El fracaso es una gran oportunidad
para empezar otra vez con más inteligencia (H. Ford)
Los últimos gobiernos han dejado
claro -con nitidez meridiana- el fracaso del intervencionismo estatal. El
actual del PP, por si queda duda, le ha puesto el broche de oro que evidencia,
más patentemente, algo que desde el pensamiento liberal se ha venido
denunciando por tiempo.
Cuando el Presidente del IGSS fue
capturado se recluyó en un hospital privado. Esa incoherencia muestra -demuestra-
que quienes dirigen instituciones públicas desconfían de ellas. No es nada
nuevo, pero pareciera que calladamente aceptado. Los diputados -¡los honorables!-
se recetan, a costa del erario público, seguro médico y de vida, aunque deberían
velar precisamente porque el sistema estatal que promueven y sostienen funcione,
y usarlo obligatoriamente. Cuando la exvicepresidenta Baldetti recibió aquel cal-harinazo
y se internó en un centro privado, en lugar de ir a un hospital público de esos
que promovía y potenciaba desde el Ejecutivo. Algo similar ocurre con los magistrados
de la CSJ que huyen de la atención pública a la que obligan a ciudadanos y
trabajadores. Si analiza el sindicato magisterial descubrirá que tres cuartos
de lo mismo. Muchos sindicalistas envían a sus hijos a colegios privados y
evitan los estatales de los que viven y usan como excusa bochinchera, como
señal manifiesta de la inconsistencia que mantienen. Este mismo razonamiento lo
puede extender a otros muchos personajes e instituciones que predican con una mano
exactamente lo contrario de lo que hacen, en silencio y escondidos, con la
otra. Lo público, en el mejor de los casos, funciona mal; en el peor es foco de
corrupción ilimitada.
El actuar de quienes desempeñan
función pública, como el de cualquier otra persona, es mejorar sus condiciones de
vida en la forma que cada quien considera lo debe/puede hacer. Este principio,
rector de la acción humana, suele ser ignorado por votantes emotivos y por políticos
que enmascaran las verdaderas intenciones, además de por algún que otro
intelectual que se deja llevar por idealismos que la historia aparcó hace
tiempo. La realidad es otra muy diferente y según el lugar, se combina con
otros factores generando situaciones como la que vivimos en el país que se
viene incubando desde el inicio de la era democrática.
Parte de la culpa es “del
sistema”. Es decir, del conjunto de reglas que rigen las relaciones gobernantes-gobernados,
que no están claras, son muy amplias u otorgan privilegios a sectores
políticos, empresariales, sociales y otros. No se cumplen por falta de voluntad
o porque no se repara que sin justicia y respeto las relaciones humanas se
quiebran y además, hay grupos de ciudadanos deshonestos que pretenden hacer del
Estado un botín personal. Es por ello que el desastre que padecemos responde a
un mal diseño normativo que sostiene el estatismo y es preciso modificar. No se
puede llegar a un proceso electoral en idénticas condiciones a como se han
venido dando. Eso sería un suicidio. Nadie desde el poder va a cambiar nada que
le repercuta negativamente, más bien modificará lo que hay para que siga igual,
pero con otra apariencia. Bajó la marea, y la ciudadanía puede observar a
quienes estaban desnudos tomando el baño. Es momento de cambios profundos o
incluso drásticos. Veremos llamadas a la calma de quienes quieren que las
reglas no se modifiquen porque tambalea su futuro. El estatismo ha fracasado.
Es hora de que cada quien asuma su responsabilidad y destino y no dejar en
manos de corruptos políticos el futuro propio y de nuestros hijos.