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lunes, 7 de enero de 2013

De zombis y momias



Cuando no quede sitio en el infierno, los muertos caminarán sobre la Tierra.

La delicada salud del presidente Chávez se ha convertido en la perfecta excusa para llevar a cabo un golpe de estado en Venezuela, además de potenciar la imagen de “inmortalidad” de los dictadores. Recordemos la exposición de la momia de Lenin; la dilación de la muerte de Franco para hacerla coincidir con la fecha de la de Primo de Rivera; cómo Mao y Kim II Sung fueron momificados y cómo el zombi de Castro deambula por Cuba a modo de icono revolucionario (y asesino) perpetuo. Los dictadores se niegan a desaparecer de la escena del crimen. Se creen inmortales y su alter ego les impulsa al absurdo de permanecer eternamente en la mente de los ciudadanos que los soportaron y sufrieron por décadas. Saben que construyeron su “obra” sobre la base de la imposición, del miedo, de la destrucción o de múltiples asesinatos -siempre violentando la ley- y que con su muerte se les derrumbará el castillo de naipes que construyeron, aunque sus colaboradores y simpatizantes son quienes más conscientes están de todo eso, puesto que sobreviven al déspota y temen ir a la cárcel o incluso -como en otros tiempos- al destierro o ser físicamente eliminados. Se va el dictador, pero queda la morralla feroz que lucha por no ser arrastrada al fondo del abismo. Quizá por eso, en la antigüedad, enterraban al emperador o al faraón con todo su séquito, evitando así traiciones no deseadas.
Hugo Chávez no podrá ser investido el próximo día 10 y el entorno mafioso de su gobierno -Nicolás Maduro y Diosdado Cabello (golpista con Chávez en 1992)- decidirá que no es necesario declararlo ausente ni convocar nuevas elecciones puesto que “el pueblo” lo ha votado. Violentarán sencillamente la ley y continuarán con el gobierno de los hombres que es precisamente lo que pretendió cambiar la democracia (o la República) por el de leyes. Se pasearán de nuevo por el Estado de Derecho con el único propósito de perpetuarse en el poder, sobrevivir y seguir hundiendo al país, algo que remarcan todos los indicadores sociales y económicos. Se olvida, fácilmente, que Chávez, Castro u Ortega, son delincuentes palmarios y confesos. El venezolano es un golpista condenado que no cumplió su pena; el cubano un asesino notorio y el nicaragüense un violador. Todos criminales -al igual que otros- eternizados con el beneplácito de una chusma clientelar y manipulada. Ahora bien, si usted opta por trabajar en cualquiera de esos países (o en otros) deberá contar con antecedentes penales inmaculados y aportar, seguramente, algunas cartas de recomendación sobre su conducta ejemplar. Un despropósito que pareciera pasar desapercibido por la ciudadanía que acepta que ese tipo de funestos personajes sean siquiera candidatos, cuando no impuestos por el “democrático” monopartidismo.
Algunos parecen necesitar un siglo más (no bastó con el XX) para descubrir que ese tipo de regímenes termina destruyendo cualquier país a velocidad inimaginable. Quienes alaban los “logros” -cubanos o venezolanos- se niegan cobarde e inconsecuentemente a vivir en esos lugares, mientras los habitantes de allá luchan desesperadamente por salir sin éxito de un sistema opresor o son encarcelados por pretender exigir cualquier mínimo derecho humano que los dizques defensores de los mismos no se atreven a criticar. Todos, en definitiva, vividores de publicitar lo imposible y constatadamente inviable, certificando aquello de que la estupidez human es realmente lo único infinito en el universo. Lleno el infierno de impresentables y criminales, la Tierra pareciera comenzar a acogerlos con humano y piadoso beneplácito.

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