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lunes, 17 de febrero de 2025

Liderazgo, política y acción

El europeo está acomodado al Estado de Bienestar y al paternalismo,  y no olvida los efectos ni los millones de muertos de dos guerra mundiales

Vivimos momentos calientes en la política internacional. Trump, después de llegar al poder por un alto desencanto social, firma diariamente órdenes ejecutivas con impacto mundial, y surge esta interrogante: ¿qué liderazgo político hay al frente de cada nación? El líder ha sido tradicionalmente alguien cargado de legitimidad que con apoyo de los suyos ha confrontado situaciones complejas. 

Trump sugiere -ordena- qué y cómo hacer para poner fin al conflicto Rusia-Ucrania, al tiempo que Vance pronuncia, en la conferencia de seguridad de Munich, un contundente y desafiante discurso contra la pasividad y deriva autoritaria de la UE. Además de hablar de libertad y democracia, les “recuerda” a Hegel y una de sus máximas: “el valor de un pueblo reside en su dosis de sacrifico”.

De los pilares de construcción de la Unión Europea (UE), el menos desarrollado es la política exterior y de seguridad común. Los Estados del viejo continente, a diferencia de los norteamericanos, no ceden su soberanía, representatividad ni el ejercicio monopólico de la fuerza, y es evidente la dificultad que ello representa a la hora de establecer una posición común externa, particularmente en situaciones de crisis ¿A quién hay que llamar para hablar con Europa?, se preguntaba Kissinger, el primero en exponer esa falta de interlocutor. 

La UE es una entidad económica, comercial y de política doméstica, pero en modo alguno proyecta unidad en cuestiones relacionadas con la seguridad y la política exterior. Con honrosas excepciones -Angela Merkel fue una- no hay un liderazgo capaz de coordinar diferentes países, lenguas, culturas y formas de expresión, más allá de consensos sobre cuestiones de convivencia diaria, que ciertamente son la mayoría. Y cuando surgen problemas -como el conflicto bélico Ucrania-Rusia- son los Estados Unidos quienes históricamente han estado detrás de la solución.

El europeo está acomodado al Estado de Bienestar y al paternalismo,  y no olvida los efectos ni los millones de muertos de dos guerra mundiales. Hablar de confrontación, ejércitos, gastos militares o defensa en la UE asegura el rechazo inmediato; sugerir un incremento en los gastos de seguridad nacional o de la OTAN, es arriesgarse a ser tachado de extremista de derecha, militarista o imperialista. El debate se torna profundamente politizado, y termina por conducir a la propuesta de Engels: ”el militarismo lleva en si el germen de su destrucción”.

En estos momentos críticos, Trump ejerce el liderazgo, y aunque no guste por su desdén y malas formas, pone de manifiesto una falta de dirección política eficaz en la mayoría de los países. Realmente no se avanza casi nada, y aquí vivimos un buen ejemplo de ello. Aquellos políticos que asoman la cabeza, inmediatamente se cuadran a sus imposiciones, y los ciudadanos terminan por alabar los resultados más que las formas. 

No podemos continuar con autoridades legales pero carentes de legitimidad social. Hay presidentes que gustan del boato del cargo y de los privilegios, pero son incapaces de gestionar cuestiones básicas de administración pública, mucho menos ejercer liderazgo. La clase política se ha funcionariado y despacha lo público en el marco de lo políticamente correcto o del populismo, sin tomar más decisiones de lo que su pusilanimidad le permite, olvidando la responsabilidad en el arcón de palacio. 

Se contentan con hacer lo propio de su deber sin que su voluntad adelante cosa alguna, que era como las antiguas ordenanzas militares diferenciaban a los oficiales que únicamente cumplían con sus obligaciones, de aquellos otros extraordinarios. No recuerdan, como dijo Dante Alighieri, que “Los lugares más calientes del infierno están reservados para aquellos que en tiempos de crisis moral mantienen su neutralidad”.

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