Don Donald llegó a cantar victoria en las primeras horas del miércoles, antes de que el “ingrato” Estado de Wisconsin le diera la espalda
El señor Trump ha mantenido en vilo a muchos entusiastas de la política, demócratas acérrimos, seguidores fieles, republicanos despistados y medio mundo. Acongojados andaban unos y otros durante toda la mañana del pasado miércoles y días siguientes porque el estrecho margen momentáneo de la victoria de Biden-Harris no permitía que la camisa llegara al cuerpo. Aquellas encuestas que proclamaban al demócrata, por no recuerdo que cantidad de puntos, tornaron una y otra vez y don Donald llegó a cantar victoria en las primeras horas del conteo, antes de que el “ingrato” Estado de Wisconsin le diera la espalda.
A pesar de las críticas contra mister Trump -a las que me sumo porque es un perfecto mentecato, un político extravagante y un individuo absurdo- es preciso recordar que llegó al poder hace cuatro años de forma democrática y por razones muy bien expuestas por el historiador Niall Ferguson. Ganó las elecciones tras ocho años de gobierno demócrata que integró precisamente el señor Biden. ¿Qué llevó a los ciudadanos norteamericanos a votar a un empresario tan particular y excéntrico para que fuera el 45º presidente de los Estados Unidos? Para algunos sería el fracaso económico, para otros la perdida de liderazgo en política exterior, para muchos más el incumplimiento de promesas en temas de migración, de retiro de tropas en el extranjero o el cierre del centro de detención en Guantánamo ¡A saber que llevó a cada cual a elegir libremente a un personaje extraño y tosco respecto del político tradicional! En todo caso, muchas cosas que se pueden resumir en cansancio acumulado después de ocho años de administración Obama-Biden, y seguramente la sensación de que no lo hicieron bien y había que dar oportunidad a la oposición ¡Y vaya la que buscaron!
¿Qué está pasando en el mundo que se eligen/reeligen autoridades que luego traen malas experiencias? Creo que nada diferente a lo ocurrido en otras épocas. Hugo Chávez llegó democráticamente al poder, también Hitler y muchos otros. Vemos una dictadura en Nicaragua proveniente de un proceso democrático; en Argentina se establecieron por años los Kirchner; en España se eligió a un gobierno que ha terminado pactando con políticos separatistas y extremistas que pretenden destruir la nación; en Bolivia ocurrió algo similar y ahora puede que estén de vuelta, y muchos otros ejemplos.
Los personajes exóticos aparecen cuando los ciudadanos están sorprendidos o decepcionados de cómo está la política en su país o en su entorno, y terminan haciendo realidad la frase de Levitsky y Zibblat en su libro “Cómo mueren las democracias”: “Las democracias pueden morir a manos no de generales, sino de líderes elegidos, presidentes o primeros ministros, que subvierten el mismo proceso que los llevó a ellos al poder. O aquella otra de Ortega y Gasset: “La confusión va aneja a toda época de crisis […] No sabemos lo que nos pasa, y esto es precisamente lo que nos pasa, no saber lo que nos pasa…”.
¿Qué ocurre en el siglo XXI con la democracia que parece haber atolondrado al votante? Quizá, y habrá que debatirlo, el modelo que sirvió para erradicar dictaduras en el siglo XX se ha vuelto sustancialmente inoperativo. No creo que por falta de liderazgo sino porque los capaces y decentes pueden estar escondidos y no participar en política, pero también porque el sistema no responde a la forma cultural, tecnológica y de valores sociales modernos, además de a otras cuestiones de la vida cotidiana. Mientras, en USA, pierde curiosamente quien más odia a los perdedores, y gana el de antes ¡Vaya pues!
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