En tiempos de
injusticia, es peligroso llevar la razón (Einstein)
Hace una semana tres personas fueron linchadas en Santa Cruz Barillas;
otra escapó. Según recogió prensa escrita “fueron interceptados por los
alcaldes auxiliares” y acusados de estafadores. Luego, conducidos forzadamente
a un local, “condenados por la turba” en tiempo record, asesinados a golpes y
colgados de un árbol, todo un exceso de imaginación criminal y de impunidad patéticamente
invisibilizada ¿Derecho indígena o arbitrariedad totalitaria? Ni una columna de
opinión reclamando la pronta justicia exigida en otras situaciones. En esta
ocasión -especialmente a las plañideras habituales- les peló el tema. No
reaccionaron porque esos crímenes, al contrario de otros, no generan réditos
económicos ni ideológicos. Tampoco se rasgaron farisaicamente las vestiduras ni
maldijeron a las empresas multinacionales o a los grupos oligarcas, porque en
este caso el asesinado fue cometido por indígenas sobre indígenas, como si el racismo,
la exclusión y la discriminación fuesen conductas exclusivamente interétnicas y
no intraétnicas (¿olvidaron acaso el genocidio hutus-tutsis?). Callan y consienten
el actuar de grupos homicidas financiados por ayuda externa -como ellos- con el
único propósito de subvertir el orden, mantener el subdesarrollo e impulsar el clima
de desconfianza que promueven con su politizada visión. No vimos al recién llegado
y popular obispo Ramazzini utilizar su osadía y desparpajo para condenar y
enfrentar a los terroristas que cometieron esos crímenes ¡Mucho ruido monseñor,
pero pocas nueces! Ponga atención a su solideo que puede mutar del púrpura al
rojo cardenalicio, no por la cercanía del nombramiento sino por sangre derramada
en su entorno que salpica por acción u omisión, como la Iglesia clasifica los
pecados o Einstein sentenció: “los que tienen el privilegio de saber, tienen la
obligación de actuar”.
Moderna mara imbricada en comunidades del interior que opera con todo
lujo de detalle e impunidad por miedo gubernamental a abordar el tema con
valentía, detener y encarcelar a los agitadores-asesinos y desvelar el juego
que siguen algunas empresas que prefieren pagar y callar, sin ponderar el daño que
su silencio y la falta de denuncias oportunas hacen al Estado de Derecho. Repetimos
los mejores momentos del gansterismo mafioso norteamericano del pasado siglo y consentimos
cobardemente esa simbiosis de terror, cada vez más patente en esta sociedad
-civil y política- dormida, acostumbrada y pasiva. También lacera el mutismo encubridor
de la insigne y otrora locuaz comunidad internacional y de los maleables grupos
de la sociedad civil tan diligentes en otras ocasiones; menos -imposible-
esperar que CICIG haga su trabajo: investigar a grupos paralelos -como esos-
que promueven la violencia, el desorden y encubren la fechoría. No hay voluntad
de llamar a las cosas por su nombre ni de señalar a los asesinos con la contundencia
de la autoridad moral de los honestos. Pareciéramos un montón de cagones manipulados
por vividores de este corrupto, amañado y tolerado sistema que paralizó a muchos
hace tiempo y les hace mirar cobardemente hacia otro lado cuando se producen este
tipo de situaciones, como si fuera responsabilidad de otro solucionarlas. Fui
de los pocos que dedicó unas líneas a los valientes soldados agredidos en el
mismo lugar por idéntica turba -o la misma- y junto con el obispo De Villa
estaremos solos al resaltar estos horrendos crímenes cometidos por lugareños
sobre sus paisanos, aunque permitidos y consentidos por el silencio cómplice de
demasiados ¡Claro que les pela!, especialmente a los -y las- vividores de los
derechos humanos, hipócritas irredentos con grave déficit de credibilidad, y cada
vez más con el culo al aire.