Todos
quieren cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo (Tolstoi)
Hace tiempo, mantuve
una reunión con un ex presidente y un candidato presidencial (no todos nacionales)
con la finalidad de que el segundo pudiera conocer de la experiencia del
primero. Recuerdo que durante la conversación el veterano le preguntó al que
pretendía llegar al poder: ¿usted tiene las ideas claras de lo que quiere hacer
caso de ser elegido? La pregunta -esencial- viene a cuento en la medida que se
aprecia como los mandatarios -cualquiera que sea el nivel- parecen no tenerlas.
Un norte diáfano debe de ser el atributo más importante de un político que se
precie. Sin embargo, ese horizonte debe de enmarcarse con parámetros éticos y
legales. No sirve cualquier cosa, tal y como muestran políticos corruptos que
negocian porcentajes en el Congreso para aprobar determinadas propuestas o
cobran por pasarse a otro partido o grupo con la agregada condición de ser
reelecto en los siguientes comicios o recibir prebendas. Una vergüenza que refrenda
aquello de “todo vale” y obvia los principios éticos más elementales.
Si tuviesen la ideas
claras se apostaría por el cumplimiento de la ley y por el cambio de aquellas
que han perdido su característica de generalidad; se habría estudiado el tema
impositivo para no tener que dar marcha atrás con el consiguiente descrédito
que es difícil de recuperar; se defendería sin tanta manipulada negociación y
chantaje la reforma educativa tan necesaria para el desarrollo del país; se
habría abordado seriamente la reforma policial y de prisiones atascada en un
discurso pueril y trasnochado sin avance y una no menos innecesaria y estéril discusión
que no conduce a ninguna parte; se enfrentaría a los radicales ecohistéricos que lejos de querer un mundo
mejor únicamente persiguen recibir millonarias sumas y mantener en la pobreza a
quienes honradamente desean prosperar; se exigiría el respeto a los derechos individuales
y no se supeditarían a algarabías de grupos que pretenden emplear la violencia como
elemento de presión; se expulsaría inmediatamente de los partidos políticos a
manifiestos corruptos algunos de los cuales hunden de vez en cuando como pago
del tributo que la sociedad exige a quienes no se preocupan en absoluto por
solucionar este problema; se acabaría con las millonarias subvenciones a
sectores tradicionales que no presentan resultados de mejora: fertilizantes,
transporte público, etc.; se enfrentaría con seriedad y contundencia los
demoledores problemas del país que se soslayan con parches, precisamente, por
la sustancial carencia de ideas; se aclararía a ciertos obispos cuál es el
límite entre la labor evangelizadora y la práctica subversiva, recordándoles aquella
historia de Esaú y la venta de la primogenitura por un plato de lentejas; se abordaría
la cacareada reforma de la ley electoral y de partidos políticos para evitar
que estos continúen monopolizando la corrupta vida pública; no se negociaría ni
recibiría dinero del crimen organizado; se habría aprendido que no es el color del
chaleco de los motoristas la solución al problema; se enfrentaría el reto de la
educación pública superior, olvidada, manipulada, politizada, amañada y corrompida…
Hay una sustancia
carencia de ideas claras que permite manipular confusos escenarios en los que
todo cabe bajo premisas de negociación, pactos o transas, sin que el repudio
haga mella ante propuestas que causarían rubor en otros lugares ¿Quieren dar un
ejemplo de buen gobierno?, tengan la valentía -aunque sea mucho pedir- de
implementar la cadena perpetua para los políticos corruptos ¡Dignidad e ideas
claras por una vez! No sigan dando vergüenza.
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