La mejor victoria
es aquella en la que ganan todos
El
inicio del juicio contra los ex generales Ríos y Rodríguez está dando mucho que
hablar, como era de esperar. El pleito en cuestión está cargado de ideología,
revanchismo, solicitud de justicia, posicionamiento de personajes, ayuda
internacional, presión mediática y un etcétera tan largo como oscuro y confuso.
Muchos lo han definido como un caso “histórico” y no precisamente un caso
judicial, como quizá debería ser. Las peculiaridades se hicieron presentes desde
el primer día. Los acusadores criticaron la estrategia de la defensa por cuanto
pretendía dilatar el proceso, ¡nada nuevo en el país! Es exactamente lo que
hace CICIG con casos emblemáticos: retenerlos para evitar llevarlos a juicio y arriesgarse
a perderlos: Valdés, Pavón, etc., artimañas jurídicas que pueden parecer abusivas,
pero que continúan siendo legales y todos utilizan. De hecho, el MP esperó años
hasta que Ríos Montt perdió su condición de diputado y comenzó el juicio con el
inicio del nuevo gobierno ¿casualidad u oportunismo político?, sin embargo ahora
la dilación se critica. Destacar, en esa línea, cómo el juicio previsto para el
mes de agosto fue adelantado a marzo, justo antes de la Semana Santa que
siempre es un buen amortiguador de problemas. La defensa, por su parte, alegó
no poder ejercer su derecho puesto que le vetaron pruebas y peritajes propuestos.
La
presidenta del tribunal también tuvo su estrellato. La magistrada Barrios -¡casualmente
protagonista del caso Gerardi!- expulsó a uno de los abogados que quería tomar
la defensa en ese momento y “ordenó” a otro que defendiera a Ríos Montt, a
pesar de que el letrado manifestara no querer hacerlo. Algunos lo han visto
como un ejercicio de autoridad del tribunal, otros -ahí me sumo- una acción
ilegal que podría servir de base en el futuro para pedir la nulidad del proceso
o acusar a la jueza de abuso de autoridad. No hay sustento legal para ordenar a
un magistrado particular defender a alguien que no desea, otra cosa hubiese
sido nombrarle un defensor de oficio, pero la señora jueza con su ímpetu -cuando
no atolondrado berrinche- optó por esa decisión.
Dos
estrategias enfrentadas. Los acusados pretenden dilatar el proceso y quienes están
detrás de los acusadores, desean una sentencia a como dé lugar. Lo importante
es conseguir una condena rápida. Con ella demostrarían al “mundo” su “razón” y
recibirían dádivas y felicitaciones por doquier. Una vez sancionados, seguro habría
apelaciones, pero eso no es trascendente. Recordemos que Portillo lleva
absuelto casi dos años -aunque sigue en prisión- y no se resuelve su apelación
sin que la demora y el retraso sean comentados u objeto de información. La
estrategia final es poder hacer una foto con los generales encarcelados que de
la vuelta al planeta. El propio mundo se encargará, más tarde, de olvidarlo
todo y aunque queden libres en segunda instancia, lograrían el objetivo inicial
que es el que proporciona fama efímera, dinero inmediato y “razones” para
continuar. A fin de cuentas este es un país cortoplacista y eso se refleja en
todo. Hablar de justicia, en este caso, tiene escaso sentido. Muchos observan un
espectáculo sin saber muy bien donde están los payasos, los saltimbanquis, el
domador de leones o la mujer barbuda. Como en todo show, lo importante son las
sorpresas, los globos y los caramelos que regalan a la salida, y los gritos estridentes
cuando el trapecista parece caerse. Faltó el puestito de atol en los
intermedios aunque usaron el dedo. Paripé mediático-oportunista que luego se trueca
por justicia ¡Así nos va!