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lunes, 4 de julio de 2022

En trapos de cucaracha

Cada cuatro años apostamos por un pillo al frente del gobierno que llega con amigos muchos más bribones que él, escondidos detrás de su sombra

El país no es más que un castillo de naipes, una casa con techo de paja y cimientos de cartón que cualquier soplido se lleva puesta, administrado por un esquema mafioso al que han contribuido todos los gobiernos y hemos consentido los ciudadanos. Podemos lamentarnos y echar la culpa a Giammattei, Pérez Molina, Portillo o Álvaro Colom -Sandra Torres de facto-, por citar algunos, pero si no nos miramos al espejo y advertimos de que a todos los hemos elegido democráticamente miles de ciudadanos -sin duda de que haya habido manipulación electoral- nunca seremos capaces de ver a los auténticos y reales culpables de vivir en un país fracasado.
Como ciudadanos somos irresponsables y permisivos y no nos gusta escuchar -menos aceptar- el origen de esta debacle nacional que sufrimos permanentemente porque, en el fondo, nos avergüenza reconocer que no hay más culpables que nosotros mismos. Votamos como votamos, somos como somos y por tanto tenemos el resultado que nos procuramos, aunque no sea el que creamos merecernos. Cada cuatro años apostamos, sin mínima reflexión ni suficiente interés, por un pillo al frente del gobierno que llega con amigos muchos más bribones que él, escondidos detrás de su sombra.
La pandemia ha venido a mostrar el oscuro y miserable Estado que hemos construido. Carente de una estructura mínima de educación estatal, con cierre de escuelas, millonarios repartos en pactos sindicales y ausencia de gestión de las autoridades del ministerio. Falta de un sistema de salud que sigue cobrando vidas humanas sin que el remordimiento nos produzca un mínimo quemazón en el alma. Niños asesinados diariamente por hambre o condenados a un futuro fracasado, son imágenes que desechamos mientras nos distraemos con cosas superfluas que nos llenan de falsa alegría momentos imperceptibles. Las comunicaciones colapsan frecuentemente, causan muertos, impiden el desarrollo y ralentizan el progreso, al tiempo que se despilfarran cientos de millones que van a parar a bolsillos de “constructores” conocidos por múltiples causas de corrupción abiertas en el MP, pero que no avanzan en tribunales. La Corte Suprema de Justicia, lleva atrincherada casi tres años de forma ilegal, irresponsable y amañada, dándole un barniz de falsa legalidad a actuaciones que favorecen a personajes ligados al crimen organizado o al narcotráfico, y muchos de ellos en la política activa. La gestión medioambiental no genera desarrollo sostenible ni sustentable, y es continuamente manipulada y utilizada para servir como moneda de cambio -previo pago de coimas- para que algunos ministros y directivos disfruten un mejor futuro a costa del contribuyente y la depredación de recursos. Las aguas se contaminan, los bosque se arrasan, las montañas se caen. El sistema de expedición de pasaportes colapsó hace tiempo y cuando hay algunas libretas -algo poco frecuente- se tarda meses en conseguir uno. Una parte importante de vehículos circula con placas de cartón porque no somos capaces de comprar máquinas para imprimirlas. El Congreso está repleto de narcotraficantes y personajes del crimen organizado, al igual que las alcaldías del país, y padecemos silenciosamente sus excentricidades y continuados delitos. La capital sigue con problemas de agua potable en muchas zonas y un basurero inapropiado y contaminador, mientras el tráfico consume una parte sustancial del tiempo de cada uno. La inseguridad mata violenta y continuamente a cientos de ciudadanos y decenas de miles de menores son abusadas cada año.
Sabe cómo acabar con todo esto: responsabilizándose, votando con la cabeza y no siendo cómplice del sistema pensando que uno no forma parte de él. Hay que dar “hasta que duela”, dijo la madre Teresa, y en política no es diferente.


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