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lunes, 10 de febrero de 2025

La gestión privada de lo público

Trump promueve la reducción de costos en la abultada y carísima administración norteamericana, nada diferente a lo que ocurre en el resto del mundo

Entender a Trump no es fácil. No sólo la forma en cómo expresa determinadas ideas, sino el modelo de gestión política que aplica. Con su respaldo, Elon Musk confronta un enorme problema de todos los gobiernos occidentales: el alto costo de la enorme burocracia. Un sin número de agencias, instituciones, centros y dependencias gubernamentales o descentralizadas gestionan miles de millones de dólares y atienden gestiones particulares de la política de cada una de ellas, más que cuestiones de interés general para el resto de los ciudadanos. En ocasiones, incluso llevan a cabo políticas públicas divergentes de las del gobierno y le generan competencia, por lo que es legítimo preguntarse si un Estado debe de financiar, con dinero de sus contribuyentes, temas relacionados con activismo político en otro Estado. 

Trump, igual que Musk, son empresarios que en su actividad profesional hacen el necesario cálculo económico, sin el cual es imposible planificar y proyectar cualquier modelo de negocio efectivo. En política, sin embargo, “no es necesario” ni hay costumbre de hacerlo. Cualquier empresario debe buscar ser eficiente y prestar un buen servicio para que sea demandado, porque de lo contrario su empresa fracasará. No ocurre así con el administrador político, quien siempre dispone de recursos generados por otros y obtenidos “a la fuerza” -impuestos-, independientemente del retorno que haga de lo tomado.

Estamos acostumbrados a que el político no explique cuánto costará un ministerio, universidad, transporte o centro de salud para atender a los ciudadanos, sino que permanentemente reclame más dinero, lo que en modo alguno ocurre en la iniciativa privada que busca justamente lo contrario: reducir costos sin bajar los beneficios ni la calidad, porque de lo contrario se malogra el modelo.

Trump promueve la reducción de costos en la abultada y carísima administración norteamericana, nada diferente a lo que ocurre en el resto del mundo. Milei, otro empresario más leído que Trump, hace lo mismo en Argentina, y es evidente que eso escandaliza al resto de políticos que ven peligrar sus prácticas y privilegios como pensiones, servicios, vehículos, oficinas y otros que suelen heredar de por vida. Es la búsqueda de la eficiencia en el gasto público, aunque lo más extraño es que el ciudadano no lo advierta, y pareciera querer defender al político tradicional que tanto ha censurado.

No puede ser que ningún gobierno del mundo hable del costo necesario -y preciso- para hacer funcionar cualquier ministerio o dependencia a su cargo, y si tenga una permanente voracidad económica que incrementa constantemente el presupuesto nacional. Tampoco es de recibo el endeudamiento permanente y el déficit entre lo ingresado y lo gastado, que lleva a números rojos fiscales. 

Los gobiernos deben de acostumbrase a gestionar lo público con parámetros similares a los utilizados en la gestión privada. El “ánimo de lucro” debe de ser una constante en la mente de todo gestor público, entendiendo por tal obtener los mayores benéficos para el ciudadano. Intente averiguar cuánto cuesta un estudiante en un centro público, un pasajero en un bus colectivo, o un paciente en un hospital estatal. Podrá, sin embargo, tener datos precisos de la misma información en cualquier centro o transporte privado, porque sin ella no sería posible hacer una gestión económica eficiente ¡Tan sencillo como eso!

El miedo a lo que está haciendo Trump -o Milei- no es otro que el éxito que pueda tener, porque podría demostrar la forma canalla en la que se ha estado haciendo la política, y generar un efecto dominó entre los ciudadanos que exijan a sus gestores públicos una eficiencia hasta ahora ausente de la gestión política. 

lunes, 3 de febrero de 2025

La cooperación a debate

La finalidad de la cooperación internacional es actuar como brazo de política exterior de los Estados, y dejémonos de romanticismos

Entre los embates a cosas que considera que es necesario cambiar, y formaron parte del discurso preelectoral por el que fue elegido, míster Trump ha paralizado, por tres meses, la cooperación internacional de los USA. La política general parece ser no gastar un centavo que no tenga una repercusión directa en el país, lo que me parece muy bien porque en definitiva son impuestos de los ciudadanos estadounidenses. Quienes no advierten que pagan ayudas con sus contribuciones y son partidarios de que se siga haciendo, lo que pueden continuar libremente entregando donaciones, pero no obligando a que todos participen. 

La finalidad de la cooperación internacional -ayuda o como se le quiera denominar- es actuar como brazo de política exterior de los Estados, y dejémonos de romanticismos. Los gobiernos, salvo en situaciones de catástrofes, colaboran con otros en función de sus intereses políticos, y no porque sean piadosos o tengan una conciencia superior, eso simplemente es una visión sensiblera y fantasiosa.

En los setenta, la Asamblea General de la ONU acordó que los países ricos -concepto no definido, y marcadamente subjetivo- destinaran el 0,7% de su producto nacional bruto a la ayuda al desarrollo. En algunos lugares se promovió lo que se denominó el “movimiento 0,7%”, grupos de personas que vieron una forma de vivir de la cooperación internacional “gestionando” esos pingües fondos que iban a liberar los “países ricos”. Se acababa de crear una profesión que necesitaba más militancia que universidad.

Prestos, crearon ONG,s en infinitas proyecciones sociales, para arreglar todos los problemas habidos y futuros, y de esa manera ser receptores de fondos estatales para tales fines. En las calles, una legión de jóvenes intentaba afiliar a transeúntes para que donaran en pro de salvar las ballenas, ayudar a las madres jóvenes de Somalia o en defensa de los gatos abandonados en cualquier parte del mundo, porque no hay sector que no se pueda asociar al nombre de una ONG. Únicamente hay que tener creatividad, y cara dura en ocasiones.

Tuve la oportunidad de darle seguimiento a algunas de esas organizaciones, y después de 25 años que llevo viviendo en el país, siguen perpetuadas con idéntica prédica, sin que hayan cambiado absolutamente nada, a pesar de que contaron con cientos de millones de dólares y de euros. Los muy vivos gastan en cada escalón de transferencias entre un 15/20% para gestión en ese nivel, así que si hay dos o tres, finalmente llega, con suerte, dos o tres quintas partes a los sujetos objetivo porque lo demás se queda en vehículos, oficinas, suntuoso pago a los oficiales de proyectos, inútiles publicaciones, además de talleres de socialización y reuniones con desayunos, cuando no pago a manifestantes.

Los temas más atractivos por estos lares han sido aquellos relacionados con el indigenismo, el genocidio o la mujer, trasladados desde USA en donde se aniquilaron a todos los pueblos originarios -no aquí- o desde Europa, lugar en el que los índices de violencia contra la mujer son porcentualmente más altos. Una suerte de efecto espejo que promueve el debate lejos de las fronteras donde sucedieron/suceden los acontecimientos, y el consecuente desgaste lejos del origen.

Ciertamente no toda la cooperación es negativa, pero como cuenta un amigo mío cooperante: cobramos miles de dólares o de euros al mes, aunque pagamos menos impuestos que los locales e idénticos salarios a nuestros empleados. Eso sí, criticamos que los nacionales tributen poco, pero realmente nosotros hacemos lo mismo. 

Una forma de vida, y la materialización de aquello de “haz lo que digo pero no lo que hago”.