Es difícil encontrar algo para reemplazar al
fútbol, porque no hay nada.
Pasmados, embelesamos y
extasiados durante el campeonato mundial de fútbol. Millones de
personas de todo el mundo -no todos- pierden la sesera y el sentido común -el menos común de los sentidos- y se
disfrazan de
cualquier cosa para llamar la atención de cientos de cámaras de TV que pululan y literalmente vuelan por
los estadios brasileños. Maquillajes,
sombreros, trajes variopintos y estridentes coloridos engalanan los graderíos, a pesar del intenso
calor. Incluso son visibles -durante el
éxtasis del partido- senos de señoritas
-pocas- alegremente
mostrados al levantar la camiseta con los colores
de su selección, ¡por supuesto!
El público, en general, es el que años atrás se quejaba permanentemente de la crisis económica,
la pobreza o la inseguridad, pero olvidaron todo y
derrochan
lo poco que tienen -o deben- para disfrutar del deporte rey. Muchos gritan, insultan y amenazan a la afición del equipo
oponente y critica/alaban, según las
circunstancias, a jugadores que fuera del
mundial alaban/critican en relación exactamente inversa. Los
más energúmenos -¡que haberlos haylos!- le mientan la madre a los seguidores del once contrario cuando pierden o son eliminados, en una bajeza de desprecio nacionalista
que envidiaría cualquier dictador del siglo pasado. Otros, más
"cultivados" -pero igualmente estúpidos- hacen chistes gráficos, tuitean sandeces o envían insultantes correos electrónicos, mostrando su satisfacción por la eliminación de la saga “opositora” ¡Cosas que nunca se le hubiese ocurrido a los
tres chiflados por el grado de chabacanería que encierra!
Algunos se sienten franceses, mexicanos, alemanes o argelinos,
sin que sepan muy bien donde queda el país ni
les importe el lugar. Apuestan por "el
otro" equipo, sea cual sea, sin saber porqué,
con tal que destroce en el terreno de juego
al que desprecian o les irrita ¡Da prestigio eso de sentirse
brasileño, argentino, griego o español siendo de Comalapa o
Almolonga! A fin de cuentas, ¿quién
lo sabe? El nacionalismo cegador embrutece y
se reproduce en la medida que la mollera se licúa
con el calor y el corazón -sólo o con el hígado de copiloto- gobierna la nave de la
sinrazón, con la cólera más vulgar y chocarrera. Ciertos
presidentes se ponen al frente de sus connacionales y promueven algarabía con
eslóganes variados según la situación: ¡somos los mejores! o, ¡perdimos pero
nuestra dignidad, honor y orgullo nacional están a salvo! Los más
piadosos se persignan tras marcar un gol o rezan y se santiguan antes de lanzar
penaltis, suplicando apoyo y bendición divina, sin saber que Dios es del Real
Madrid, y por eso va de blanco.
En pocos días, muchos de esos jugadores
"nacionales" -naturalizados para la ocasión- continuarán desposeídos
de parte de sus derechos por su condición de ciudadanos de segunda. La masa orteguiana dejará
de gritar histéricamente y la razón ocupará
nuevamente su lugar -esperemos-, aunque algunos seguirán tarados de por vida. En el terreno de juego, al once titular y a los suplentes les
pela esa algarabía nacionalista-deportiva porque saben que si
juegan bien revalorizarán su ficha y cobrarán
más en esos equipos extranjeros que ciertos
“seguidores” desprecian o abuchean. Ejemplo patente de colectivismo ignorante frente a individualismo racional,
como sucede a diario en otras cosas ¡Cada quien hace su juego!
Los de las gradas loqueando estilo circo romano, para olvidar penas;
los del campo sabiendo que invierten en un mejor futuro. Lejos
de superarlo, las muladas se repetirán en 2018, pero antes hay que sobrellevar la final.
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