Dime de qué presumes y te diré de qué careces (refrán)
Toneladas de polvo (y
de paja) levanta la discusión sobre el mentado Canal Interoceánico. Curioso que
fuera el primer plan que desde Zacapa presentará -incluso antes de ser
juramentado- el actual Presidente, aunque denominado por aquel entonces
“Corredor tecnológico interoceánico”. Después, presión y una inusual
insistencia en promover y potenciar la idea que ronda los USD 10,000 millones
(tampoco se ponen de acuerdo), declarando el proyecto de utilidad pública e
interés nacional. Añadamos comisiones -superiores al 20%- y resulta una
sustancial tajada. Sin duda el canal es el programa estrella del Ejecutivo y concurre
con otras opciones que generan competencia regional: la ampliación del de
Panamá y el anuncio de construcción de otro en Nicaragua. Este último con
problemas y capital mayoritario o comprometido de chinos. Todos han surgido a
la vez ¡Oh casualidad!
La pugna de los
canales tiene una dimensión económica, pero también otra geoestratégica. El
control de la comunicación entre mares/océanos ha sido históricamente motivo de
lucha e intervención por las grandes potencias. Panamá no se sustrae a este
efecto como tampoco el canal de Suez, los estrechos del Bósforo, Dardanelos,
Ormuz, Bering y Gibraltar, entre otros ejemplos. Construir un canal -aunque sea
seco- no es fácil, especialmente si se analiza desde esta otra perspectiva,
además de estar sujeto a intereses locales y regionales muy diversos y
complejos. Seguramente a los USA no les gustaría dejar en manos de países no
estables -Guatemala y Nicaragua lo son- pasos que permitan eludir el control
que ahora ejercen en Panamá. Esas propuestas pueden visualizarse más bien como fraude
o apuestas de ciertos países o de capitales e intereses no claramente definidos,
por contar con una baza de negociación geopolítica frente al gigante del norte.
Con el tiempo se verá, seguramente, una reducción del interés y terminará diluyéndose
la idea tras pactos no siempre públicos en otras esferas del poder que darán al
traste tanto con la idea de Ortega y su antiimperialismo, como con esta chapina.
En el caso
guatemalteco, dos figuras de renombre -al menos- negocian e intentan atraer
capitales al país para el tal proyecto. El Ejecutivo pretende colocar dos anclajes
en lugares estratégicos. De un lado, en el corazón gringo: Washington. Pero también
desde un presumible puesto en NNUU -como embajador/representante- tras el futuro
nombramiento de otro operador económico-político del programa. No creo en la
ingenuidad de los norteamericanos y menos aún en la de los grandes inversores (se
intentó con Slim, pero se escabulló) que son objeto de estos cantos de sirena.
Un país donde se paraliza una industria minera o hidroeléctrica con manifestaciones, ecohisterismos, amañadas y manipuladas consultas
populares o con agresiones y violencia contra trabajadores, es presumible que
lo que termine por generarse sea un “Canal de conflictividad” especialmente
cuando los “activistas sociales”, ONG afines y políticos mafiosos han aprendido
a sobornar, cobrar en efectivo por permitir el paso o por destrabar injustificadas
prohibiciones. Parte de esas actividades se sustentan en el chantaje -
pomposamente denominado “conflictividad” o “criminalización de la protesta
social”- lo que elevará esa cifra astronómica e incierta de 10 millardos para enfrentar
los sobornos que generen esos personajes. La hipótesis más peligrosa es que
termine desapareciendo alguien -o algunos- con una sustanciosa tajada de dinero,
rememorando casos como el desfalco del Instituto de Previsión Militar, MDF y
otros similares. Para eso hay muchos/as expertos/as por estos lugares y también
ciudadanos que asumiremos, como es habitual, los costos de la aventura.
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