Se puede llegar al gobierno sin planes y sin personas que los ejecuten -como ha sido el caso en el país- pero es preciso tener unos sólidos e inmutables principios
Atribuida a un mexicano del PRI, la frase “en política la forma es el fondo”, pone sobre la mesa -ahora más que nunca por las redes sociales- la necesidad de que el ciudadano perciba actuaciones del gobierno que le generen la sensación de que algo diferente se está haciendo. Los ejemplos modernos de impacto político de mayor calado los tenemos en Bukele y Milei. Ambos, de forma muy diferente y sin que ello les dé la razón o los compare, tomaron acciones inmediatas y contundentes contra el sistema político de sus respectivos países. En su redes o en comparecencias directas cesaron, señalaron, cambiaron o evidenciaron casos que fueron tomados por la ciudadanía como punto de lanza en la lucha contra la corrupción o en cambios en la política.
Creo que aquí se esperaba lo mismo, pero estuvimos a años luz de aquella forma de actuar de los ejemplos citados, y todavía mucho más lejos de acción alguna que satisficiera la esperanza de cambio suscitada en el último semestre del 2023. Es más, ha habido actuaciones que han ratificado que una sociedad no cambia mientras sus integrantes no tengan niveles mínimos de ética. A fin de cuentas, los políticos son solamente un reflejo de los ciudadanos que los eligen, por muy mal que caiga la catarsis que la afirmación provoca.
Se contrataron a dedo a hijos de personas del partido SEMILLA, jóvenes que militaron en él, fotógrafos que apoyaron la campaña y otros personajes que ni siquiera cuentan con el respaldo académico necesario. La condescendencia presidencial inicial con la delictiva/abusiva actuación de la ministra de ambiente y recursos naturales -cambiada días después, tras manifestaciones públicas de la vicepresidenta y presión ciudadana-, supone un retroceso en aquella ética prometida y sentida en la elección de un gobierno que apostaba por cambios significativos, aunque por ahora solamente hay una cuenta en números rojos.
La ética no se improvisa, como si puede ocurrir con la política. Se puede llegar al gobierno sin planes y sin personas que los ejecuten -como ha sido el caso en el país- pero es preciso tener unos sólidos e inmutables principios sobre los que anclar las decisiones políticas oportunamente, porque eso no se improvisa. Y la justificación de seguidores, medios, periodistas, abogados y, en general, personajes en redes que condenaban a otros políticos corruptos, se torna ahora desvíos de atención amarrados a un fuerte contraste de hipocresía nacional generalizada, que no muestra si no la realidad nacional que nos cuesta asumir: el país está moralmente podrido.
En el fondo -y se ve en la forma- la lucha por el poder es el objetivo de todo político y lo que hace una vez lo logra muestra realmente el carisma de sus intenciones previas. El proyecto de cambio y lucha contra la corrupción fue un lema -también lo hizo Jimmy Morales- que realmente significa “no más a los tuyos, pero déjame cumplir con los míos”, con quienes soy tolerante. No lo hizo así, al menos al inicio, Bukele, y en el mismo tiempo que Arévalo, tampoco Milei, razón por la que ambos son un referente social en sus países. Sensu contrario, vemos una postura similar a la de aquí en Petro y una intermedia, aunque con igual grado de conformismo, en Boric.
Cuando se alcanza el poder hay que tener las cosas claras, y las formas son el vehículo. Ya se ha perdido el efecto de corto plazo, que es el que predomina en política, y ahora sólo queda confirmar, una vez más, aquello de "El problema no son los sinvergüenzas, sino quienes los votan y justifican".
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