Hay una evidente discrepancia dentro del partido demócrata que requiere cirugía precisa contra cierto sector ideológico interno
Los estados colchón -concepto geopolítico- sirven para adelantar la seguridad más allá de las fronteras nacionales de quienes los utilizan. Posiblemente Estados Unidos haya considerado -al menos desde inicios del presente siglo- adoptar esa idea para el espacio centroamericano, y más concretamente al delimitado por el denominado Triangulo Norte. El narcotráfico, el crimen organizado, la migración ilegal y el terrorismo así lo aconsejan, porque es más “fácil” amortiguar los efectos en tres países pequeños que en México, social y políticamente más complejo, y donde se reduce la capacidad de reacción.
Contrasta con la anterior idea, el acercamiento a Cuba, Honduras -zelayismo- y Venezuela y la respuesta tardía al avance del autoritarismo en Nicaragua, además de la confrontación con El Salvador de Bukele, con una clara tendencia a escaparse de la órbita norteamericana en una dirección intermedia entre Maduro y Ortega. Tampoco hay que dejar de considerar el espacio cedido a Rusia y China, lo que ha permitido a ambas potencias establecerse cómodamente en la región. El único país que aún mantiene nexos “tradicionales” con el poderoso Norte es Guatemala, a pesar del “maltrato político” y de las constantes presiones recibidas por cierta elite de Departamento de Estado, en convergencia con algún consejero presidencial y otros personajes organizados. Garrafal error de la política exterior USA no valorar correctamente la situación y pensar que la dinámica tradicional de coerción continua es lo efectiva que fue en el pasado. Quizá eso cuestione el modelo realista de la relaciones internacionales o, sencillamente, lo adapte a un mundo más mediático y capaz de reaccionar en corto tiempo. En todo caso, es preciso prestar atención a la política exterior norteamericana en Centroamérica y el costo que puede tener, especialmente después de lo que pasó en Chile, puede ocurrir en Colombia y promete arduo debate en Brasil, por no hablar de Costa Rica y Perú, o de la Cuba de los sesentas.
Biden llegó al poder gracias a la inclusión de cierto sector radical en el partido demócrata, y de esa cuenta Kamala Harris fue nominada vicepresidenta. Sin embargo, los fracasos en la retirada de Afganistán y en la lucha contra la migración ilegal -tareas a ella asignadas-, además de otras cuestiones de política interna, han incidido en su baja popularidad, la menor de los vicepresidentes en los últimos 30 años -por cierto, acentuada después de su viaje a México y Centroamérica en junio 2021- según el medio Los Ángeles Times: “What does America think of Kamala Harris?”. Esas cifras pudieron aconsejar enviar a Ucrania a la congresista Pelosi o recientemente a Jill Biden -la primera dama- en lugar de a Harris. Agregar el contacto telefónico de Blinken con Guaidó para “amortiguar” ciertas actuaciones del asesor presidencial Juan González, que publica otro medio: "La diplomacia de EE.UU., que comanda Blinken, no vio con buenos ojos la visita a Caracas, que lideró el máximo asesor del presidente Biden para América Latina". Por cierto, el mismo González que fue sustituido por Ricardo Zúñiga en su visita a Centroamérica después de hacer declaraciones poco afortunadas.
Hay una evidente discrepancia dentro del partido demócrata -añadamos el alto déficit económico y el particular papel en el conflicto de Ucrania- que requiere cirugía precisa contra cierto sector ideológico interno que ha descolocado la política exterior. Se percibe el desplazamiento de esa minoría dentro del partido porque las próximas elecciones de noviembre así lo aconsejan, y seguramente el republicanismo continuará echándolo en cara por el alto costo para la imagen norteamericana en el exterior, tal y como ya lo hacen algunos senadores que confrontan duramente la errática dirección de la administración Biden.
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