Vivimos en un Estado patrimonialista.
La lucha diaria -de muchos- es por ver quien se queda con la parte de todos.
Buscan privilegios, excepción impositiva, cuotas de mercado, barreras
arancelarias o proveer servicios contratados por corruptos de turno. La
decencia hace tiempo que se dejó en el baúl, encerrada para siempre, con la
honra, la ética, la moral, el buen comportamiento.
Casi todos aspiran a depredar un
Estado construido para ser devorado ¿Independencia?, a lo más interdependientes
de nuestra propia soberbia y avaricia. Da pena tantas muestras de falso
patriotismo, de engalanado de honor, de desfiles vacíos, de proclamas sin
contenido. No se hace un país, una sociedad, un grupo, sin valores y aquí hace
más de 192 años que desaparecieron, sin que nadie los rescate por cobardía,
inacción, conformismo, apatía… Permanentemente quejumbrosos pero impasibles
antes la responsabilidad que reclama actuar contundentemente. Nos llamamos
honestos y conformamos con hacer el “bien”, pero permitimos que el entorno sea shuco e indecente y no entendemos eso de
la omisión, tan grave como la acción.
País de huevos tibios que esconden la
cabeza o miran hacia otro lado cuando toca asumir la obligación del momento.
Tenemos EXACTAMENTE, lo que nos merecemos, y continuará,
por otros dos siglos más, sino cambiamos. Menos elogiar, cantar, entonar,
proclamar, desfilar o correr… y más actuar con responsabilidad y vergüenza.
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