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lunes, 25 de abril de 2022

Charla virtual con monseñor Ramazzini

La inmensa mayoría de ciudadanos de este país, tenemos más puntos en común que aquellos que nos separan

Tenía mi columna enfilada, cuando una charla dominical con monseñor Ramazzini -en ConCriterio TV- me induce a cambiarla. No he estado de acuerdo con el cardenal en muchas ocasiones, pero hay tres cuestiones problemáticas que comparto y menciona durante la entrevista: los altos niveles de pobreza del país, la falta de ética y valores en la función pública -en particular- y la profesión mayoritaria de una fe cristiana ausente de las obras esperadas, lo que desilusiona y confunde a propios y extraños. Estemos de acuerdo o no con monseñor, porque no lo reconozcamos como autoridad eclesiástica -al profesar otra fe- o tengamos criterios diferentes a los suyos, no quita la validez de la reflexión que hace sobre esos tres aspectos, aunque siempre la excusa de actuar como aquellos fariseos bíblicos queda ahí para tomarla voluntariamente y que nos duerma.

La inmensa mayoría de ciudadanos de este país, tenemos más puntos en común que aquellos que nos separan, pero debemos hacer una importante cura de humildad para asumir esa realidad y que afloren. Quizá el odio, el rechazo, el rencor, el ego, o cómo queramos denominarlo, impide ver esos elementos de coincidencia sobre los que seguramente se podría construir todo una nueva filosofía social, política y económica. Debemos superar los niveles de pobreza que algunos padecen, con el agregado imperdonable de los menores muertos por hambre, la ineficiencia de un sistema de salud, de educación, de comunicaciones y, en general, mejorar la organización político-social que nos hemos dado. Decimos querer arreglar los problemas nacionales -supongamos que todos lo manifestamos con honestidad- pero anualmente hay unas 50 mil mujeres menores embarazadas -violadas para ser precisos-, unos 4 mil asesinatos con arma de fuego y una incontable cantidad de baleados, heridos, agredidos o denunciados por violencia, entre otros. Además, denigramos permanentemente a quienes no piensan como nosotros o evadimos impuestos, pero, en contrapartida, al menos una vez a la semana, asistimos a misa -católicos- a diferentes cultos -evangélicos- o a otras formas de celebrar a Dios, y nos limpiamos el alma con invisible algodón mágico y ofrendas monetarias ¡Esto es increíble, inconcebible, incompresible!

Las experiencias en otros países que han padecido un conflicto armado o una guerra civil, muestran que la polarización persiste en tanto en cuanto las generaciones que la provocaron, sufrieron, vivieron, padecieron o fueron parte de aquello desaparecen. En un numeroso colectivo social es muy difícil perdonar a quien de alguna forma nos agredió o que lo reconozca quien lo provocó. Quizá, nuestra naturaleza humana tiene esas dos importantes caras contrapuestas: la capacidad infinita de perdonar y la de odiar hasta el último instante, lo que nos somete a una lucha continúa que finaliza, salvo excepciones, con la muerte de cada uno.

Lo mismo que el cardenal Ramazzini reconoce durante la entrevista  haberse equivocado por participar hace tiempo en dos bloqueos, yo también quiero confesar que, a pesar de tener la columna escrita y ser medianoche, me he sentado a reflexionar y cambiarla, animado por sus palabras tras esa charla en televisión. Creo, monseñor -no sé si comparte mi punto de vista-, que si todos hiciéramos en nuestra vida un acto de constricción y humildad, tan necesario para limpiar el corazón, sanar el alma y bloquear un poco el hígado, el mundo sería otro. El hecho de haber dedicado estos minutos nocturnos a recapacitar me anima a invitar a pensar sobre esos tres pilares propuestos que, lamentablemente, no son las únicas carencias: no más pobreza, no más falta de ética ni muchos menos una fe sin obras, que ya nos dijeron es una fe muerta.

lunes, 18 de abril de 2022

Magísteres en tercerizar la responsabilidad

Quizá sea consecuencia -o causa- de que la constitución incluya 76 veces la palabra “derechos”  y únicamente 7 “deberes”

Solemos culpar a los políticos de los males sociales, a los maestros de la deficiencia educativa de los alumnos y, en general, a otros de nuestros desarreglos. La culpa siempre es de un tercero, con quien nos desquitamos. Necesitamos al “otro” para descargar la adrenalina de nuestros fracasos, de nuestro yo irresponsable, de nuestra esencia inactiva. Octavio Paz lo reflejó magistralmente: “Se inventó una cara. Detrás de ella vivió, murió y resucitó muchas veces…

Escuchamos frecuentemente aquello de “en tal colegio los maestros no educan bien”, “como trabajadores debemos exigir nuestro derechos” o “los políticos tienen la culpa”, al mismo tiempo que desatendemos a nuestros hijos, nos importa poco como marche la empresa o votamos “con los pies”, sin exigir proyectos de largo plazo. Estamos “educados” en salir corriendo de la escena de un accidente, especialmente si atropellamos a alguien, y como sociedad somos expertos en tercerizar la responsabilidad ¡No nos engañemos!

Quizá sea consecuencia -o causa- de que la constitución incluya 76 veces la palabra “derechos” y únicamente 7 “deberes”. Agreguemos que la palabra responsabilidad aparece en 16 ocasiones lo que representa -entre ambas- una relación del más del triple de los reclamos respecto de los cumplimientos ¡No es casualidad! Nos hemos educado, y hacemos lo propio con nuestra descendencia, en reivindicar derechos, muchos artificialmente construidos, mientras soslayamos las responsabilidades inherentes a los mismos o la construcción del modelo político-social que demandamos con pasión.

Un porcentaje elevado de la población -entre el 60/70%- permanece en la economía informal, y elude el pago del impuesto sobre la renta -ISR- aunque su falta de contribución no es consecuente con la ausencia de demandas, más bien todo lo contrario. En otras palabras: reclamamos sin asumir la responsabilidad del correspondiente pago porque nos han educado en que hay cosas “gratis” a las que tenemos “derecho”, e ignoramos el costo del servicio.

En las elecciones presidenciales -desde 1995- los candidatos fueron elegidos por no más del 32% de votantes del padrón electoral -algunos solamente por el 18%- lo que implica que, al menos, dos de cada tres electores, no los legitimaron y más del 40% -cerca del 60% en algunos casos- se abstuvieron de opinar y desentendieron el proceso en la segunda vuelta. Los narcopartidos llegan al poder porque son votados por ciudadanos que ejercen su derecho en este marco democrático legal que parece no gustarnos, pero que no cambiamos esperando que otros lo hagan. Entre la timidez, la exigencia, el miedo y la cobardía se puede formar un interesante cuadrilátero de ineficiencia y dejadez, del que no se sabe que lado es más grande.

Es difícil cambiar una sociedad que no se avergüenza al mirarse al espejo ni asume la culpa que tiene en que nada cambie y todo siga igual, o empeore. Una sociedad que culpa a otros jamás podrá superar sus propias barreras porque, como en toda dependencia, hay que comenzar por reconocer el problema, lo que requiere compromiso e implicación en la búsqueda de la solución. Los políticos son votados por ciudadanos, y suelen ser reflejo de ellos; a los maestros no los podemos dejar solos porque la responsabilidad de educar es de los padres; las empresas no funcionan sin implicación del trabajador en el proyecto que representan; cuando se tiene un accidente hay que detenerse, ayudar y asumir la responsabilidad de nuestros actos; pagar el ISR debería ser requisito para acceder a cualquier servicio público. Sin embargo, hacemos oídos sordos y preferimos pedir irresponsablemente ¿A dónde pensamos llegar con esa actitud?, porque la verdad es que no conduce a ninguna parte.

lunes, 11 de abril de 2022

Ley, justicia, derechos humanos y poder

Ciudadanos que dicen estar contra la pena de muerte, festejan la posibilidad de que mareros “mueran de hambre en prisión”.

Según Clausewitz, la guerra constituye una trinidad -o trilogía- integrada por odio, enemistad y violencia, asociados con emoción, fuerza y razón que son conceptos atribuidos respectivamente al pueblo, al ejército y al liderazgo político. Si se alinean los tres, la respuesta integral genera mejores resultados que la parcial de dos de ellos. En modelos de liderazgo revolucionario -Mao Tse Tung o Che Guevara- los factores humano y psicológico son fundamentales para vencer, lo que requiere ordenar la voluntad política y militar -gobiernos y liderazgo- con el pueblo. De lo contrario, aquello que se ataca o enfrenta -aun con duros combate-, no es mas que un “tema político-militar” del que se sustraen los ciudadanos, o incluso se oponen. Ejemplos recientes relacionados con ese concepto podrían ser el conflicto interno guatemalteco y la guerra de Vietnam, donde faltó apoyo popular; el actual conflicto bélico en Ucrania, con todo alineado; o la intervención norteamericana en Irak-Afganistán que presenta ambas situaciones, según el espacio de tiempo que se analice.

Es interesante extrapolar esa lógica clausewitziana a las recientes declaraciones del presidente salvadoreño respecto de los mareros en prisión. Bukele vino a decir que si los mareros en las calles delinquían, dejaría de servirles los dos tiempos de comida que ahora tienen sus colegas encarcelados, además de legislar para limitar la libre expresión y enjuiciar a menores. Inmediatamente la aceptación popular se elevó a niveles en los que la justicia, la ley o los derechos humanos fueron desplazados por la pasión, algo que también se sintió en Guatemala. En sociedades de postconflicto, esas medidas radicales tienen cabida porque la razón deja inmediatamente paso a la emoción. De ahí que, inicialmente, las políticas de mano dura tuvieron su acogida, otra cosa es que fallaron en la ejecución, lo que se podría haber visualizado desde el inicio de haberse abordado más racionalmente la discusión.

Ciudadanos que dicen estar contra la pena de muerte, festejan la posibilidad de que mareros “mueran de hambre en prisión”. Otros, que dicen buscar justicia, no advierten que ese tipo de medidas son lo opuesto al Estado de Derecho al que aspira cualquier sociedad civilizada. Y quienes abogan por los derechos humanos, cierran los ojos a ese tipo de propuestas inhumanas, propias de campos de concentración. En todo caso, se confirma la teoría del prusiano: para el triunfo no es tan importante la lógica de la razón, la justicia o los derechos humanos, como alinear aquella trinidad. Sin embargo, tarde o temprano, se cometen injusticias y se violan derechos y es difícil cambiar porque, como la historia demuestra, habrán sido afectados muchos seres humanos, algunos de forma irreversible.

La ley es la única vía para arreglar problemas, pero hay que aplicarla y no huir de ella, modificarla antojadizamente o saltársela cuando no guste. El derecho penal del enemigo surte efecto cuando quien define al enemigo coincide con la forma de pensar de quienes lo apoyan, pero se abre una puerta para que en cualquier momento, y con idéntica excusa, otros cambien la definición. En El Salvador y en Guatemala hubo conflictos armados en los que se definieron enemigos por parte del Estado, exactamente lo que ahora se hace en el pulgarcito centroamericano.

Y es que en estas sociedades no salimos de autoritarios, dictadorzuelos y populistas porque, en el fondo, nos hemos educado con el gusto por el show, “lo macho”, la venganza, la polarización y los liderazgos radicales. Hay que replantear la educación en el respeto al ser humano y a los valores individuales, o seguiremos muriendo(nos) -o matando(nos)- por muchos años más.


lunes, 4 de abril de 2022

Auge del monólogo noticioso

Lo que se muestra es una forma de autoritarismo de quienes se creen adalides de la libertad de expresión, de la verdad

La polarización suele conducir a la confrontación, producto, en parte, de la simplificación de las cosas y de las opciones dicotómicas que plantea. Sin querer -queriendo- el país se ha ido escorando hacia posturas antagónicas: derecha-izquierda, Cicig-Anticicig, chairos-corruptos…, buenos y malos, en definitiva. Salir de ahí es entrar a un laberinto en el que cualquier botarate, con esa particular displicencia que caracteriza al tocho, te endosa no importa qué calificativo e introduce en uno de esos absurdos recipientes mentales creados para tal propósito.

Opinar o llevar la contraria en redes se ha convertido en acto riesgoso en que, amarrado de pies y manos, te expones a ser arrojado a las fieras hasta que devoren tu comentario. Los más infantiles -o de neuronas más frágiles- que siempre los hay, utilizan la cultura de la cancelación, edición moderna de la postura del avestruz, como si esconderte impidiera que otros leyeran, las cosas dejaran de ser cómo son o parecieran diferentes. En resumen, y para no cansar: nos hemos atontado superlativamente ante la “agenda setting” impuesta por ciertos grupos.

Lo que se muestra -y de ahí el peligro- es una forma de autoritarismo de quienes se creen adalides de la libertad de expresión, de la verdad ¡Curiosa la babosada! Imponen, consciente y organizadamente, una suerte de pensamiento único coreado, y rápidamente defendido a toda costa, contra quienes osen contradecirlo. Un discurso encadenado que, independientemente del tema que aborden, pretende llevar al lector, mediante un relato conducido por caminos sinuosos, hacia alguno de los extremos antes indicados; y que se lo trague todo. Allí, como receptor pasivo, lo dejan aparcado sin mucho margen de movimiento, salvo que corra el riesgo de exponerse a recibir innumerables críticas, insultos y despectivos comentarios ¿Nos encontramos frente a una nueva -y distorsionada- generación de comunicados -y comunicadores- radicalizados? Quizá por ahí pueden ir las cosas, algo que hace décadas advirtió la periodista Noelle-Neumann en relación con aquellos que “pretendían salirse del guacal”, aunque por ser alemana y mucho más refinada y precisa, lo describió más elegantemente: las personas temen permanecer aisladas del entorno social y, por este motivo, prestan una atención continua a las opiniones y comportamiento, supuestos por la mayoría, que se producen a su alrededor. Dado que las personas gustan también de ser populares y aceptadas, se expresan de acuerdo con las opiniones y comportamientos mayoritarios”.

El lenguaje escrito, de quienes organizadamente presionan, es cada vez menos democrático, más agresivo, autoritario, unidireccional e impositivo. Fuerzan a que algo sea trending topic y lo parasitan, como trampolín necesario con el que catapultar una opinión publicada dominante y desplazar, en ese mundo mediático-virtual, a quienes se atrevan a opinar diferente. Se crean los grupos “mutua satisfacción asegurada” en los que hay alabanzas omnidireccionales pero cerradas o utilizan tradicionales y aburridos netcenters. La verdad es sinónimo de lo que esa minoría ruidosa, camuflada de mayoría impone, y la responsabilidad huye del lugar acosada por la presión o el miedo.

En pocos años, los conocedores de la historia de la información desarrollarán sesudos estudios sobre esta particular evolución de la libertad de expresión, seguramente contrapuesta a la que sorprendiera a Tocqueville durante su prolongado viaje por los Estados Unidos, hace casi un par de siglos. Los que vivimos en estos momentos de verdades impuestas y censuras acordadas debemos, más que nunca, leer entre líneas, pero sobre todo ser responsables de opinar sobre lo que consideremos necesario. Y es que pareciera que en esa esfera amplia del “cuarto poder real o virtual” ciertos personajes galopan desbocados al mejor estilo de aquella última carga de la caballería polaca.