La ciberseguridad como forma de protección y la ciberguerra como acción, son los dos principales vectores de una nueva forma de confrontación silenciosa
Cada día está más clara la política exterior norteamericana. La administración Trump “ha designado” a China como el enemigo potencial, y como antaño lo fue la URSS ahora lo es el régimen de Xi Jin Ping. Pero no se pueden abrir frentes sin cerrar otros, y esa es la principal razón para poner fin al conflicto Rusia-Ucrania que detrae atención y recursos, y focalizarse en quien de verdad pone en jaque la primacía norteamericana.
En veinte años, China ha penetrado el mercado mundial, pero particularmente el latinoamericano, tradicionalmente reservado a la influencia norteamericana. Además, promueve y sostiene regímenes autoritarios como Venezuela o Nicaragua, sonríe a Honduras y otros países, e invierte en infraestructura estratégica en la región, lo que le permite posicionarse en el continente.
Los EE.UU. pretenden arreglar un problema que se ha ido consolidando por años, ya que enfocaron su esfuerzo en otras partes del planeta. Sin embargo, ya no basta con contener geopolíticamente la expansión física de las potencias, ni usar la geoeconomía como forma de acción, porque únicamente las dictaduras pueden utilizarla eficazmente al no necesitar explicar a sus contribuyentes el dinero gastado. Por lo tanto, hay que buscar un nuevo vector, y ese es la Geotecnología, definida como el ejercicio del poder a través del uso y control de la tecnología y de los recursos que la hacen posible. De esa forma el adversario no podrá desarrollar sus capacidades con libertad de acción y creatividad, y se verá obligado a protegerse frente a la acción de estos nuevos medios.
La ciberseguridad como forma de protección y la ciberguerra como acción, son los dos principales vectores de una nueva forma de confrontación silenciosa que puede activarse a distancia y en el tiempo, y en la que es difícil localizar al inductor -enemigo- o predecir el momento en qué puede operar. Para ello se requiere de materias primas, y su posesión provoca la actual confrontación que alcanza a los países que cuentan con esos minerales y tierras raras, que son los recursos del futuro.
EE.UU. implementa una estrategia de contención e investigación, que puede auspiciar el debate de los próximos cincuenta años. De una lado, impide la proyección marítima china, pero también la económica; del otro, consigue los recursos que hagan posible desarrollar “estas nuevas armas”, y negárselas al contrario. Si se mantienen abiertos otros frentes faltarían capacidades, y esa quizá sea la razón de dar carpetazo al tema del conflicto europeo. Además, Rusia se queda -momentáneamente- como un aliado norteamericano, y la UE no reaccionará a favor de China, incluso después de las elecciones alemanas posiblemente tome una postura más cercana al interés norteamericano. Simultáneamente se hace una dura ofensiva diplomática hacia los países latinos para recuperar, en la medida de lo posible, el espíritu de la doctrina Monroe, e ir desalojando -o evitar que se amplie- la influencia asiática.
En todo este reajuste internacional hay un claro perdedor: la Unión Europea, salvo que los acontecimientos cambien en el corto plazo, lo que requiere de un inexistente liderazgo. Sin embargo, todo apunta a que puede tomar un rumbo más agresivo contra la migración y a favor de la seguridad y la defensa del continente, lo que la llevará a una necesaria introspección, mientras el nuevo orden internacional inicia su andadura.
Hay que considerar, sin embargo, los problemas de este tablero de ajedrez: Trump tiene poco más de tres años, porque no es reelegible. Putin es un dictador, y no es de fiar. China piensa a largo plazo, así que puede esperar, y la UE ni aprende ni escarmienta. Igual en unos años terminamos peor que iniciamos.
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