A la USAC
le correspondería para 2019 un
aproximado de Q1,900 millones y al
Ejército Q4,319
Concurrentemente con el debate del presupuesto para 2019 se ha
generado una dicotómica discusión respecto al monto asignado a dos
instituciones monopólicas: la USAC y el Ejército. A la primera, no se le asigna
-de ahí la protesta- el 5% constitucional sobre los ingresos ordinarios del
Estado; al segundo, se le incrementa una millonaria cantidad que parece no estar
justificada. Los comentarios se enturbian cuando los más osados contraponen -equivocadamente
a mi parecer- el aumento en uno con la reducción en la otra. En todo caso hay
dos certezas en este disputa. Una, que la Universidad no cuenta con el
porcentaje constitucionalmente asignado ni la institución armada con el 0,66%
del PIB recogida en los Acuerdos de paz. Otra, que ninguna de las dos
transparenta el gasto y, por tanto, la fiscalización se hace compleja. Al todo
hay que sumarle la falta de dinero para los diferentes reclamos y la pitanza
que del erario se hace anualmente por instituciones, políticos y grupos de
presión.
El debate se ha aprovechado -¡que bueno!- para solicitar algo que
ningún político ha hecho jamás: pedir transparencia y fiscalizar el gasto
público que hace la única universidad estatal, similar a lo que se ha estado
haciendo desde hace años con el Ejército, aun sin el éxito deseado. No es
posible que paguemos impuestos y desconozcamos el detalle de cómo se gastan.
Sin embargo, lejos de encontrar eco con la solicitud de accountability se han escuchado voces derivando el discurso hacia
otra dirección, propias de quienes exigen derechos pero no están dispuestos a
cumplir con responsabilidades, algo ideologizado a lo que nos tiene acostumbrados
determinados grupitos.
Es aceptable que exista universidad pública pero no “única”, porque
supone un monopolio educativo estatal que es exactamente lo que la propia entidad
educativa combate en otras áreas de la vida, como por ejemplo los negocios o
las empresas. Lo ideal sería contar con varias universidades públicas y
privadas y generar competencia y consecuente calidad y reducción de precios
para los usuarios. De igual manera, habría que ir pensando en otorgar las becas
a los alumnos -la demanda- y no a la USAC -la oferta- de forma que cada estudiante becado pudiese
elegir libremente la universidad -pública o privada- en que desee estudiar, lo
que optimizaría el sistema al generar competencia que incidiría en mejorar la
calidad educativa. Lamentablemente no se hace así y el monopólico universitario
estatal marca las pautas con financiamiento fijado en ley pero sin compromiso
de mejorar la calidad porque tiene asegurado el ingreso. Un claro despropósito
fácil de comprender pero difícil de revertir.
De momento, y hasta que no mejorar la “lógica” distributiva del
presupuesto, a la USAC le correspondería
para 2019 un aproximado de Q1,900 millones -interpretación legal sobre “ingresos
ordinarios”- y al Ejército Q4,319 millones -Acuerdos de paz- cifras que responden
a amarres presupuestarios negociados sin mayor fundamento racional. Los
presupuestos no deberían estar prefijados sino debatirse en función de
necesidades y resultados y siempre en un marco exigente de transparencia. Nada
de lo anterior ocurre -ni se ve venir- porque se está mas cómodo sin tener que aclarar
preguntas sobre compras y gastos y asumir responsabilidades por ello. Es -como
siempre ha sido- una inútil y perversa lógica que la mayoría de los
beneficiarios están dispuestos a aceptar por las ventajas que obtienen y pagamos
el despilfarro y la falta de ética política y administrativa que alimenta la corruptela
y genera una extensa red de aprovechados y vividores de un nefasto y colapsado
sistema.
¿Es así cómo queremos cambiar el país? ¡Eso no se lo cree nadie!
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