Los partidos que
apuestan por la “dignificación” de la política han llenado las casillas de
gente joven o de profesionales liberales
Suele ser
frecuente quejarse de la exigua decencia y escasa calidad técnica de postulantes
para cargos públicos. Al referirnos a ellos, ponemos énfasis -e hígado- en
denigrarlos, señalarlos y hasta insultarlos, porque nos cuesta asumir dos cosas.
Una, que forman parte de nuestro entorno social, es decir: “son como nosotros”.
Otra, que muchos llegan al cargo porque los votamos. No vale lamentarse solamente
de la mala oferta sino también de la nula demanda y especialmente de la
irresponsabilidad al votar. La pelota está en el tejado del elector y no en el del
candidato.
Si
existiera eso que se denomina “vergüenza social” -que no es escarnio público-
muchos se ruborizarían tanto de subirse a una tribuna a hacer el ridículo como
de llegar a un mitin a recoger, cual pordioseros, la camiseta, la gorra o la
cajita de fósforos, lo que consolida ese término de “prostitución del voto”
¿Cuándo vale usted, sus hijos y el futuro del país? Para muchos un pachón de
plástico o una tortilla con frijol, menos que aquella primogenitura bíblica que
costó un plato de lentejas.
En este iniciado
proceso electoral, lo señalado se da más que en anteriores. La mayoría de
opciones son personas desconocidas o que muchos desearíamos que no estuvieran porque
son la antítesis de lo que debe ser un funcionario. Los partidos que apuestan
por la “dignificación” de la política han llenado las casillas de gente joven o
de profesionales liberales. Desde el punto de vista de la rectitud se puede admirar
el esfuerzo al apostar por personas libres de sospecha y comprometidas con la
trasparencia. No obstante, desde el punto de vista práctico es inoperante. Son
aprendices, principiantes, neófitos que intentarán hacer con decencia “lo que
no saben hacer” porque desconocen. Por tanto, y evaluando la eficacia que
demanda el elector, “tan malo” es quien hace las cosas deshonestamente como aquel
que no las hace o las hace mal por desconocimiento y falta de pericia. La
conclusión, desde el sentir ciudadano, es idéntica: uno le roba y no le construye
el puente y el otro no le roba, pero no sabe cómo construirlo. Una disyuntiva que
tampoco me aclaró un gringo cuando le pregunté cuál era la diferencia entre “erase” y “delete”. No se, me dijo, pero cualquiera de los dos te lo borra
todo.
Fernando Alcántara,
profesor en la Universidad de Salamanca y gran latinoamericanista, publicó un
libro titulado “El Oficio de Político” en el que recoge algunas cualidades
necesarias para acometer el reto de la administración pública con un mínimo de
eficacia y éxito. En política la percepción es importante pero la acción
imprescindible y con estos nuevos perfiles -perdón por la tristeza que diría
Sabina- no se arreglan los problemas que tenemos.
En este mar de lágrimas aparece un
audio en el que la candidata Torres dialoga con Gustavo Alejos sobre donaciones
en dinero -hablan de recibir Q40 millones- con esa tranquilidad que da la
ausencia de justicia, la impunidad y la habitualidad. Hasta dicen de
“quitárselo al otro”, es decir, a Baldizón quien salió de la UNE al ver cómo el
rédito de ir solo era mayor que pagar peaje por quedarse entre los verdes. Por
su parte, el alcalde de Mixco se sube a una tarima callejera a cantar, grotesca
y desenfrenadamente, sustentado por el hijo de Zeus y Sémele y el éxtasis
hormonal del momento, para más tarde caerse de un caballo. Interesante observar
cómo echamos la culpa a los demás y soslayamos nuestra responsabilidad de
ciudadanos de tiempo completo. Y es que aquello de animal político, no pasó de
lo primero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario