Necesitamos un buen codazo -un pescozón que diría el castizo- para sacarnos de nuestro egoísmo en el sentido más miserable de la palabra
Tradicionalmente había dos formas de pretender solucionar tanto las debacles como los aciertos políticos: golpe de estado o revolución. En América latina hay sobrados ejemplos de unos y de otras que, por cierto, no llevaron a casi nada bueno. Los primeros se perpetuaron como forma de tomar el poder y las segundas terminaron siendo peor que los males que querían enmendar. En general, no pasaron de cantados fracasos.
Actualmente no es factible acudir a ninguno de los dos para finalizar una situación que “no sirve o no gusta”. En ciertos lugares, ciudadanos descontentos han querido reconducir el rumbo de sus países y posiblemente sin querer, los han llevado a extremismos de los que terminan arrepintiéndose. Nicaragua, Venezuela, Bolivia, USA, México, El Salvador o España -para que no digan- son lugares en los que la ley del péndulo se ha instalado: los políticos electos no sirven, y la oposición tampoco; lo oficial no funciona, pero no existen alternativas; el gobernante es un desastre, mientras otras opciones no son mejores. En esos escenarios los mediocres, los populistas, los habladores o los extremistas encuentran espacios perfectos para llegar al poder con falsas promesas, culpa en parte de un ciudadano desilusionado, pero más cansino que cansado, que ha estado generalmente ausente de la política, y de ahí las cosas. No aprendemos, somos contumaces, necios y apostamos por una incierta suerte pensando que los problemas son estructurales, coyunturales o cualquier otro calificativo grandilocuente que muchos emplean para describir lo que no entienden, aunque tampoco se molestan lo más mínimo en comprender.
Así estamos en Guatemala, a punto de caer en el abismo -más profundo todavía- en el que seguramente terminará “liderando” el país una suerte de populistas o de radicalistas de los muchos que postean a diario sus disparates en redes. Luego, vendrá la subida de impuestos para promover “la gratuidad” de los servicios, el recorte de libertades para escapar de críticas que no gustan y la apropiación de la justicia para hacer cualquier barbaridad. Según el bando, e independientemente del escenario, querrán estatizarlo o mercantilizarlo todo y así poder medrar, que en el fondo es lo que persiguen. En medio -o mejor encerrados- quedamos millones de ciudadanos indolentes que no leemos, no entendemos o no hacemos absolutamente nada por salir de este atolladero.
Hacemos lo mejor que sabemos hacer que coincide con lo primero que hizo el “hombre bíblico”: echarle la culpa otro, sea la Conquista, la historia o múltiples factores -el miedo entre ellos-, mientras desde la dialéctica inconformista nos quejamos y lamentamos de lo que no queremos arreglar por temerosos, desmañados o porque nos importa un bledo la vida en sociedad, la justicia y todo lo que suene a orden. Necesitamos un buen codazo -un pescozón que diría el castizo- para sacarnos de nuestro anarquismo y egoísmo en el sentido más miserable de la palabra, ni siquiera en el noble que Ayn Rand utiliza en su libro “La virtud del egoísmo”
¡A la porra, no vamos a cambiar!, parecer ser el lema y la solución que queda, y que sea el más fuerte quien salga adelante, y el último que cierre la puerta ¿Así queremos construir patria?
Aunque la frase abra la puerta a ser tachado de machista o heteropatriarcal, no encuentro otra ahora que venga al pelo como aquella reprimenda de la sultana Aixa a su hijo, el rey Boabdil el Chico: “llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”. En poco más de tres años la recordaré cuando el desastre populista o el extremismo radical esté democráticamente implantado y nos lamentemos, como de costumbre.