Nació pobre,
murió rico y nunca dañó a nadie por el camino (Duke Ellington)
Cierta moda anima a muchos analistas,
columnistas, profesores e instituciones a centrar sus trabajos y discursos en
temas relacionados con la desigualdad. Menos, focalizan su análisis en la
pobreza, que constituye el auténtico problema de algunas sociedades. Al
respecto, el profesor Martín Krauser explica magistralmente en un video -en
apenas tres minutos- ese desenfoque. Aquellos, abogan por reducir la diferencia
entre quienes más tienen y menos poseen, callando que se puede vivir en una
sociedad próspera con grandes desigualdades, sin que ello represente problema
alguno que no sea producto de la envidia. En contraposición, es posible vivir
en una sociedad muy igualitaria en la que todos sean pobres -unos más que
otros- y promover la igualdad no resolvería el problema principal. La
discusión, por tanto, debe centrarse en la pobreza y cómo enriquecer a ese
grupo que no alcanza condiciones suficientes para subsistir, lo que genera
pensamiento y políticas públicas muy diferentes de aquellas que promueven el
reparto o la distribución arbitraria y forzada por ley.
Escuché recientemente al profesor Adam
Przeworski decir que le era muy fácil comprender cualquier sistema de
redistribución de la renta por parte de un gobierno, pero no alcanzaba a
entender cómo se podría lograr la redistribución de las capacidades del ser
humano de mantener la riqueza repartida lo que lleva a concluir que en el medio
plazo la situación final sería exactamente igual que la que se pretendió corregir.
Los seres humanos -iguales en derechos y
obligaciones- somos, sin embargo, diferentes en capacidades, voluntad, espíritu
emprendedor, deseos, aspiraciones y otras características que hacen que cada
quien tenga un horizonte distinto y que pretenda alcanzarlo a una velocidad
diferente. La forzada igualdad fue considerada por Tocqueville como “una nueva
forma de servidumbre”.
Mises, en su libro "La acción
humana", deja muy claro cómo y por qué actúan las personas y ese
"pequeño detalle" pasa desapercibidos por muchos de los que abordan
la desigualdad pero disimulan la parte cualitativa del problema. Tampoco es lo
mismo una sociedad pobre, producto de marcos legales de privilegios a
determinados grupos que otra que puede serlo por motivos diferentes. La acción
estatal puede ser culpable de la pobreza que asole a determinados grupos,
normalmente generada por descarado mercantilismo, autoritarismo impuesto o
falta de condiciones relacionadas con la seguridad y la justicia. Ejemplos
sobran en el continente. Redistribuir supone generar legislación particular y
desigual para promover igualdad, lo que se traduce en una contradicción en sí
misma y promueve la corrupción, la violación de derechos individuales o la
arbitrariedad, cuanto menos. Preocuparse por la pobreza, como algunos señalan,
permiten visualizar con exactitud cuál debe ser un rol fundamental del gobierno
en una sociedad moderna: promover el Estado de Derecho y garantizar certeza
jurídica. Cuando ese principio básico se olvida, se desvía la atención para
satisfacer las ambiciones de grupos de poder que no se reducen a los clásicos
de corte empresarial, sino que cada vez más afloran a través de organizaciones
muy diversas.
Krauser tiene toda la razón -y claridad-
al abordar el problema de la pobreza y dejar en entredicho a quienes abogan por
la igualdad y enlaza con el cuestionamiento de fondo propuesto por Przeworski de
cómo mantener la misma una vez alcanza, si es que se logra. Tampoco se comenta si
ese procedimiento redistributivo tiene algún límite temporal o es eterno. Generalizaciones
y discursos poco sostenibles, menos sustentables y, sobre todo, que reflejan
escaso interés por el problema de fondo: la pobreza.
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