¿Cuánto cabrá en el traje de madera que estamos destinados a estrenar un día, aunque el árbol ni siquiera esté todavía plantado?
Parece ser condición humana la búsqueda permanente de la felicidad, como señalaron Aristóteles, Sócrates y otros. Extensa literatura y diversas reflexiones filosóficas están orientadas en esa dirección. El “único” problema es que ese “estado de satisfacción físico y espiritual” es subjetivo lo que nos lleva a hablar de “felicidades”.
Podríamos, sin embargo, estar buscando en el sitio incorrecto, de ahí la frustración que genera esa exploración permanente, y los escasos logros que se alcanzan. Cierta mayoría, además, amarra la felicidad a posesiones materiales aunque tampoco terminan de encontrar satisfacción porque la ambición es infinita ¿Está la humanidad encaminada en la dirección correcta?
Antonio Gala, extraordinario escritor, en una entrevista con Jesús Quintero, periodista no menos destacado, dijo que él ya no buscaba la felicidad, ni mucho menos el amor, sino la serenidad. Ese estado de tranquilidad parece ser mucho más asequible que aquel otro, y probablemente más fácil de lograr.
El diario trajín apenas deja tiempo para resolver la coyuntura, y ni siquiera es siempre posible. Un día, de pronto, súbitamente, un amor acabado, unos bienes perdidos, un proyecto evaporado, un fallecimiento o un desastre económico o natural, nos traslada a un mundo vacío, porque todo se ha perdido y hay que empezar de cero. Es ahí cuando se comienza a construir la “nueva vida”, pero sobre todo a edificar ese nuevo espíritu de búsqueda. Parafraseando a Joaquín Sabina, otro gran poeta: ¿Cuánto cabrá en el traje de madera que estamos destinados a estrenar un día, aunque el árbol ni siquiera esté todavía plantado? La respuesta es evidente y universal: apenas el propietario, y todo lo demás quedará fuera. Heidegger lo sugiere con la idea de la existencia auténtica frente a la inauténtica.
La paz interior es un estado de permanente serenidad en el que la “pre-ocupación” no existe. Una suerte de armonía entre lo externo y lo interno que permite ver las cosas con mayor claridad, pausadamente y fuera de influencias sociales, de dinero, de cantidad y de otros condicionantes. Consiste en saber que estás ahí, en un espacio infinito y complejo, que eres una pieza insignificante de un puzle enorme, pero que sin ella está incompleto, y por lo tanto tienes tu espacio. Es conocer el sitio que verdaderamente ocupas, pero sobre todo el que ocuparás en el futuro. Requiere colocar ciertas prioridades en un orden diferente, y ese puede ser el principal obstáculo cuando se tienen posesiones materiales de las que no queremos o podemos desprendernos, y quedamos inevitablemente atados a ellas.
Es deseable, cuanto antes, iniciar el camino hacia la búsqueda de la paz, de la serenidad, y no confundirlo con el de la felicidad. Ahora que inicia otro año, puede ser un buen momento para tenerlo como único propósito, en lugar de esos listados de deseos que terminan por difuminarse con el tiempo, tras inútiles esfuerzos por amarrarnos a lo de siempre. Quizá sea la razón por la que muchos monjes viven en un estado de absoluta tranquilidad, y son capaces de transmitirlo a quienes los ven o escuchan. Personas no ancladas -por las razones que sean- a cuestiones materiales de las que pueden prescindir o disfrutar intermitentemente. Tranquilidad para estar, sentir, percibir, soñar, vivir y ser.
Nada es tan importante como la paz interior que termina por transmitir esa sensación de serenidad, e irradia un aura perceptible. No hay que desecharlo todo, pero sí evitar que distraiga, esclavice o condene a un diario sinvivir que únicamente el encuentro de la paz puede contrarrestar. En el fondo, como dijo Sartre, “estamos condenados a ser libres”.
¡Por un 2025 sereno y en paz!
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