De ahí esas teorías, repetidas hasta la saciedad, del heteropatriarcado y el consecuente desprecio del hombre
Sería absurdo e irracional rebatir la negación y el desprecio al 50% de la población humana a lo largo de la historia del ser humano. La mujer, por cuestiones relacionadas con la supervivencia -al inicio- y a costumbres sociales tangenciales con la propia biología -después-, ha estado ausente de la toma de decisiones y participación pública. No es hasta finales del XIX y, sobre todo, bien entrado el siglo XX, que el mundo comienza a escuchar un reclamo legítimo de mujeres que no quieren seguir estando a la sobra del hombre ni desplazadas del protagonismo laboral, social, familiar, etc.
De esa cuenta, los movimientos feministas toman sentido al presentar a seres humanos -mujeres- tradicionalmente desplazado por otros -hombres,- y anulados particularmente en la vida pública. El modelo excluyente, mantenido por siglos, fue perpetuado por hombres, pero también por mujeres, que sustentaron tal forma de actuar en razones biológicas, culturales y religiosas, principalmente. A pesar de todo, las sociedades tradicionales sobrevivieron, en muchas ocasiones, gracias a un matriarcado en la sombra que permitió la observancia de valores, formas y sobre todo protección y supervivencia.
Los nuevos tiempos dieron una vuelta sustantiva a esa forma segregacionista de pensar y, afortunadamente, la mujer tomó su espacio en la legislación de forma que se terminaron reconociendo derechos y obligaciones por igual, al menos en un marco jurídico teórico que evidentemente requerirá de algunas generaciones para ponerlo plenamente en práctica, como sucede con casi todos los cambios sustantivos.
Sin embargo, el legítimo movimiento feminista ha sido parasitado por ciertos grupos radicales que han terminado por hacerle más daño que favor. Además, determinadas formaciones políticas de ideología extrema tomaron la bandera para posicionar temas colaterales que nada tienen que ver con el reclamo legitimo de la igualdad de derechos y obligaciones, como el aborto, las cuotas en la función pública y cuestiones similares.
De esa cuenta, se ha terminado por mezclar una cosa con las otras y radicalizado protestas como las que se han venido viendo últimamente en varios lugares del mundo. Esos grupos feministas y extremistas no distan mucho de aquellos otros que se negaron a facilitar los derechos de las mujeres, con el agravante de que los primeros basaban sus posturas -equivocadamente si se quiere- en razones culturales, biológicas o de tradición; estos otros, por su parte, son racionalmente operados y terminan construyendo sobre el odio más que sobre la razón o cualquier otro principio inocente. De ahí esas teorías, repetidas hasta la saciedad, del heteropatriarcado y el consecuente desprecio y condena generaliza del hombre, justamente lo que rechazan en relación con su devenir histórico.
Las cosas deben tener su justa medida, pero, en una sociedad cada vez más emotiva que racional, es muy difícil manejar argumentos y juicios que no terminen diluyéndose en redes sociales, protestas musicales con la cara tapada o destrucción del entorno como desahogo de una frustración más ideológica y personal que social o de respuesta a realidades históricas. Emerge la teoría del péndulo, aquella que nos hace pasar de un extremo al otro sin advertir que terminamos justamente en el mismo nivel de intransigencia que se pretendía anular.
En estas fechas en que se celebra el día y por extensión el mes de la mujer, es bueno presentar el tema desde una visión reflexiva. De lo contrario es posible que, en algunas centenas de años, estemos celebrando el día de hombre con idénticos reclamos históricos que, por cierto, la religión no ha terminado de arreglar en sus postulados y enseñanzas eminentemente masculinizadas ¡Al tiempo si no!
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