No hay leyes que puedan aplicarse cuando no existe nada que repartir, y lo único válido es el acuerdo voluntario
Cuando la pandemia que sufrimos tomó dimensiones catastróficas, se alzaron voces de alabanza a los Estados interventores que habían consolidado un sistema público de salud. Pero, a medida que la enfermedad avanzó, la mayor parte de aquellos países fueron superados en sus capacidades. Otros, mucho más débiles en intervención estatal -en Centroamérica hay ejemplos- resultaron más exitosos en controlar la enfermedad, y entonces se acallaron las voces que promovían la necesidad de un Estado más grande para hacer frente a situaciones de crisis.
En lo que respecta a cuestiones relacionadas con las finanzas públicas, también se ha vivido un interesante debate en la Unión Europea sobre la millonaria inversión que quieren hacer algunos países manirrotos para reactivar la economía -España, Italia y Portugal- frente a la mesura de otros -Alemania y Países Bajos-. Estos últimos -endeudados en torno al 50% de su PIB- reclaman a aquellos otros -cuya deuda pública supera el 100% del PIB- que si hubiesen ahorrado y no gastado alegremente, no estarían ahora en situación financiera tan delicada. El ahorro y el gasto público contenido se muestran esenciales, y las formas de acumular capital para invertir y enfrentar situaciones de crisis.
En lo que respecta al trabajo, también los principios liberales ofrecen una lección. Muchos gobiernos han intentado -nada exitosamente, por cierto- normar la regulación del empleo, sin advertir que la producción está detenida. La única solución posible ha sido el común acuerdo entre trabajadores y empresarios para hacer frente a la compleja situación. No hay leyes que puedan aplicarse cuando no existe nada que repartir, y lo único válido es el acuerdo voluntario entre las partes con las mejores condiciones posibles para ambas, en función del escenario de cada empresa. Es decir: el libre contrato y arreglo entre trabajador y empresario, y no el corsé de la legislación laboral o la fijación salarial por ley.
Otra cuestión evidenciada es que la riqueza no es una suma cero, como muchos equivocadamente piensan, y que se puede perseguir crearla con ahínco y no repartir la existente. Muchas empresas han creado nuevos puestos de trabajo y otras, con servicios a domicilio o expendeduría de productos por internet -Amazon es un ejemplo-, han creado puestos de trabajo, promovido nuevas dinámicas o potenciado las que tenían. Tiendas de venta de ciertos productos, han cambiado sus anaqueles por otros de primera necesidad, al fin y al cabo lo que se demandaba, y no han dejado de tener actividad económica. El teletrabajo, como una forma nueva o más extendida de producir, ha sido otra realidad durante esta pandemia. El empleo a tiempo parcial y desde casa, tan desestimado por sindicalistas tradicionales o ideologías intervencionistas, ha encontrado un espacio de desarrollo sin oposición de nadie, sobre todo ahora que se ha entendido mejor que una empresa no está compuesta de malvados empresarios y sumisos trabajadores, sino de un grupo de personas cuyo objetivo es el crecimiento económico y personal a través del desarrollo eficiente de una determinada actividad. Finalmente, la creatividad y la tecnología -zoom, por ejemplo- han permitido generar riqueza y nuevas formas de interacción y de modelo de negocio.
Una lección de vida sobre principios liberales que demuestran que la capacidad individual, el ahorro, la creación de riqueza, el libre contrato entre las partes y la menor intervención estatal son pilares fundamentes en tiempos de crisis y, por extensión, en cualquier situación. Momentos para aprender de esta pandemia y promover la responsabilidad individual y no tanto el caudillismo, la intervención estatal o el asistencialismo permanente. Y es que falta mucha más fe en el ser humano libre y responsable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario