Considero que hay espacios dentro del marco legal para intentar cambiar las cosas, al menos antes de irse a la confrontación caótica
Creo no exagerar al afirmar que la mayoría de los ciudadanos guatemaltecos -vale para otros países- estamos hartos del sistema político. La rampante, progresiva y descarada corrupción, la depredación del presupuesto nacional, el atorado y atolondrado sistema de justicia, la falta de servicios sociales por falta de interés en hacerlos funcionar, las coimas y privilegios de los mafiosos de turno y, en general, el desastre nacional que hemos construido, y tolerado por años, nos frustra, enoja, aturde…
Muchos funcionarios se recetan un seguro privado de salud pagado con fondos públicos, en lugar de asistir al IGSS; los sindicatos pactan sin escrúpulos bonos, regalos, prebendas y extras para engrosar salarios artificialmente; los alcaldes se reparten fondos comunitarios por medio de empresas propias o de allegados para la construcción de obra pública; los diputados prorratean cuotas de poder en ciertas instituciones y las engordan con plazas fantasma para amiguetes y, en general, el Estado es una piñata que golpeamos continuamente, aunque nadie reconoce su culpa.
Los decentes aparentes -que cada vez quedan menos- se preguntan qué se pueden hacer para que esto no continúe, y suelen atender peroratas de filósofos políticos, sesudos analistas o conferencistas de esos que te elevan la moral a golpe de mensajes-fuerza. Sin embargo, cada cuatro años, y a pesar de toda la energía dilapidada, repetimos lo mismo y elegimos al “menos malo” que cada vez más es el peor de todos.
No soy partidario de la revolución fuera de la ley porque ofrece motivos al autoritario para aplicarte sangrientamente las normas que se eluden. No me gusta el estilo revolucionario-progre chileno de quema de buses, destrozos de edificios o peleas callejeras con la fuerza pública. Considero que hay espacios dentro del marco legal para intentar cambiar las cosas, al menos antes de irse a la confrontación caótica.
En el caso nacional, la ley electoral y de partidos políticos introdujo la posibilidad de repetir elecciones con una porcentaje de votos nulos, y ahí puede estar la solución. Algunos consideran que no sirve para nada, versión que no comparto, porque nunca se ha experimentado. Lo que si se repite hace tiempo es elegir al menos malo y eso termina por costarnos demasiado, cada vez más. De esa cuenta, probar otra forma, aunque pensemos que no sirve, no nos hace perder nada, ya que estamos más que perdidos.
Si en las próximas elecciones usted no encuentra un partido político libre de mafiosos o delincuentes, en el que no haya exconvictos, acusados de corrupción, narcotráfico y crimen organizado o no se compromete firmemente a hacer cambios serios, sencillamente no lo vote, y vote nulo. Si la repetición electoral no arregla nada, al menos habrá intentado hacer cambios desde la legalidad, y no repetir lo de siempre que ya sabe cómo termina. Me preocupa -cada vez más- que, sin advertirlo, nos estemos embadurnando de un cierto conformismo que favorece a muchos de los que son contratados en el sector público quienes compadrean con los partidos por los que votan, y eso los hace cómplices de la situación que vive el país.
No se deje engañar. Si usted no hace algo -y acabo de presentarle una salida que puede funcionar- será cómplice de lo que venga, por guardar silencio, no participar activamente o acomodarse a lo que sabemos certeramente que será un desastre. Si ve candidatos honestos y aceptables, actúe en consecuencia, pero ha llegado el momento de ser ciudadanos responsables y no quejarse sistemáticamente sin haber probado soluciones legales diferentes para el necesario cambio -que las hay-, aunque considere que no son las mejores.