El andar a caballo hace a unos caballeros, a otros caballerizos
(Cervantes)
¿Es la sexualidad una
opción? La respuesta condiciona el resto del análisis. Quienes consideran que
sí, no aceptarán evidentemente “desviaciones” en relación con la “normalidad”
sexual. Dirán que quien no es heterosexual, es porque así lo quiere. Sin
embargo, lo que creen -yo entre ellos- que la sexualidad es biológica y está
marcada por preferencias internas y propias de cada individuo, aceptan que las
predilecciones sexuales obedecen a parámetros concretos, no todos determinados
por la ciencia, y ocasionalmente modificados por exigencia sociales y ambientes
adversos. Es fácil corroborar lo anterior. Si nunca ha reflexionado sobre su
propia sexualidad, pregúntese si sería posible para usted cambiar lo que
realmente experimenta. La reacción responderá la cuestión. Imposible forzarla más
allá de cuestiones de apariencia, presión social y aspectos anecdóticos o
puntuales.
Muchos gobiernos,
amparados en controversias sociales o cuestiones morales, obvian y olvidan a
colectivos de diversidad sexual. Personas con apariencia de genero que no
coincide necesariamente con su sexualidad física y que por no pertenecer al
mundo considerado “normal” no gozan de derechos idénticos a los demás. Difícil llevar
a cabo una relación con pareja del mismo sexo porque la legalidad vigente lo
bloquea; sujetos a una mayor tributación fiscal si heredan su patrimonio a
quien comparte su vida; vistos o señalados de forma extraña o perversa y teniendo
que soportar intimidación, generalmente moral, del entorno, entre otras
cuestiones. Lamentable que sean muchas iglesias -donde precisamente se
reproduce el fenómeno con profusión- quienes condenen más contundentemente esas
condiciones.
Si usted es heterosexual,
quizá considere “anormal” tener un hijo o una hija que perfectamente integre otro
colectivo distinto al suyo en el futuro. Ello conduce a la obligación de
entender la temática y aceptar situaciones que son protagonizadas por seres
humanos, lo que pareciera ser la clave del “problema”. Se ha dejado de ver a la
persona en su esencia más profunda. Por ello, se crean cuotas de género o se
promueven grupos de tal o cual afinidad, estimándose más la procedencia o la
pertenencia que la esencia que adorna al ser humano. La persona -el individuo-
es sujeto de derechos y de obligaciones. No por quién es, cómo es, ni por lo
que representa, sino por ser depositario de una personalidad única. La leyes
deben de ser generales, porque todos los individuos son iguales en esa condición
que debería garantizar el Derecho y no excluir -tampoco premiar- las
diferencias o la pertenencia a determinado colectivo.
Participé en una
reunión y al poco de comenzar los salones se iban llenando en función de los
grupos que promovían las diferentes ponencias. Había lugar para grupos de
diversidad sexual, discapacitados, afrodescendientes, indígenas, mujeres
maltratadas y otra suerte de colectivos. Todo hablaban sobre cómo alcanzar
cuotas de poder y de respeto, pero estaban separados unos de otros. La atomización
los llevó a promover la retroalimentación discusiva y obviar al “otro”. Hacían
con el resto, lo que pretendían evitar que hicieran con ellos. Decidí -ante la
dificultad de incluirme en alguno- ir a tomar café y meditar sobre el ser
humano, esencia común de todos pero olvidado en sus reclamos. Hay que mostrar
más interés por comprender y aceptar al prójimo que por mirarse el ombligo con
orejeras. No importa si el tema es sexual o de otro tipo. A fin de cuentas la interacción
social es entre sujetos a quienes hay que prestar atención si se desea avanzar.
La respuesta es la democracia liberal, única que protege los derechos del
individuo.
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