Lo paradójico: una guatemalteca, un colombiano y un hondureño migrados, parecen ser los designados para “arreglar” el “exceso de migrantes”
Analistas y publicaciones especializadas coinciden en señalar que las dos corrientes demócratas -progresista y moderada- unieron esfuerzos para ganar las pasadas elecciones norteamericanas. Incluso algunos han afirmado que Biden es un republicano en el partido demócrata y que en aquel hay tendencias más a la izquierda -cercanas a un socialismo moderado- como la de su vicepresidenta. Desde esa perspectiva de confrontación interna se proyecta la política exterior, clave para comprender el reflejo en la región.
El asistente especial de Biden -Juan González- inició una peculiar refriega dialéctica con los países del triángulo norte, de hecho era su visita la esperada e incluso figuraba en invitaciones cursadas por la embajada USA. Sin embargo, algunos sucesos cambiaron el “hard power” del colombiano-norteamericano por el “solft power” de Ricardo Zúñiga, el enviado especial. El primero fue el señalamiento directo al presidente hondureño de estar relacionado con el narcotráfico. El segundo, el duro intercambio de palabras en redes sociales entre el presidente Bukele y la representante Norma Torres. El tercero -el más importante para el país- la conversación telefónica entre la vicepresidenta Harris y el presidente Giammattei. El fuego estaba demasiado avivado como para que viniera González a echar gasolina, y la diplomacia norteamericana prefirió, seguramente, un conciliador como el hondureño-norteamericano quien, a pesar de su buena disposición, fue ninguneado en El Salvador.
Lo que pasa en el norte llega al centro y sus confrontaciones políticas internas no son la excepción. Biden prometió acciones respecto de la migración, pero una cosa es alardear en debates electorales y otra muy distinta la realidad política. Cuando la seguridad nacional USA se percibe comprometida hay un consenso en el establishment norteamericano que no están dispuestos a romper. Así que, lejos de poder encontrar soluciones inmediatas a la crisis humanitaria fronteriza, se mezcla todo y, como la mejor defensa es un buen ataque, surgen otros temas sobre los que surfear en todo este embrollo. Poco o nada se resalta y profundiza sobre el enemigo real: el narcotráfico y el crimen organizado que son los que más corrompen nuestras sociedades.
Los países del triángulo norte generan migrantes por distintas razones, especialmente por falta de oportunidades de sus ciudadanos para incorporarse a una vida mínimamente decente, pero también por extorsiones y otras cuestiones. La culpa de esas migraciones obedece mayormente a nefasta políticas internas, producto de sistemas que han permitido encaramarse en el poder a políticos corruptos ¡De eso no hay duda! Pero, todo eso estuvo sostenido durante el siglo XX por administraciones norteamericanas que ponían y quitaban presidentes en función de sus intereses, además de que la mano de obra barata de los migrantes sostiene parte de la economía de USA. No vale gritar, protestar y exigir decencia cuando por años se ha impuesto, avasallado o intervenido. El problema es compartido, y hay elementos suficientes para abordar la discusión desde una visión conjunta y no unilateral, como ha sido tradicional. No más “palo”, ya hubo muchos, pero la “zanahoria” tampoco es la solución. El debate franco y racional debería ser la forma de relacionarse porque el exceso de presión -que suele ser lo habitual- no muestra la solidaridad esperada ni muchos menos genera la estabilidad necesaria, algo que debe valorar la actual administración Biden-Harris en beneficio de alcanzar el fin que pretende. Las luchas internas en el partido demócrata seguirán, pero dejarlas en Florida o Texas -que tienen buen clima- en vez de traerlas aquí, puede ser una buena opción. Lo paradójico: una guatemalteca, un colombiano y un hondureño migrados, parecen ser los designados para “arreglar” el “exceso de migrantes”. ¡Cosas veredes, amigo Sancho!
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