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lunes, 30 de agosto de 2021

Cuento chino, mamushka rusa y Disney World

El puerto de Santo Tomás simplemente no puede ceder terreno a rusos. La explicación está en su localización estratégica

El repetido e insistente mensaje de que vienen los rusos a quedarse con un puerto y mineral nacional no es producto de la casualidad. Me sorprende que durante dos semanas -y todavía queda- un medio estuviera constantemente machacando -y otros replicando- la idea de que los “rusos” vienen a babosearnos. Dos cosas se quieren posicionar en el imaginario social, porque en ellas se ancla la estratégica idea-fuerza: “rusos y corrupción”.

El puerto de Santo Tomás simplemente no puede ceder terreno a rusos. La explicación está en su localización estratégica -cerca de Honduras-Nicaragua- porque facilitaría el control de El Caribe y seguro incordiaría, también, a los aliados del 10 de Downing Street. El gobierno ruso ha sido un eficiente proveedor de armas a Nicaragua, particularmente un batallón de tanques T-72B1, que representa un serio desequilibrio de fuerza en la región, además de misiles antiaéreos, entre otras. Pero lo más preocupante desde la perspectiva estratégico-operacional es la estación “Chaika”, un sistema alternativo al GPS que concede cierto grado de libertad de acción al tradicional enemigo USA, y dentro de su espacio de influencia. 

China introduce en su esfera a El Salvador y Rusia a Nicaragua; Honduras está perdida con el narcotráfico y veremos que rumbo toma, así que en Langley seguro se preguntan: What is this? ¡El único país con el que todavía hablamos se nos llena de rusos!, y activan el 7º de caballería. Fotografían los aviones de los empresarios, los vigilan, acopian información y, sobre dos hechos -verdad, media verdad o mentirijilla- se organiza el plan operativo mediático; Watergate y las armas químicas en Irak, fueron dos hechos con cierto grado de similitud. No son periodistas investigadores quienes hacen las averiguaciones -perdón por la tristeza que diría Joaquín Sabina- sino profesionales en inteligencia que la filtran dosificada para defender intereses del norte, y concurrentemente los de algunos empresarios que exportan mercancías por el muelle flotante, también parte de la ecuación. A lo anterior se suma la historia -verdad, media verdad o mentirijilla- de la famosa alfombra de dinero, algo bien burdo -aunque conociendo a “mi gente” no es de descartar- y el exfiscal Sandoval la pone sobre la mesa, con evidente impulso norteamericano, tal y como sucedió con el tema del excarcelamiento de Gustavo Alejos.  

Pasamos de la Guerra Fría a la Bronca Tibia, pero con dos frentes: ruso y chino. La lección no aprendida por los norteamericanos es que cuando se distraen en Oriente Medio, aquellos dos aprovechan para colarse en el patio trasero, que fue lo que hicieron en Venezuela y Nicaragua -Cuba ya la tenían- y terminan por darles matarile con lenta reacción de Washington. Los rusos son más directos, los chinos más sutiles, pero ambos persiguen lo mismo, que no es diferente a lo de los estadounidenses. Vean el anclaje de los rusos en Venezuela y el reciente de los chinos en Montenegro, y cómo pretenden -por impago de una deuda- controlar un puerto en aquel país europeo.

Por aquí, a lo tortrix y tropicalizados, nos distraemos discutiendo si la alfombra estaba llena de billetes o no era alfombra, o que la empresa quería paga 1 dólar en lugar de 4 por metro cuadrado, como si eso importara a quienes manejan miles de millones de dólares. Nos quedamos en lo superficial mientras con cuentos, mamushkas o Disney adormecen nuestra infantil actitud y escaso razonamiento crítico. Enojados los unos con los otros, se despelotan de risa de nuestro infantilismo y capacidad de manipulación, y desde sus cuarteles generales planifican la próxima, de la que tampoco nos enteraremos ¡Viva el Bicentenario!

lunes, 23 de agosto de 2021

Ética, democracia y legalidad

Las normas son para cumplirse y existe una necesidad de que sean justas para todos aquellos que están sometidos a ellas

Cada vez es más triste y desafiante ver cómo el Congreso -y otros poderes- se salta la ley con absoluta impunidad y verdulera desfachatez. El “honorable” presidente de tal organismo dejó claro de qué clase de cuero está hecho cuando -de forma privilegiada- se internó en el Centro Médico Militar por padecer COVID, mientras el resto de los ciudadanos buscaban donde ser acogidos o morían en sus casas porque no encontraban plaza en hospitales públicos. Un auténtico caradura, pero también un déspota inmoral. Alguien a quien le viene grande el cargo y la posición que ocupa, y que ejemplifica eso de que “donde acaba la ley comienza la tiranía” (William Pitt).

Debiendo saber que la constitución exige conocer dentro del plazo de tres días el estado de calamidad decretado por el Ejecutivo, busca excusas, deja de cumplir la ley y escarbar en el estercolero de la dialéctica y la impunidad jurídica. Una -otra- sinvergonzonería de esas que viene haciendo en los últimos años, desde que accediera a presidir el organismo legislativo y avergonzara a propios y extraños con su conducta. Nos acercamos a pasos agigantados a aquello de “el principio esencial del totalitarismo consiste en promulgar leyes que sean imposibles de obedecer” (Hitchens).

Estamos acostumbrándonos a vivir en un estado de ilegalidad permanente y eso es muy grave, y autodestructivo. La gobernanza del país está por los suelos porque un grupos de diputados pasivos, mediocres o delincuentes -normalmente dos de tres- coluden para dejar de observar principios legales que están suficientemente claros en las normas vigentes. No designan magistrados a la Corte Suprema, a pesar de llevar dos años en el “proceso”, o desde la mesa presidencial se imponen formas y silencio a voces disonantes que es justamente la razón de ser de la democracia. Pequeños autoritarios que creen poder hacer constantemente lo que quieren mientras se ríen de una ciudadanía crispada que terminará por justificar actos violentos porque hay demasiada sordera en esta política putrefacta.

Las normas son para cumplirse y existe una necesidad de que sean justas para todos aquellos que están sometidos a ellas. Es la idea que ha desarrollado Occidente y permeado la literatura jurídica de los países que han adoptado el modelo de democracia liberal. No puede ser que en el índice de capacidad para combatir la corrupción (2021), de 14 variables que contempla, la calificada más baja sea la referida a “procesos legislativos y de gobierno y la democracia”, y que el grupo peor puntuado sea el referido a “las instituciones políticas”, tampoco que hayamos estado cayendo desde 4.55 en 2019 a 3.84 en la actualidad.

De seguir así, es cuestión de tiempo que la agresión sea justificada ante un Estado/Gobierno incapaz de comprender la dimensión del diálogo y de no observar las normas que nos hemos dado. Algunos de los que están en la política no han leído más allá de algún folleto de esos que reparten a la salida del super, pero, al menos, deberían atender un principio presentado por Bastiat hace tiempo: “Cuando la ley y la moral se contradicen una a otra, el ciudadano confronta la cruel alternativa de perder su sentido moral o perder su respeto a la ley”. Ante ese dilema, es posible que no se actúe como muchos congresistas -y en especial como suele hacer el Presidente de dicho organismo- y se apueste por mantener la moral. Así que a poquito que deduzca, si la borrachera de poder se lo permite, comprenderá la dimensión de adónde nos está llevando, y lo que puede venir 

¿Les suena Nicaragua, Honduras y El Salvador?, pues eso.


lunes, 16 de agosto de 2021

Élites y pueblo en la neolengua

Hay arduo interés en presentar una realidad artificial como opinión publicada -que no pública- porque los hechos muestran las cosas de otro modo

Es frecuente referirse a élites y pueblo como sustantivos colectivos que engloban grupos indefinidos de personas. “Élites” proyecta una sensación negativa en la que se engloba a personas poderosas, además,  quienes endilgan ese término suelen mezclarlo -como refuerzo- con “oligarcas”. “Pueblo”, por su parte, refleja un concepto positivo de un colectivo oprimido y explotado, representado por una ciudadanía pobre y sumisa. Las palabras tienen significados y percepciones que no siempre coincide, aunque la neolengua trata de aproximarlos con emociones, que siempre son manipulables.

En el país hay élites ladinas e indígenas, élites económicas y élites políticas, y hasta un elitismo social que se adjudica la representatividad de esa masa imprecisa y maleable de “pueblo”. Hay oligarcas en todos lados, porque en el fondo “oligarquías” no son más que grupos pequeños que mandan, y que encontramos en la capital y a más de 300 kilómetros de ella. No toda la élite es mala ni todo el pueblo es bueno, y muchos del “pueblo” resultan ser élites sin saberlo.

Dicho lo anterior -para precisar- es momento de reflexionar sobre las manifestaciones de los pasados días. Si tomamos en cuenta el estudio de opinión de Cid Gallup de julio pasado, el 12% consideraba que los problemas del país se resolvían cuando el Presidente renunciara. Sin embargo, una mayoría del 40% pensaba que todo estaría bien -o mejor- cuando se produjera un diálogo entre el gobierno y la sociedad civil, y juntos buscaran salidas a los problemas. Es justamente la relación presencial que se ha visto en esos bloqueos que algunos han presentado como “un éxito del pueblo”, cuando realmente ha sido un pequeño porcentaje de individuos que pretendía hacer más ruido del que realmente representan, aunque fuera en nombre del ese etéreo colectivo. El estudio de opinión citado incluye otras preguntas como: “qué opina de la situación política del país”, y a la que un alto porcentaje de entrevistados -coincidente con el 40% anterior- manifiestan que “no hay división en el país, pero sí muchas diferencias entre políticos”, seguido de un 28% que opina que “el país está dividido, pero los/las guatemaltecos/as podemos resolver nuestras diferencias pacíficamente.” De nuevo, únicamente el 18% asume el “enfrentamiento”.

Cada vez más, me da la impresión de que hay arduo interés en presentar una realidad artificial como opinión publicada -que no pública- porque los hechos muestran las cosas de otro modo. Parece que “el pueblo” no está con esa oligarquía que pretende tomar el poder a toda costa -sin importar el costo- y con discursos sacados de la manga, salvo que desechemos los estudios de opinión y tomemos como “neociencia” ciertas artificiosas tendencias en redes.

Necesitamos profundos cambios, pero no es con violencia como se lograrán. El consejo permanente de la conferencia episcopal ha sabido responder a tiempo y modular otros comunicados, aunque cierto sacerdote construyó su propio misil nuclear y se despachó desde el púlpito y en redes al mejor estilo de vocero oficial de la teología de la liberación. El canónigo acusó a algunos de no tener arrestos, lo que quizá habría que haberle exigido a él por no tirarse al monte, donde muchos murieron por ese estado de excitación inducida, producto de una doctrina extremista y fracasada, y de ese principio maquiavélico de: es mejor ser temido que amado.

Algunos no han asumido lecciones concretas del conflicto armado, pero siguen vivos. Muchos de ellos alentaron a otros a morir, mientras permanecían escondidos en la sombra de la imprenta o de la sacristía, eso sí ”defendiendo al pueblo” ¡Ojo porque los extremismos matan, independientemente de donde vengan, y aunque no den la cara!

lunes, 9 de agosto de 2021

“Mientras hay muerte, hay esperanza”

Podemos buscar a personas que nos gusten y desechar a aquellas que nos repelen o bien apostar por consolidar las instituciones

Las manifestaciones, bloqueos, cortes o bochinches de estos días transmiten mensajes -más allá de la movilización- que no hay que dejar pasar. Uno de ellos pone de manifiesto que el elitismo y los grupos de presión no son únicamente ladinos, sino que también existen en la organización indígena. En resumen: lo mismo que se cuestiona desde un sector aparece en el otro y las quejas de “criminalización de la protesta social” se reflejan en la “criminalización de discursos que no gustan”  ¡Mismas mañas!

Otra cuestión es la insistencia en mensajes sobre personas. Con nombres y apellidos se pide la renuncia de unos y se elogia a otros, pero nadie habla de instituciones. El modelo de “despedir a unos y contratar a otros” ya se ha hecho, y no ha resultado, aunque podemos insistir en repetir errores, lo que Einstein denominó estupidez humana. No hay propuestas y discusión sobre cambiar el sistema electoral o de comisiones de postulación, así que en un año, una, y en dos, el otro, repetiremos procesos con idénticas normas, lo que nos conducirá al tradicional y experimentado fracasado. Se podría debatir sobre cómo darle validez al voto nulo, elegir en una vuelta o hacerlo por un método diferente -ejemplo: elección por preferencias- pero no nos molestamos en ello. Las comisiones de postulación no funcionan, aunque seguimos insistiendo, y evidentemente los resultados serán los conocidos. La razón de tal obstinación no es otra que ver como contar con suficientes probabilidades para elegir “a los míos”, lo que incita a mantener el sistema y no buscar otro neutral que reste posibilidades al grupo.

La tercera lección de las protestas es que hay que cambiar muchas cosas, y hacerlo pronto. El sistema educativo, el de salud, el de prisiones, el judicial…, no funcionan.; casi nada funciona, porque el sistema topó. En el mediano plazo se percibe un horizonte caótico, violento y de desasosiego, así que enfrentamos el reto de escucharnos y ponernos de acuerdo o llegaremos al punto en que nos destruiremos. Las lecciones por el mundo apuntan a que el cambio suele ser a peor cuando se dan esas circunstancias, por tanto estamos a tiempo de buscar fórmulas y diseñar el plan adecuado para hacerlo al ritmo posible, deseable y que lo permita la situación social y económica, o se impondrán unas condiciones que subirán el ánimo unos años para caer en la más profunda depresión en los siguientes, tal y como muestra Cuba, Venezuela o Nicaragua.

Podemos buscar a personas que nos gusten y desechar a aquellas que nos repelen -forma tosca de hacer las cosas- o bien apostar por consolidar las instituciones buscando ese cacareado bien común que la mayoría traduce equívocamente como interés particular o grupal. El reto está claro, las señales más que evidentes y el hartazgo a punto de llegar a su cenit.

Hay que cambiar lo que está mal: el sistema, y no focalizarse en las personas. El problema de no pensar así es que cuando el personaje no es de nuestra cuerda nos enoja, y despotricamos de todo aquel que lo defiende o no cuestiona. Clamamos ayuda a los USA para que sigan confeccionando listas de antidemocráticos, corruptos o similares, pero eso ocurrió en la era Trump y, los mismos que ahora piden ayuda, se quejaban entonces estruendosamente. Cuando nos gusta, alabamos a los del Norte; si nos disgusta, los acusamos de intervencionistas. Una especie de paranoia sin sentido que únicamente obedece a preferencias ideológicas o viscerales de cada quien y apunta a una única solución viable: desarrollar instituciones en vez de apostar por personas.


lunes, 2 de agosto de 2021

La crisis en el tablero de ajedrez

La destitución del FECI se ha convertido en bandera de grupos que han ido perdiendo piezas en este tablero de ajedrez político-judicial

El pasado jueves aconteció lo que algunos denominaron “paro nacional”. La conferencia episcopal hizo su trabajo con una declaración negativo-predictiva, algo que Nostradamus no hubiese refrendado. Por su parte, los 48 cantones, con cierto estilo autoritario que niega la libertad individual, expresaron en su comunicado que “…, se ha determinado una manifestación pacífica en la que participará toda la población totonicapanense…”, fijando varios puntos de bloqueo de carreteras. En otros lugares, grupos coordinados de unos 10/20 jóvenes se erogaron el derecho de atravesar buses, cerrar cruces viales o poner tablas con clavos en el suelo para forzar a la población a participar en un paro con el que, como se vio, no todos estaban de acuerdo. Por su parte, las redes sociales -mundo cerrado generador de ruido no siempre acorde con la situación- hicieron su trabajo antes y durante del evento; después, difuminaron la realidad para evitar reconocer que la opinión publicada no se correspondía con la opinión pública.

Que todos estamos hartos de la corrupción es algo únicamente negado por mafiosos, que los hay; que la gestión del gobierno en salud no ha sido buena es otro punto de poca discusión, y que la investigación que realiza el MP debería ser más rápida y oportuna, tampoco genera discrepancias. Y aunque todo eso es reprochable, no se puede pretender cambiar un mal gobierno con opciones violentas que vulneran derechos. Quedó claro, salvo para quienes se tapan los oídos, que la oposición política no tiene capacidad de convocatoria ni aceptación suficiente, incluso cuando promueve rechazo contra el actual gobierno. El sistema genera malos partidos -muy malos- y quienes son rechazados en votaciones no siempre son opciones reales de cambio. De hecho, en toda crisis se espera un liderazgo al frente, pero en el movimiento del pasado jueves nadie estaba presente porque hubiese hecho un estruendoso ridículo, lo que evidencia que no hay alternativas, por muy mal que percibamos lo que tenemos.

La disputa de fondo, sin embargo, no es otra que hacerse con el poder sin importar la forma y a cualquier precio. Una especie de maquiavelismo versión 2.0, de ahí que no viéramos a CODECA que seguramente organizará su propia marcha, para mostrar su fuerza después de separarse del resto que medio se puso de acuerdo. No hablamos de cómo construir una sociedad sustentada en valores, principios, democracia y estado de derecho -una República- sino en cómo tomar el poder para continuar con agendas interesadas, polarizadas, ideologizadas, financiadas y sumamente reducidas a la corta y particular visión de quienes brincan cuando tienen hilos que mover o se deprimen y enojan, cuando los pierden. En medio, quedamos atrapados millones de ciudadanos que desearíamos construir esa sociedad que otros secuestran. 

La destitución del FECI se ha convertido en bandera de quienes han ido perdiendo piezas en este tablero de ajedrez político-judicial, arrebatado, dicho sea de paso, por otros que se vieron privados de lo mismo tiempo atrás. Al final: Gloria Porras, Aldana, Sandoval…, parecen ser peones de grupos que los utilizan, en tanto en cuando son útiles, para después acogerlos y oxigenarlos desde lejos, y quizá volverlos a usar.

Da muchísima pena observar esa lucha visceral por el poder en la que el odio está a flor de piel y los diversos actores responden a intereses personales y no sociales. En nombre de la libertad, la destruimos, y reclamando el estado de derecho, lo vulneramos. No se busca democracia y la divergencia y pluralidad de opiniones es rechazada hepáticamente. Cocemos el caldo perfecto para el más rancio autoritarismo sanguinolento, y seguramente lo tendremos en breve.