápido a transgredir el orden al no ser sancionados por ello. Ejemplos sobran: Barillas (agresiones y linchamientos), Totonicapán (cortes de carreteras), San Marcos (secuestros), etc.
La oficina del Alto Comisionado de ONU para los DDHH en el país, también contribuyó al despropósito con frívolos comentarios atentatorios contra la razón y la inteligencia más elemental al declarar: “no es posible utilizar el derecho a la locomoción como justificación para la negación de la libertad de manifestación”. Enredada prosa diplomática ausente de compromiso que ignora el artículo 32.2 de la Convención Americana de Derechos Humanos (Pacto de San José) -igual que hacen otros manipuladores ideologizados- y que establece artificiales prioridades generando mayor confusión al no aclarar que los derechos son todos iguales y no hay que vulnerar uno para cumplir otro ¿Qué esperar de funcionarios internacionales bien pagados que mañana se irán a “arreglar problemas” a otros lugares mientras en este llevan cómoda vida exenta de ISR e IVA? La ética comienza por uno mismo (Savater). No es preciso esperar a nadie para tener un comportamiento correcto, educado, respetuoso de los derechos ajenos, limitador de los excesos propios y siempre equilibrador de la vida en sociedad. Justificar lo irracional únicamente relativiza las cosas y promueve la arbitrariedad donde la norma indica precisamente qué hacer. El Estado de Derecho -el imperio de la ley- no debe depender del flexible y caprichoso criterio de nadie ¡Cómo cuesta que algunos lo entiendan y otros lo hagan cumplir!

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