El nuevo gobierno
cuenta con un crédito corto, pero suficiente, y deberá adoptar medidas
contundentes
Hoy es un día en el que cada
cuatro años repetimos sensaciones y emociones moteadas por la desilusión del tiempo perdido. El proceso de cambio
presidencial se produce con menos fe -si todavía queda- y con reducida dosis de
esperanza en la medida que posteriormente nos desilusionamos con las nuevas
autoridades políticas. Una especie de efecto repetitivo, de repitencia escolar
por superar ese curso que se nos complica y que pareciera no haber forma de
aprobarlo.
El ciudadano chapín puede tener muchos defectos, pero
la virtud de la esperanza, ese estado anímico optimista en que una persona
espera un resultado favorable a su causa, la tiene más desarrollada que la
mayoría de las habitantes del planeta. En todas las tomas de posesión se
resalta el momento histórico que se vive y la oportunidad para generar cambios
políticos, económicos y sociales en el país. Y es verdad, aunque más tarde nada
de eso ocurre.
Me desilusioné con muchos gobernantes, pero
admito que fue Pérez Molina quien más desazón me produjo porque lo creí capaz
de hacer las cosas diferentes, y ahora Jimmy Morales que desaprovechó la mejor
oportunidad histórica de este país -en su era democrática- para asentar bases
suficientes de progreso. Sin embargo, perdió el tiempo y retrocedió
sensiblemente ¡Cuatro años desaprovechados! Le dimos poder y supimos cómo era.
Comienza hoy una nueva andadura y debo reconocer lo
que creo que son virtudes de Alejandro Giammattei y de su Vicepresidente
Guillermo Castillo. Hay capacidad, ideas claras e intención manifiesta de hacer
cambios radicales. Nada es perfecto, pero admito un alto grado de sentido común
en muchas de las propuestas del binomio y confío en que se den pequeños pero
necesarios pasos. No obstante, y creo que es un sentimiento compartido con
muchos, hemos sido golpeados con el desengaño en múltiples ocasiones y todo lo
anterior se cubre de un barniz de prudencia que nos hacer ser más cautos que en
otros momentos.
De lo que no se puede volver atrás es de la ola
de cambios que se desató en el país hace un lustro. Cada vez es más difícil
robar, corromper, cobras coimas o hacer fullerías, aunque se siguen haciendo, y
comienzo a respirar un ligero olor a decencia que todavía sabe a poco pero que
progresivamente se instala en el ambiente. Muchas sociedades han atravesado
momentos como estos y fueron capaces de superarlos. Aquí no somos tan
diferentes y debemos comenzar a construir nuestro futuro.
El nuevo gobierno cuenta con un crédito corto,
pero suficiente, y deberá adoptar medidas contundentes contra ciertas formas
anómalas de proceder, así como tomar decisiones que no serán fáciles pero que
son necesarias. Acometer con fuerza y constancia dos o tres proyectos por año:
Ley servicio civil, ordenamientos servicio exterior, LEPP, modificación del
sistema de justicia o hacer eficientes los ministerios de salud y educación,
entre otros, es necesario porque “quien mucho abarca poco aprieta” y flaco
favor harían al país -y a ellos mismos- si no son capaces de emprender los
cambios necesarios.
Con la nueva administración la anterior saldrá de
toda preeminencia pública, prioridad en el tráfico, portada en los medios y
privilegios y pasará a la historia como una de las más incapaces, con alta
desaprobación y una deuda social enorme. Un relevo más que da paso a la ilusión
y a la esperanza y dibuja, aunque sea en nebulosa, un horizonte posible de
futuro a medio plazo. Esperemos que los pocos niveles de tolerancia no disminuyan
con los años por venir pero de momento la esperanza prima.
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