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lunes, 9 de diciembre de 2024

Cuotas de género y otras linduras

Este progresismo moderno nos ha llevado a extremos en los que incluso emitir opinión tiene como resultado la crítica punzante de ciertos pelmazos

En un medio escrito español se pudo leer el siguiente titular hace unos días: “El joven que se ha quedado sin ser bombero por el opositor trans…” Narra la historia de un hombre que consigue la última plaza para ingresar como bombero -la número 126-, y cuando pensaba que tendría al merecido trabajo -ganado por oposición- una reclamación de otro hombre, que se había declarado mujer, lo dejó fuera de cupo. 

El autopercibido mujer, con las marcas que había obtenido en las diferentes pruebas como varón, fue reclasificado en función del baremo femenino de puntuación -mucho más condescendiente que el masculino- y ascendió cien puestos, a lugar 101 del 201 que ocupaba. Obviamente desplazo al hasta entonces número 126, al lugar 127, y lo sacó del listado de aprobados.

Así que si se incendia su casa o requiere otros servicios de bomberos, será conveniente que solicite que vayan exclusivamente hombres porque han pasado pruebas más exigentes, y por tanto estarán en mejores condiciones de atender su urgencia. Es inverosímil que se contrate a dos tipos de bomberos -pero también policías y militares- teniendo en cuenta que, debido a las diversas emergencias que atienden, tendrían que contar con las mismas capacidades.  Hay una evidente discriminación que empeora la atención, aumenta los costos, expulsa a personas más cualificadas del trabajo público y promueve y tolera un sistema de desigualdad que afecta negativamente el servicio prestado a la ciudadanía. Pagamos por algo “de primera” y nos puede llegar “de quinta”, porque la diferenciación de exigencias así lo permite. 

Y es que la políticas públicas de corte internacional han aturdido la razón y la mínima lógica, y creado un espacio para que el feminismo manipulador y radial sea un eje transversal del progresismo moderno, pero con altísimo costo social que se silencia. 

Lo único que habría que hacer en la función pública es fijar condiciones mínimas de entrada, según el trabajo que se ofrezca. Y si hay que manejar una manguera de agua de cierto peso y presión, hará falta un fuerza determinada que deberá trasladarse a las condiciones física de entrada, pero sin diferencias según el sexo. Luego, quienes pasen esas pruebas, deberían ser contratados por el orden de puntuación obtenido, para poder prestar el servicio correspondiente al ciudadano lo mejor posible ¿En qué momento, en un espacio tan sumamente racional, metieron la cuchara y generaron tales elucubraciones con aquiescencia de otros mendrugos que pueden necesitar dichos servicios en el futuro?

De seguir así, supongo que habrá que cambiar el modelo de atención en los teléfonos de emergencias, y cuando alguien pida ayuda le pasen primero un cuestionario específico para ver a qué velocidad corre el atracador que le acaba de robar, la corpulencia que tiene o el peso de la persona que se está ahogando, entre otros datos, y así decidir si llega un hombre, una mujer o alguien autopercibido como tales, porque contarán con capacidades físicas muy distintas,  ya que así se lo permitieron en el ingreso.

La gilipollez se cuenta por sí misma y no requiere de sesuda reflexión. Este progresismo moderno nos ha llevado a extremos en los que incluso emitir opinión tiene como resultado la crítica punzante de ciertos pelmazos -y pelmazas- incapaces de ver más allá de sus narices.

Cada vez más se promueve y potencia el odio “al macho alfa”, aunque se sustituye por “la hembra alfa” con idénticos errores y prejuicios que aquellos que se desean desterrar.

Estamos en un mundo al revés, en casi todo, y esto del femininazismo no es una excepción, sino más bien cumple la regla a cabalidad.

¡Uy que dije!


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