Países con un índice mayor de
desarrollo que Guatemala tienen fijada una cantidad menor
El
Presidente Morales, no satisfecho con los regalos que nos hizo a lo largo de 2017, dejó un presente por Navidad: un nuevo salario mínimo. Un
incremento del 3.75% sobre el existente que no es otra cosa que un invento progresista del que muchos hablan y sobre el que pocos reflexionan, aunque
mantiene ocupados en estériles discusiones a sindicatos, trabajadores, patrones
y políticos ¡Felices los cuatro!, que diría aquel.
La
primera pregunta es por qué
hay dos salarios diferentes si resulta que es
“mínimo”. Como si las
necesidades de unos trabajadores fueran
diferentes a las de otros.
Una incongruencia
suficiente para desmontar el tópico que cada año promueve
una improductiva pero interesada discusión. Sumado a lo anterior vimos
como el INE no supo explicar el artificial y elevado costo de la “canasta básica”. La única razón
que expusieron
analistas económicos fue
que se había sobrevalorado -descuidada o intencionalmente- pero que el precio era mucho más bajo y
evidentemente no se podía
tomar como referencia para hacer cálculos. Hablar del costo de dicha canasta,
por tanto, no justifica el aumento.
Cuando la ley fija el salario mínimo, la planilla de cualquier
negocio experimenta un incremento en los costos, algo
muy simple de entender. El
empresario debe valorar si pueda pagarla o, por el
contrario, tiene que reducirlos, lo que le lleva ineludiblemente a despedir trabadores porque no puede gastar más y producir lo mismo ya
que perdería competitividad. Otra forma de solucionar
el problema -artificialmente generado- es incrementar el precio del producto, algo que
no siempre es posible porque un libre mercado permite el
ingreso de otros más baratos. La tercera opción es
reducir las ganancias y, quizá, cerrar el negocio por no ser rentable. En resumen, se puede apreciar la alta probabilidad de impactar en la economía y provocar desempleo. Además, saca del mercado laboral a aquellas personas de muy baja
cualificación que estarían dispuestas a trabajar por una menor cantidad. Es decir, los más pobre y menos preparados son los que
inmediatamente pagan las consecuencias de ese malabarismo político, aunque siempre
justificado en beneficio de ellos.
Si revisa los salarios mínimos en América
Latina, comprobará cómo países
con un índice mayor de
desarrollo que Guatemala
tienen fijada una cantidad menor: Chile, Brasil, Perú, México o Colombia -también la
mayoría de los países de Este de Europa- lo que
muestra que no existe una
correlación entre el PIB/renta per cápita y el
salario mínimo, quedando a
criterio del político de turno -y sus amigos sindicalistas- determinarlo en función de sus intereses. Finalmente -seguro que le parece mucho más
extraño- los países “amigos” referentes y muestra de progreso: Dinamarca, Finlandia, Suecia y Noruega, no tienen salario mínimo y además, en aquellos otros que dejan libre el mercado del trabajo,
el desempleo es menor y los salarios son más altos.
Sin
embargo, no hay como seguir la moda, entretener al público con sesudas
negociaciones y determinar
por medio de la ingeniería
social “cuánto debe recibir una persona para que viva dignamente”. Un cuento recitado por años que cala en el cerebro de quienes no dedican mucho sudor a pensar o producir ¡Esos si!:
nada como luchar por la mejorar de la clase obrera, tan oprimida e ignorada, y serenar la conciencia.
Una serie
de videos explicativos terminan siempre: Now, You know, así que si quiere
seguir deslumbrándose con ese artificio político, queda a su criterio.
¡Feliz y
artificialmente encarecido 2018!
No hay comentarios:
Publicar un comentario