Una ola ideológica aplaudida por quienes no han gastado una gota de sudor en construir nada porque todo se lo dieron hecho
El triunfo de Castillo en Perú pone de manifiesto la ola populista-izquierdista que invade la política, no sólo en América sino en medio mundo. El ciudadano moderno y tecnológico parece no ser consciente de lo que puede dar realmente de sí la democracia, el gobierno y la política, y se deja llevar por emociones.
La generación baby boomer nació prácticamente en dictaduras o regímenes autoritarios. Dedicó su juventud a combatirlos e instaurar sistemas democráticos, a pesar de que la situación no estuvo ausente de violencia. La generación X reforzó todo aquello e hizo posible que los milennials nacieran en un ambiente pacífico que se fue consolidando y tecnificando exponencialmente con el tiempo. La mayoría de los jóvenes latinoamericanos no se identifican con estrofas de himnos nacionales que ensalzan la lucha, las armas o el patriotismo para lograr la libertad, porque sencillamente nacieron en una paz que construyeron sus progenitores. De hecho, los conflictos más crueles que suelen vivir esos patojos son la ausencia de internet, la perdida del celular o el trabe de la computadora.
Creen, sin embargo, que el sistema político heredado les debe de pagar la universidad, la salud o proporcionarles trabajo. Viven reclamando derecho sin escuchar la palabra obligación, y no han leído -ni se les ha enseñado- que el listado de derechos -más allá de los individuales- se elaboró artificialmente en comisiones ad hoc. El derecho a la educación -confeccionado entre 1947/48- es un buen ejemplo de ello, particularmente el papel de Estado y de los padres, algo que continuamente se reclama y que seguramente muy pocos han leído. En pocos años tendremos derecho a internet, celular y seguramente un carro eléctrico para nuestra adecuada movilidad ¡Si viven lo verán, como otras cosas!
Con el tiempo, el ciudadano se educa -o lo educan- más irresponsablemente, y cede al gobierno decisiones importantes que afectan su vida, porque “hay otro” que lo hará por él: el Estado, un constructo jurídico-político -sin cara, teléfono ni dirección- al que culpamos de todos nuestros males. En ese ambiente revolucionario, construido sobre ideas fracasadas históricamente -socialismo- se vende ahora, aunque en versión siglo XXI, el izquierdismo y el populismo. El discurso clasista aparece de nuevo y surgen quienes prometen todo aquello que el votante, ausente de lectura, educación, experiencia y entendimiento del pasado reciente, desea escuchar. No hay que pagar la educación ni la salud porque es un “derecho constitucional” y todo eso le será concedido en la medida que vote a quien lo promete. Una especie de política neopentecostalista en la que los cantos y la hipnosis colectiva llevan al poder a quienes en poco años hace prisionero o esclaviza al ciudadano que lo eligió ¿Escuchó hablar de Cuba, de Venezuela o de Nicaragua? Pues amplíe la colección a Brasil, Chile, Colombia o El Salvador. Una ola ideológica aplaudida por quienes no han gastado una gota de sudor en construir nada porque todo se lo dieron hecho.
Aquí, perdidos entre océanos, seguimos con nuestras preocupaciones localistas -hasta pueblerinas- y nos distraemos con la visita de Kamala -o Kámala, como gustan de pronunciar- quien, por cierto, sigue una tónica similar a la descrita, mientras pensamos en el próximo salvador de la patria, porque nosotros, con nuestra particular idiosincrasia, no vamos a hacer nada. En definitiva, buscamos, para dentro de un par de años, alguien que nos convenza de todo lo que nos dará gratuitamente y que tenga mezcla de Ubico, Gooebels, Gandhi y algún guapo-moderno del momento. La verdad es que nos merecemos un morongazo por no entender eso tan viejo de: “Mal de muchos consuelo de tontos”
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