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lunes, 24 de febrero de 2025

Trump limpia la mesa

La ciberseguridad como forma de protección y la ciberguerra como acción, son los dos principales vectores de una nueva forma de confrontación silenciosa

Cada día está más clara la política exterior norteamericana. La administración Trump “ha designado” a China como el enemigo potencial, y como antaño lo fue la URSS ahora lo es el régimen de Xi Jin Ping. Pero no se pueden abrir frentes sin cerrar otros, y esa es la principal razón para poner fin al conflicto Rusia-Ucrania que detrae atención y recursos, y focalizarse en quien de verdad pone en jaque la primacía norteamericana.

En veinte años, China ha penetrado el mercado mundial, pero particularmente el latinoamericano, tradicionalmente reservado a la influencia norteamericana. Además, promueve y sostiene regímenes autoritarios como Venezuela o Nicaragua, sonríe a Honduras y otros países, e invierte en infraestructura estratégica en la región, lo que le permite posicionarse en el continente. 

Los EE.UU. pretenden arreglar un problema que se ha ido consolidando por años, ya que enfocaron su esfuerzo en otras partes del planeta. Sin embargo, ya no basta con contener geopolíticamente la expansión física de las potencias, ni usar la geoeconomía como forma de acción, porque únicamente las dictaduras pueden utilizarla eficazmente al no necesitar explicar a sus contribuyentes el dinero gastado. Por lo tanto, hay que buscar un nuevo vector, y ese es la Geotecnología, definida como el ejercicio del poder a través del uso y control de la tecnología y de los recursos que la hacen posible. De esa forma el adversario no podrá desarrollar sus capacidades con libertad de acción y creatividad, y se verá obligado a protegerse frente a la acción de estos nuevos medios.

La ciberseguridad como forma de protección y la ciberguerra como acción, son los dos principales vectores de una nueva forma de confrontación silenciosa que puede activarse a distancia y en el tiempo, y en la que es difícil localizar al inductor -enemigo- o predecir el momento en qué puede operar. Para ello se requiere de materias primas, y su posesión provoca la actual confrontación que alcanza a los países que cuentan con esos minerales y tierras raras, que son los recursos del futuro.

EE.UU. implementa una estrategia de contención e investigación, que puede auspiciar el debate de los próximos cincuenta años. De una lado, impide la proyección marítima china, pero también la económica; del otro, consigue los recursos que hagan posible desarrollar “estas nuevas armas”, y negárselas al contrario. Si se mantienen abiertos otros frentes faltarían capacidades, y esa quizá sea la razón de dar carpetazo al tema del conflicto europeo. Además, Rusia se queda -momentáneamente- como un aliado norteamericano, y la UE no reaccionará a favor de China, incluso después de las elecciones alemanas posiblemente tome una postura más cercana al interés norteamericano. Simultáneamente se hace una dura ofensiva diplomática hacia los países latinos para recuperar, en la medida de lo posible, el espíritu de la doctrina Monroe, e ir desalojando -o evitar que se amplie- la influencia asiática.

En todo este reajuste internacional hay un claro perdedor: la Unión Europea, salvo que los acontecimientos cambien en el corto plazo, lo que requiere de un inexistente liderazgo. Sin embargo, todo apunta a que puede tomar un rumbo más agresivo contra la migración y a favor de la seguridad y la defensa del continente, lo que la llevará a una necesaria introspección, mientras el nuevo orden internacional inicia su andadura.

Hay que considerar, sin embargo, los problemas de este tablero de ajedrez: Trump tiene poco más de tres años, porque no es reelegible.  Putin es un dictador, y no es de fiar. China piensa a largo plazo, así que puede esperar,  y la UE ni aprende ni escarmienta. Igual en unos años terminamos peor que iniciamos.

lunes, 17 de febrero de 2025

Liderazgo, política y acción

El europeo está acomodado al Estado de Bienestar y al paternalismo,  y no olvida los efectos ni los millones de muertos de dos guerra mundiales

Vivimos momentos calientes en la política internacional. Trump, después de llegar al poder por un alto desencanto social, firma diariamente órdenes ejecutivas con impacto mundial, y surge esta interrogante: ¿qué liderazgo político hay al frente de cada nación? El líder ha sido tradicionalmente alguien cargado de legitimidad que con apoyo de los suyos ha confrontado situaciones complejas. 

Trump sugiere -ordena- qué y cómo hacer para poner fin al conflicto Rusia-Ucrania, al tiempo que Vance pronuncia, en la conferencia de seguridad de Munich, un contundente y desafiante discurso contra la pasividad y deriva autoritaria de la UE. Además de hablar de libertad y democracia, les “recuerda” a Hegel y una de sus máximas: “el valor de un pueblo reside en su dosis de sacrifico”.

De los pilares de construcción de la Unión Europea (UE), el menos desarrollado es la política exterior y de seguridad común. Los Estados del viejo continente, a diferencia de los norteamericanos, no ceden su soberanía, representatividad ni el ejercicio monopólico de la fuerza, y es evidente la dificultad que ello representa a la hora de establecer una posición común externa, particularmente en situaciones de crisis ¿A quién hay que llamar para hablar con Europa?, se preguntaba Kissinger, el primero en exponer esa falta de interlocutor. 

La UE es una entidad económica, comercial y de política doméstica, pero en modo alguno proyecta unidad en cuestiones relacionadas con la seguridad y la política exterior. Con honrosas excepciones -Angela Merkel fue una- no hay un liderazgo capaz de coordinar diferentes países, lenguas, culturas y formas de expresión, más allá de consensos sobre cuestiones de convivencia diaria, que ciertamente son la mayoría. Y cuando surgen problemas -como el conflicto bélico Ucrania-Rusia- son los Estados Unidos quienes históricamente han estado detrás de la solución.

El europeo está acomodado al Estado de Bienestar y al paternalismo,  y no olvida los efectos ni los millones de muertos de dos guerra mundiales. Hablar de confrontación, ejércitos, gastos militares o defensa en la UE asegura el rechazo inmediato; sugerir un incremento en los gastos de seguridad nacional o de la OTAN, es arriesgarse a ser tachado de extremista de derecha, militarista o imperialista. El debate se torna profundamente politizado, y termina por conducir a la propuesta de Engels: ”el militarismo lleva en si el germen de su destrucción”.

En estos momentos críticos, Trump ejerce el liderazgo, y aunque no guste por su desdén y malas formas, pone de manifiesto una falta de dirección política eficaz en la mayoría de los países. Realmente no se avanza casi nada, y aquí vivimos un buen ejemplo de ello. Aquellos políticos que asoman la cabeza, inmediatamente se cuadran a sus imposiciones, y los ciudadanos terminan por alabar los resultados más que las formas. 

No podemos continuar con autoridades legales pero carentes de legitimidad social. Hay presidentes que gustan del boato del cargo y de los privilegios, pero son incapaces de gestionar cuestiones básicas de administración pública, mucho menos ejercer liderazgo. La clase política se ha funcionariado y despacha lo público en el marco de lo políticamente correcto o del populismo, sin tomar más decisiones de lo que su pusilanimidad le permite, olvidando la responsabilidad en el arcón de palacio. 

Se contentan con hacer lo propio de su deber sin que su voluntad adelante cosa alguna, que era como las antiguas ordenanzas militares diferenciaban a los oficiales que únicamente cumplían con sus obligaciones, de aquellos otros extraordinarios. No recuerdan, como dijo Dante Alighieri, que “Los lugares más calientes del infierno están reservados para aquellos que en tiempos de crisis moral mantienen su neutralidad”.

lunes, 10 de febrero de 2025

La gestión privada de lo público

Trump promueve la reducción de costos en la abultada y carísima administración norteamericana, nada diferente a lo que ocurre en el resto del mundo

Entender a Trump no es fácil. No sólo la forma en cómo expresa determinadas ideas, sino el modelo de gestión política que aplica. Con su respaldo, Elon Musk confronta un enorme problema de todos los gobiernos occidentales: el alto costo de la enorme burocracia. Un sin número de agencias, instituciones, centros y dependencias gubernamentales o descentralizadas gestionan miles de millones de dólares y atienden gestiones particulares de la política de cada una de ellas, más que cuestiones de interés general para el resto de los ciudadanos. En ocasiones, incluso llevan a cabo políticas públicas divergentes de las del gobierno y le generan competencia, por lo que es legítimo preguntarse si un Estado debe de financiar, con dinero de sus contribuyentes, temas relacionados con activismo político en otro Estado. 

Trump, igual que Musk, son empresarios que en su actividad profesional hacen el necesario cálculo económico, sin el cual es imposible planificar y proyectar cualquier modelo de negocio efectivo. En política, sin embargo, “no es necesario” ni hay costumbre de hacerlo. Cualquier empresario debe buscar ser eficiente y prestar un buen servicio para que sea demandado, porque de lo contrario su empresa fracasará. No ocurre así con el administrador político, quien siempre dispone de recursos generados por otros y obtenidos “a la fuerza” -impuestos-, independientemente del retorno que haga de lo tomado.

Estamos acostumbrados a que el político no explique cuánto costará un ministerio, universidad, transporte o centro de salud para atender a los ciudadanos, sino que permanentemente reclame más dinero, lo que en modo alguno ocurre en la iniciativa privada que busca justamente lo contrario: reducir costos sin bajar los beneficios ni la calidad, porque de lo contrario se malogra el modelo.

Trump promueve la reducción de costos en la abultada y carísima administración norteamericana, nada diferente a lo que ocurre en el resto del mundo. Milei, otro empresario más leído que Trump, hace lo mismo en Argentina, y es evidente que eso escandaliza al resto de políticos que ven peligrar sus prácticas y privilegios como pensiones, servicios, vehículos, oficinas y otros que suelen heredar de por vida. Es la búsqueda de la eficiencia en el gasto público, aunque lo más extraño es que el ciudadano no lo advierta, y pareciera querer defender al político tradicional que tanto ha censurado.

No puede ser que ningún gobierno del mundo hable del costo necesario -y preciso- para hacer funcionar cualquier ministerio o dependencia a su cargo, y si tenga una permanente voracidad económica que incrementa constantemente el presupuesto nacional. Tampoco es de recibo el endeudamiento permanente y el déficit entre lo ingresado y lo gastado, que lleva a números rojos fiscales. 

Los gobiernos deben de acostumbrase a gestionar lo público con parámetros similares a los utilizados en la gestión privada. El “ánimo de lucro” debe de ser una constante en la mente de todo gestor público, entendiendo por tal obtener los mayores benéficos para el ciudadano. Intente averiguar cuánto cuesta un estudiante en un centro público, un pasajero en un bus colectivo, o un paciente en un hospital estatal. Podrá, sin embargo, tener datos precisos de la misma información en cualquier centro o transporte privado, porque sin ella no sería posible hacer una gestión económica eficiente ¡Tan sencillo como eso!

El miedo a lo que está haciendo Trump -o Milei- no es otro que el éxito que pueda tener, porque podría demostrar la forma canalla en la que se ha estado haciendo la política, y generar un efecto dominó entre los ciudadanos que exijan a sus gestores públicos una eficiencia hasta ahora ausente de la gestión política. 

lunes, 3 de febrero de 2025

La cooperación a debate

La finalidad de la cooperación internacional es actuar como brazo de política exterior de los Estados, y dejémonos de romanticismos

Entre los embates a cosas que considera que es necesario cambiar, y formaron parte del discurso preelectoral por el que fue elegido, míster Trump ha paralizado, por tres meses, la cooperación internacional de los USA. La política general parece ser no gastar un centavo que no tenga una repercusión directa en el país, lo que me parece muy bien porque en definitiva son impuestos de los ciudadanos estadounidenses. Quienes no advierten que pagan ayudas con sus contribuciones y son partidarios de que se siga haciendo, lo que pueden continuar libremente entregando donaciones, pero no obligando a que todos participen. 

La finalidad de la cooperación internacional -ayuda o como se le quiera denominar- es actuar como brazo de política exterior de los Estados, y dejémonos de romanticismos. Los gobiernos, salvo en situaciones de catástrofes, colaboran con otros en función de sus intereses políticos, y no porque sean piadosos o tengan una conciencia superior, eso simplemente es una visión sensiblera y fantasiosa.

En los setenta, la Asamblea General de la ONU acordó que los países ricos -concepto no definido, y marcadamente subjetivo- destinaran el 0,7% de su producto nacional bruto a la ayuda al desarrollo. En algunos lugares se promovió lo que se denominó el “movimiento 0,7%”, grupos de personas que vieron una forma de vivir de la cooperación internacional “gestionando” esos pingües fondos que iban a liberar los “países ricos”. Se acababa de crear una profesión que necesitaba más militancia que universidad.

Prestos, crearon ONG,s en infinitas proyecciones sociales, para arreglar todos los problemas habidos y futuros, y de esa manera ser receptores de fondos estatales para tales fines. En las calles, una legión de jóvenes intentaba afiliar a transeúntes para que donaran en pro de salvar las ballenas, ayudar a las madres jóvenes de Somalia o en defensa de los gatos abandonados en cualquier parte del mundo, porque no hay sector que no se pueda asociar al nombre de una ONG. Únicamente hay que tener creatividad, y cara dura en ocasiones.

Tuve la oportunidad de darle seguimiento a algunas de esas organizaciones, y después de 25 años que llevo viviendo en el país, siguen perpetuadas con idéntica prédica, sin que hayan cambiado absolutamente nada, a pesar de que contaron con cientos de millones de dólares y de euros. Los muy vivos gastan en cada escalón de transferencias entre un 15/20% para gestión en ese nivel, así que si hay dos o tres, finalmente llega, con suerte, dos o tres quintas partes a los sujetos objetivo porque lo demás se queda en vehículos, oficinas, suntuoso pago a los oficiales de proyectos, inútiles publicaciones, además de talleres de socialización y reuniones con desayunos, cuando no pago a manifestantes.

Los temas más atractivos por estos lares han sido aquellos relacionados con el indigenismo, el genocidio o la mujer, trasladados desde USA en donde se aniquilaron a todos los pueblos originarios -no aquí- o desde Europa, lugar en el que los índices de violencia contra la mujer son porcentualmente más altos. Una suerte de efecto espejo que promueve el debate lejos de las fronteras donde sucedieron/suceden los acontecimientos, y el consecuente desgaste lejos del origen.

Ciertamente no toda la cooperación es negativa, pero como cuenta un amigo mío cooperante: cobramos miles de dólares o de euros al mes, aunque pagamos menos impuestos que los locales e idénticos salarios a nuestros empleados. Eso sí, criticamos que los nacionales tributen poco, pero realmente nosotros hacemos lo mismo. 

Una forma de vida, y la materialización de aquello de “haz lo que digo pero no lo que hago”.