Lo importante, en un mundo interconectado, es lo mismo que en aquel otro de los setenta: ser aceptado por otros
George Orwell publicó en 1949 -no sin dificultades- su novela “1984” en la que describió, anticipadamente y con lujo de detalles, lo que sería el comunismo en la Unión Soviética. Una crítica mordaz que desnudaba la dictadura y su forma de operar. Veinticinco años después (1974), vio la luz “La espiral del silencio”, de Noelle Neumann, una obra menos conocida pero igualmente adelantada a su tiempo, y especialmente al de las redes sociales que hoy vivimos. En su obra, la alemana describe el comportamiento de las personas ante la opinión pública y la dominación de éstas por los medios de comunicación y los líderes de opinión.
En definitiva, Neumann explica lo que ahora padecemos que no es otra cosa que el anclaje mental de muchas personas -de la masa que describe Ortega y Gasset- a opiniones elaboradas o posicionadas por otras, independientemente de la veracidad del contenido. Se ha pasado de reflejar la opinión pública -lo que antes hacían los medios, a la construcción de aquella. En estos días, no es tan importante contar la verdad o proponer el debate para buscarla, sino aferrarse a un discurso imperante, estruendoso, construido frecuentemente de forma artificial, y sobre todo no desviarse del mismo.
La disposición de un individuo a exponer públicamente su punto de vista varía según su apreciación y las opiniones dominantes en su entorno social, así como las tendencias -al alza o baja- que caracterizan la suerte de esas opiniones. Las redes han venido a potenciar esa afirmación con los “likes” o los “retuits” y en la medida que se alcanza reconocimiento socio-virtual nos autocomplacemos. La autora, al igual que Orwell, describe un comportamiento de su época que hoy se repite más intensamente, sin conocer la realidad de un presente que para ella era incierto futuro. Neumann sostiene el argumento de que para las personas es más fácil repetir lo que escuchan, y con ello contar con la aprobación social del rebaño, que llevar la contraria y ser señaladas como chivos expiatorios o parias en un mundo uniformado. No se distancia mucho de la línea argumentativa de Orwell al crear en su novela el ministerio de la verdad, la policía del pensamiento o la neolengua.
Leemos diariamente afirmaciones que deciden -ni siquiera cuestionan- quienes son “buenos y malos”, “perseguidos o ignorados”, “atacantes o atacados”, pero somos incapaces de sentarnos a reflexionar si lo que se afirma está sustentado en hechos, realidades o comprobaciones. Tuiteamos o pulsamos “me gusta” con la facilidad de la irresponsabilidad no castigada, el permisivo anonimato encubridor o respondemos al sentimiento del momento; nada que ver con la razón ¡Y ni siquiera nos avergonzamos!
Lo importante, en un mundo interconectado, es lo mismo que en aquel otro de los setentas: ser aceptado por otros, con el agregado de que ahora ni siquiera los conocemos. Cualquier estupidez toma forma y se multiplica en el espacio virtual, mientras anónimos o desconocidos personajes repiten lo que alguien con muchos seguidores sugiere o está de moda, así evitan ser ignorados o peor: insultados y desprestigiados. Permitimos cercenar nuestra individualidad responsable y nos dejamos llevar por el qué dirán de los “influenciadores”, como si a aquellos les importara siquiera un pito lo que pensamos.
Lejos de avanzar, hemos retrocedido y siendo Neumann desconocida se lee muy poco, vaya a ser que nos cambie las costumbres y mañana, sin suficientes “like” a mi “post”, vuelva a ser un don nadie ¡Qué pena de años de evolución humana, de sumisión de criterio y de perdida de libertad!
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