La libertad no es la
licencia para realizar cualquier cosa (Gandhi)
Imprescindible escuchar al gran Paco Pérez de
Antón explicar porqué el periodismo no debe de denominarse el cuarto poder, más
bien ser el contrapoder. Cuando el ejercicio periodístico se hace desde tribuna
privilegiada, con fuero especial e ínfulas de soberbia, se distancia de la
crítica, del comentario, del análisis y hasta de la racionalidad, y se
convierte en un vehículo para enfrentar otras formas de poder, generalmente el
político. La deontología profesional desaparece y lo importante es el fin,
justificándose indebidamente el uso del medio. Del otro lado, el político
también puede ver al periodista como un poder en competencia y normalmente no
gusta de las evidencias que presenta de su labor, ignorando opiniones, reproches
y comentarios o intentando silenciar a quienes constatan corrupción, malas
prácticas o ineficiente gestión.
Cuando
el objetivo de ambos es el poder, se genera confrontación artificialmente
justificada en múltiples aspectos que maquilla el auténtico fondo del problema:
el dominio. Florece el maquiavelismo y el fin pretende justificar los medios.
De la parte mediática se agudizan rumores y mentiras; se promueven insultos e
injurias; se utilizan anónimos y se magnifican actuaciones. Pocas veces se
aportan pruebas y la “credibilidad” de la que goza el medio o la persona -o el
corporativismo- es suficiente para generar una ola (una bola) que termina
siendo creída por muchos. La ética y la deontología se obvian y la libertad de
expresión es esgrimida como justificante de cualquier barbaridad. La parte
política, no es ajena a todo esto. Promueve normas (Argentina, Ecuador, Cuba,
Venezuela…) limitantes de la propiedad de medios o censuradoras de información.
Cierra televisiones y periódicos o persigue a periodistas hasta imponerles
multas desorbitadas o despojarlos de sus propiedades o empresas. También
manipula a jueces o fiscales para que las sentencias sean ad hoc y en nombre
del respeto, la intimidad o la esfera privada, justifica atrocidades jurídicas
insostenibles en un Estado de Derecho.
En el
fondo sobresale una rama filosófica esgrimida por ambos y olvidada a la vez: la
ética. Ni político ni periodista la practican. No es ético determinado
comportamiento cuando obedece a intereses personales o de terceros o se deja
llevar por la pasión. Tampoco lo es pretender justificar actuaciones sobre la
base de principios caducados, marcos legales inconsistentes o presión a
terceras personas desde el poder. Si ambos fuesen éticos, correctos y ajustados
a principios nobles, la discusión se centraría en comprobar, demostrar o
desmentir las irregularidades denunciadas en lugar de pretender eliminar al
mensajero. Falta mucho para llegar a comprender ese simple postulado.
Los
medios de comunicación deben de ser el contrapoder y evidenciar con
racionalidad, veracidad y consistencia los excesos del poder político. El
trabajo, sin pretender que sea objetivo, tiene que ser profesional, imparcial,
ajustado a parámetros deontológicos y alejado de intereses personales. No se
trata de apostar por uno u otro sino de practicar valores y buscar el necesario
equilibrio de interés en beneficio de todos. Los derechos individuales no
pueden priorizarse (error frecuentemente cometido). Todos tienen el mismo
estatus y hablar de libertad de expresión significar respetar con la misma
fuerza y energía el resto de derechos. Sin embargo y lamentablemente, estamos
alejados de ese punto de equilibrio y cada quien tira para el lado que más
mueve su conciencia, sus intereses o sus particulares objetivos. La emotividad
se impone a la racionalidad y no avanzamos mucho ni en la dirección correcta.
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