Todo
“gratis” porque se paga con dinero público y no hay ofensa suficiente que
indigne ni ponga fin al desmadre
Seguramente usted ha escuchado, imaginado o incluso experimentado alguna
vez, esa escena en la que descubre a su hijo sacándole dinero de la billetera o
tomándolo de la mesa donde lo puso. Indignación, rechazo, malhumor o compasión,
serían algunas de las emociones que podrían describir su reacción. Es
presumible que hablaría con su muchachito y le haría ver que esa actitud no es correcta
por muchas razones: pierde la confianza que tiene en él, no es una relación
aceptable en la familia o incluso hacerle ver que es un delito, todos ellos argumentos
que utilizaría en su determinante bronca al patojo.
Sin embargo, esa misma lógica que es universal y responde a la ética
del comportamiento humano, la soslayamos cuando el dinero es público. Es más,
la aplaudimos y justificamos con vehemencia, cuando no la practicamos. Alcaldes
que se recetan jugosas dietas que duplican su salario, políticos que se
aprueban seguros de vida y de accidentes, sindicatos que pactan bonos
extraordinarios en cualquier fecha del año, instituciones que hacen lo propio
-recuerde la CC- con pagas complementarias, dirigentes sindicalistas y
políticos que se quedan con parte de esa negociación colectiva justificada “para
beneficio de sus afiliados”, carros, celulares, computadoras…, todo “gratis”
porque se paga con dinero público y no hay ofensa suficiente que indigne ni ponga
fin al desmadre.
No obstante, esa doble moral entre el manejo de lo público y lo
privado, aún siendo tan evidente, no nos escuece lo suficiente. No hay año ni
gobierno en que la desfachatez y el abuso no se constate con suficientes
evidencias como para haber cambiado hace tiempo. Vimos recientemente a la SAAS
gastar una grosera cantidad de dinero en poporopos o hace unos meses comprar joyas,
mentas, flores, pagar masajes y adquirir costosas lentes de marca para el
presidente o su entorno. Más recientemente, se reveló como otra institución -la
USAC- gastó dinero público para regalar a los miembros del consejo superior
universitario botones y anillos de oro sin que haya habido indignación
suficiente ni renuncias necesarias. Finalmente, el caso del hijo del diputado
Lau -un exsindicalista- refleja como un vehículo oficial puede usarse un sábado
por la noche -a gusto del consumidor- por el retoño de quien lo tiene asignado
y con una arma en su interior denunciada como robada unos días antes ¿Que
pasó?, pues que la policía tuvo que cambiar su parte original y donde “dice
digo, dijo Diego” y “felices los cuatro”, porque para eso está el poder y la
autoridad. Recuerde: ¡mando que no abusa, pierde prestigio!
Creo que la conclusión es clara, obvia y evidente pero también
colectivamente consentida. No advertimos o soslayamos, con esa particular y
laxa moral nacional, que todo esos gastos -más los onerosos pactos colectivos-
salen de nuestros bolsillos, de quienes trabajamos y pagamos impuestos directos
-pocos, y quizá eso sea parte del problema- e indirectos ,y que al final
terminamos por aplaudir, sin “darnos cuenta”, al muchacho que nos saca el dinero
de la cartera o se queda con el que dejamos en la mesita de noche.
No hay sociedad que cambie para bien cuando la ética de lo público se
conduce de esa forma ni país que progrese cuando las “dignas autoridades”
dispendian lo poco que hay. Muchos han olvidado el discurso de la ética y se han
centrado en pedir un incremento del gasto público, sin advertir -o quizá si-
que eso para lo único que sirve es para multiplicar las oportunidades de
perfeccionar el robo que es realmente lo que ocurre.
¡En muy mal camino seguimos!, y sin muchas esperanzas de cambio.