“Cuando debemos hacer una elección y no la hacemos,
esto ya es una elección”
Nos dijeron, y
lelamente lo creímos, que cada cuatro años podíamos elegir a las autoridades
políticas. Tal mentira se sustenta en varios pilares. No es cierto que elegimos
a las autoridades. Son los partidos políticos quienes lo hacen e imponen el
orden, limitándose el votante a seleccionar el partido de su interés. Es el
caso de los diputados. En las candidaturas presidenciales, únicamente nos
permiten optar, pero no elegir. Los partidos políticos, mediante la aprobación de
leyes que sus diputados transan en el Congreso, imponen al ciudadano la escogencia,
entre opciones limitadas elaboradas por un sistema amañado. La participación es
cerrada porque únicamente se permite la postulación a quienes militen o decidan
en el partido y siempre en las condiciones que los dueños del mismo determinen.
Organizado el oligopolio, el votante se limita a escoger candidatos y
oportunistas de una lista cerrada. El sistema fue pensado para los partidos, no
para el ciudadano ni para generar competencia política.
Cuando se llega al
punto en el que estamos, es decir, todos los candidatos son mayoritariamente rechazados
-¡ni siquiera existe el menos malo como otras veces!-, no queda de otra que
aceptar a quien la mayoría de votantes -por pocos que sean- escojan. La desilusión
y el desencanto provocan en las sociedades, como formas de anclar la
desesperanza humana, dos cosas rechazables: mensajes de oráculos o “milagros
divinos” trasladados por fantoches ungidos y políticos populistas embusteros que
se dicen “salvadores de la patria”. Ambos sustancialmente depredadores y con similar
forma de manipular.
La democracia, ese etimológico
“poder del pueblo”, se nos ha vendido -y la hemos comprado- equivocadamente. En
los procesos electorales falta, para que de verdad sea una elección, una
casilla olvidada en las papeletas del voto: NADIE. Cuando se presentan opciones,
es preciso que una de ella sea nadie o ninguno -el voto en blanco si se quiere,
aunque más precisado-, de forma que el ciudadano pueda expresar su opinión o
incluir en esa otra amplia de “nadie” la exclusión de aquellos que no quiere.
No hacerlo, impide la libertad de elección y promueve lo que ocurre en muchos
lugares, Guatemala entre ellos: imposición de determinados candidatos previamente
negociados por los partidos.
Por eso, en este
proceso venidero se observan encuestas en las que un altísimo porcentaje de
ciudadanos no contesta o dice no saber por quien votar, al haber un rechazo a
las candidaturas conocidas a la fecha. De existir la posibilidad de votar por “nadie”,
es muy probable que se diese esa victoria y, consecuentemente, se desechasen
esos candidatos impuestos, lo que representaría una forma de generar otra oferta
electoral diferente y seguramente de mayor aceptación y competencia.
Estamos frente a una
situación prevista por algunos: la dictadura de la democracia, entendida esta como
el manoseado de quienes han sabido salvaguardar las apariencias de las
“elecciones” pero manipulan legalmente el proceso, y sostenida por ciudadanos
que se han creído que el “poder es del pueblo”, es decir, de ellos. Fácil
observar como se ha pervertido el sistema y, por tanto, la imperiosa necesidad
de promover el valor negado al voto en blanco o, mucho mejor, agregarle una
casilla a la papeleta donde se pueda elegir a “nadie”.
Hay solución para el
problema, otra cosa es que seamos capaces de asumirla y adoptarla y poner en
orden a la dictadura de los partidos ¡Por cierto!, más mafiosos y podridos cada
día.
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